En pleno siglo XXI estamos aprendiendo a lavarnos las manos

 

Mouris Salloum George*

Entremos a este tema con un obligado contrapunto: Una cadena de noticias internacional nos asombró recientemente con un alucinante reportaje bajo el título: El homicidio cósmico con el que se descubrió el eslabón perdido de los agujeros negros, hallazgo atribuido a los sabios que hora tras hora exploran a distancia las densas, remotas y misteriosas galaxias; actividad que absorbe cuantiosas partidas de los presupuestos públicos de las potencias.

 

En los recientes dos años, es noticia que los Estados Unidos hacen aprestos para, en el menor tiempo posible, colonizar el planeta Marte. Para ese fin, ya se le incrementó el presupuesto a la NASA.

 

El contrapunto es el siguiente: En México, y seguramente en otras partes del mundo, bajo el impacto del coronavirus, apenas se nos está enseñando a lavarnos las manos como primera medida precautoria de contagios.

 

La ironía de ese contrapunto radica en que la eficacia del lavado de manos depende de la disponibilidad de agua potable, una de las mercancías más escasas y caras en el mercado mexicano. Recordamos ahora una frase para los bronces de los años setenta: Dios da el agua, pero no la entuba… Para esto se requiere de la tecnología.

 

Nos dejamos colonizar y damos mucho en efectivo a cambio

En las grandes tiendas de autoservicio y departamentales en México, tenemos la oferta de aguas consumibles importadas a valor de euro o dólar de Europa, Canadá y, desde luego del vecino territorio. Como el agua, ahora importamos maíz, frijol, chiles y otras especies alimenticias nativas de Mesoamérica; productos de los que nunca tramitamos certificados de origen, como sí lo hemos hecho con los tequilas y mezcales.

 

¿De dónde viene esa aberración cultural y económica? De las supersticiones tecnocráticas-neoliberales. ¿Para qué producir en México lo que ya producen y de mejor calidad en el extranjero? Pero eso era cuando vivíamos el espejismo de la abundancia petrolera que nos ingresaba carretadas de dólares para costear las importaciones.

 

A propósito de la extinta gallina de los huevos de oro, un crimen de lesa economía nacional es el deliberado abandono del Instituto Mexicano del Petróleo, cuyas patentes de hallazgos técnicos eran requeridas en el mercado extranjero de esa industria; incluso la de los Estados Unidos. Muy bien pagadas, por cierto.

 

No tenemos autosuficiencia ni para producir alcoholes medicinales

Las omisiones y errores del Estado neoliberal han sido puestas a flote por la pavorosa ola de coronavirus, para cuyo combate se está dependiendo ahora lo que pueda sobrar a las primeras potencias del mundo. No tenemos autosuficiencia ni siquiera en la producción de alcoholes medicinales o de cubre-bocas. Menos, en instrumental médico sofisticado.

 

Del contrapunto pasamos al punto: El Talón de Aquiles del desarrollo nacional desde hace cuatro décadas, es una política de Estado que ha dejado de lado los apoyos públicos a la investigación en los campos de la Ciencia y la Tecnología. No hay Unesco que nos pueda convencer de lo contrario.

 

De lo anterior viene que apenas se esté enseñando a los mexicanos a lavarse las manos. Como dicen los yucatecos: No me cabe en la cabeza. Grave asunto.

*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.

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