LA HISTORIA DEL REPTILIANO QUE APARECIÓ EN VALENCIA, EN 1968

images (3)Hemos escuchado voces y testimonios sobre humanoides de todo tipo, pero ninguno como el avistamiento del cazador Mateo Chóver, en La Yesa, Valencia, en 1968.

Todo inició a las 16:00 horas del sábado 31 de agosto de 1968. Tres cazadores del municipio de Liria, quienes rondaban los 50 años, tomaban un descanso y se preparaban una “torrá” de carne en las proximidades de un barranco situado a unos 5 km. al este de la pequeña localidad montañosa de La Yesa. Curiosamente, aquella parrillada venía acompañada de una sorpresa, ya que observaron una especie de flash en el cielo.

Segundos después, uno de los cazadores, Mateo Chóver, dejó la escopeta y el zurrón en el suelo y se acercó al borde del barranco para orinar, sin embargo, quedó sorprendido al observar al otro lado de la hondonada que estaba dividida por un riachuelo, la figura de un humanoide que presentaba unas características increíbles: complexión atlética, cabeza de lagarto, dos ojos rojos, manos como garras (una de ellas sujetaba un casco transparente con visera blanca) y rabo de estilo gato que lograba tocar el suelo.

Esas tres partes visibles del extraño ser, aparecían desnudas y eran de color gris; el resto de su cuerpo estaba cubierto por un mono blanco, que iba desde el cuello, cubriendo las muñecas y terminando en unas botas blancas; y en su espalada, se distinguía una mochila metálica o caja rectangular como de aluminio y de medio metro de altura, la cual tenía una antena negra.

El ente, daba la impresión de estar “esperando algo o alguien”; conforme lo manifestado por Chóver, aunque no estaba seguro del todo debido a la distancia, le pareció ver que el humanoide sacaba una lengua bífida.

El humanoide reptiliano parecía no haberse percatado de la presencia de Mateo, quien, agachado entre unos romeros, se giró y avisó mediante señas a sus compañeros para que se acercaran en silencio. Los tres amigos lo vigilaron durante “unos tres minutos”, hasta que recibieron un susto tremendo al aparecer instantáneamente sobre un árbol, a unos diez metros de la copa, un cilindro de aspecto metálico y color negro “que reflejaba el Sol en sus esquinas”, cuyas medidas se calcularon entre treinta metros de longitud por diez más o menos de grosor; mismo que se hallaba completamente estático, en posición horizontal, paralelo al suelo, en sentido noreste-suroeste.

Arrastrándose por el suelo y temiendo por sus vidas, pensaron que seres de otro mundo invadían España. Por ello, los testigos retrocedieron hasta refugiarse con sus escopetas entre unos zarzales, para pasar desapercibidos.

Tras un rato, escucharon que del barranco provenía “un fuerte ruido como de engranajes o maquinaria en funcionamiento, que paró enseguida”, y nuevamente les llamó la atención una especie de flash en el cielo. Entonces, uno de los cazadores de nombre o apellido Guillém, dijo: “¿Será que se han ido?”, mientras que otro, Rafa Llopis, temblaba de miedo. Al salir de su refugio, comprobaron que el ovni y el misterioso humanoide habían desaparecido.

Algo más serenos, bebieron agua de sus cantimploras, atravesaron el barranco y se pusieron a investigar el suelo con las escopetas cargadas hasta los topes alrededor del algarrobo, cuyas ramas y hojas más altas aparecían ahora como “quemadas o tiznadas de carbonilla”. La tierra estaba reseca y encontraron varias huellas de pisadas uniformes de bota de suela lisa, sin tacón, sin hendiduras, escoriaciones o marca alguna. Estimaron una talla 50 de pie y comparando el hundimiento de ellas con los de sus botines de caza, los testigos calcularon que el individuo que las había dejado debería pesar al menos 150 kilos.

Por contraste con el tamaño del árbol, el humanoide debía medir unos dos metros y veinte centímetros o algo más, ya que “casi tocaba con la cabeza las ramas bajas”. Guiados por la intuición se dirigieron después hacia una cueva que sabían que existía en la ladera de un monte cercano, pensando quizás que el humanoide había podido salir de allí, “por si se hubiera dejado algo raro dentro de la cueva”. Y allí fueron. Al llegar advirtieron que era imposible meterse en la caverna por lo tupido de la espinosa maleza que cubría la entrada. De esta forma, optaron por dejar la parrillada para otro día, abandonaron la caza de tórtolas y regresaron andando hacia el lugar donde habían estacionado sus motocicletas.

En el trayecto, se encontraron con una pareja de la Guardia Civil, quienes al enterarse de lo ocurrido, se limitaron a decir: “Por estas tierras eso es normal; los ha visto más gente”.

Al llegar a sus domicilios, los testigos comentaron a sus familiares que vieron “algo que no era de este mundo”, no obstante, el suceso no trascendió a la opinión pública jamás.

 

Sin categoría

Noticias relacionadas