León Krauze es comunicadora. Hoy conduce los noticieros de Univisión en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Este Lunes compartimos su columna publicada en el periódico “El Universal “.
Andrés Manuel López Obrador siempre ha dicho ser un hombre de principios, no de posiciones. Nadie puede escatimarle congruencia, por ejemplo, en su lucha contra la corrupción. López Obrador ha hablado de los abusos del sistema político mexicano desde hace al menos dos décadas. Los interesados pueden escarbar un poco en los archivos de video que hay en línea para encontrar a López Obrador, todavía libre de canas, acusando la existencia de una minoría rapaz y corrupta. Esa coherencia le ganó la presidencia el año pasado. Es lo que lo hace un político distinto.
Por desgracia, la realidad de la presidencia también ha expuesto los límites del apego lopezobradorista a principios que antes defendió a capa y espada. Una de las víctimas ha sido la valentía con la que prometía enfrentar los embates nativistas de Donald Trump. Hoy, López Obrador se escurre por la tangente, cantinfleando para evitar hacer frente a los infundios trumpistas. Pero no solo eso. De un tiempo a la fecha al presidente le ha dado por regalar validez al proyecto de Trump en asuntos migratorios. “Él tiene una visión que respeto y que considero legítima”, dijo López Obrador durante una conferencia de prensa reciente. Justificar el prejuicio del presidente estadounidense es, antes que nada, una traición a los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos y que sufren, de manera tangible, las consecuencias del discurso de odio. Pero no solo eso. Al guardar silencio ante atropellos y calumnias, el presidente de México falta a su palabra. Abandona sus principios.
¿Cuáles son esos principios? Es fácil averiguarlo. Hace un par de años, cuando era candidato a la Presidencia, López Obrador viajó a Estados Unidos para reunirse con varias comunidades mexicanas. Estuvo, según recuerdo, en Los Ángeles, San Francisco, Laredo, Phoenix, Chicago, El Paso y Nueva York. En cada ciudad dio un discurso elocuente. Un par de meses más tarde, el equipo lopezobradorista reunió las palabras del candidato en un libro: Oye, Trump: Propuestas y acciones en defensa de los migrantes en Estados Unidos. Con un prólogo encendido de Pedro Miguel que reclama la indignidad del peñanietismo frente a Trump, el libro es al mismo tiempo una interpretación del papel mexicano en la vida estadounidense visto a través de los ojos de López Obrador y un acto contundente de repudio a la “política deshumanizada y caprichosa” de Trump contra los mexicanos y los inmigrantes.
López Obrador no deja gran cosa en el tintero. Las acciones y palabras de Trump, decía entonces, significaban una ofensa contra “la humanidad, la inteligencia y la historia”, “una barbaridad”, una “canallada”, una muestra del más egoista “discurso de odio”, “todo un retroceso en la política exterior e Estados Unidos y una vulgar amenaza a los derechos humanos”. De acuerdo con López Obrador, Trump pretendía convertir a su país “en un gueto, un espacio cerrado, donde se estigmatiza, se maltrata, de persigue, se expulsa y se cancela el derecho a la justicia a quienes buscan con esfuerzo y trabajo vivir libres de miseria”.
Más adelante promete “defender con firmeza la violación indigna de las libertades”, además de oponerse “al muro, a las deportaciones y a la toma de decisiones unilaterales y prepotentes”. Llama a Trump y gobernantes afines “neofascistas” que buscan “equiparar a los mexicanos (…) con los judíos estigmatizados y perseguidos en la época de Hitler”. En su discurso en Chicago, López Obrador prometía que Trump “no podría impedir el derecho a la esperanza”. En Phoenix arremetió contra el muro. “No tendría nada de defensivo”, dijo. “Sería, por el contrario, una obra opresiva como el muro de Berlín”. Y remató: “rechazamos la erección de ese monumento a la hipocresía y la crueldad”. López Obrador también reconoce la urgencia de contrarrestar con imaginación diplomática la narrativa nativista en Estados Unidos. “En este lado de la frontera”, dijo en El Paso, “hay que decir a los cuatro vientos que es un disparate la consigna de ‘Estados Unidos primero’ o de ‘América primero’”. Había, decía entonces López Obrador, que convencer a los estadounidenses de que habían sido “víctimas de la manipulación” y de “la perversidad de ese afán de culpar de sus problemas a los extranjeros y, en particular, a los mexicanos”.
Esos eran, hace apenas dos años, los principios contundentes de Andrés Manuel López Obrador sobre los atropellos cotidianos del nativismo estadounidense en los tiempos de Donald Trump. De aquello no queda ni sus luces. Temeroso, timorato y por momentos hasta cínico, el presidente de México no es, en este tema, el hombre de principios que siempre prometió ser. Quizá debería releer el prólogo que su amigo e indómito defensor Pedro Miguel escribió para Oye, Trump.
“Mientras más se afana por congraciarse con Trump, más bajo cae por la pendiente del desprecio nacional”, escribía Miguel sobre Enrique Peña Nieto. “El amigo de quien se asumió nuestro enemigo –señala la impecable lógica popular– no puede ser nuestro amigo”. Pedro Miguel tenía razón sobre Peña Nieto. Esa “lógica implacable” le queda hoy, como traje a la medida, a Andrés Manuel López Obrador.