El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva volvió a vestirse ayer de líder obrero en Sao Paulo, en la manifestación de defensa del frágil gobierno de su sucesora Dilma Rousseff, amenazada por un juicio de destitución.
“No vamos a aceptar que haya un golpe en este país”, lanzó el exdirigente sindical, nombrado esta semana jefe de gabinete e investigado por presunta corrupción.
El exmandatario, de 70 años, vestido con una camisa roja, saludó desde lo alto de un camión a la multitud.
También las calles de Río de Janeiro, Brasilia y otras ciudades del noreste, bastión de Lula, se cubrieron con los colores rojos del Partido de los Trabajadores (PT) y con pancartas de apoyo a Rousseff.
“¡NO AL GOLPE!”, GRITABAN LOS MANIFESTANTES, EN REFERENCIA AL PROCESO DE DESTITUCIÓN DE ROUSSEFF QUE YA ESTÁ SIENDO DEBATIDO EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS.
La izquierda busca hacer su propia demostración de fuerza, después de la impresionante movilización de tres millones de brasileños que el domingo pasado reclamaron la renuncia de Rousseff.
El gobierno se anotó ayer una victoria, cuando un tribunal anuló la segunda medida cautelar que bloqueaba la toma de funciones de Lula como jefe del gabinete.
SIN EMBARGO, EN LA TARDE UN JUEZ FEDERAL EN LA CIUDAD DE ASSIS EN EL ESTADO DE SAO PAULO ORDENÓ UNA TERCERA SUSPENSIÓN TEMPORAL DEL NOMBRAMIENTO QUE IMPIDE QUE ASUMA EL PUESTO.
La crisis política que ha tocado a las más altas figuras del país ocurre a menos de seis meses de que Brasil celebre los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro.
Además, los barrios pobres del noreste de Brasil, el país más poblado de América Latina, han sido víctimas de un brote del virus del zika, lo que empeora la situación.