Siria: Cartas decisivas

 

MSIa Informa

Aunque no se pueda anticipar una fecha precisa para su finalización, es posible afirmar que, después de casi 9 años, el conflicto de Siria entró en una fase decisiva, con la perspectiva de un mayúsculo triunfo del Estado nacional sirio y de la coalición internacional que se aprestó a hacer de su defensa el campo de batalla determinante contra la agenda de hegemonía global, encabezada por EUA y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

De hecho, si no fuese por las intervenciones directas de Rusia, Irán y el Hezbollah libanés, con efectivos militares que han sufrido significativas bajas, Siria, ejemplo de convivencia de pueblos distintos bajo un mismo Estado nacional (algo intolerable para ciertos estrategas hegemónicos), habría sucumbido a la brutal ofensiva de las hordas yihadistas apoyadas por los EUA y sus aliados de la OTAN y del Golfo Pérsico.

La “receta” fue probada con éxito en 2011, en la Libia de Muamar Kadafi. Después del servicio concluido partió hacia Siria un gran grupo de yihadistas, quienes, con el apoyo militar de la OTAN, habían convertido al país más próspero de África en un infernal campo de batalla entre facciones sectarias, conflicto que, además, se volvió a recrudecer, agravado con una intempestiva intervención de Turquía, también una pieza clave en la embestida contra Siria.

A mediados de febrero, el Ejército Árabe de Siria (EAS) con apoyo de las Fuerzas Aeroespaciales Rusas, reasumió el control de la estratégica carretera Aleppo-Damasco (M-5) después de liberar gran parte de la provincia de Idlib, en el noreste del país, dominada por yihadistas apoyados por Turquía desde el inicio del conflicto en 2011. Una de las consecuencias inmediatas de la operación fue la reapertura del aeropuerto internacional de Aleppo, cerrado hacía ocho años, debido a su cercanía a las áreas controladas por los terroristas, muchos de ellos armados con misiles tierra-aire suministrados por sus patrocinadores.

En la ofensiva, iniciada en diciembre, el EAS llegó a librar escaramuzas con fuerzas militares turcas que ocupan 12 “puestos de observación” en Idlib, en los términos de un acuerdo firmado en Sochi, Rusia, en 2018, mediante el cual Ankara se comprometió a retirar de la provincia a los yijadistas más radicales, en especial al sanguinario grupo Hay’at Tahrir al-Sham (HTS, Organización para la Liberación de Levante), remanente de la red terrorista Al –Qaeda.  Como el gobierno del presidente Recep Erdogan no cumplió su parte, Damasco y Moscú iniciaron la acción.

Por el momento, diez de los doce enclaves turcos se encuentran cercados por el EAS e incluso después de las negociaciones con Moscú, Erdogan amenaza desatar una nueva ofensiva militar en la región, lo cual podría llevar a las fuerzas turcas a confrontarse no solamente contra con las sirias, sino también con las rusas. Nada indica, todavía, que Damasco reculará de la embestida, lo cual podría resultar en la expulsión definitiva de todos los yihadistas de su territorio, quedando por resolver solamente la situación de las fuerzas kurdas que ocupan el nordeste del país, apoyadas por un fuerte contingente militar estadounidense, cuya presencia se debe exclusivamente a la intención de Washington de controlar los recursos petroleros ahí existentes, descaradamente admitida por el presidente Donald Trump.

Es poco probable que el “Sultán de Ankara” se disponga a confrontar al remodelado EAS y a la aviación rusa, la cual controla el espacio aéreo de las operaciones, todavía más, por el hecho de que a pesar de que sus planes bélicos estén siendo incentivados por Washington, la cúpula de la OTAN ya informó que la Alianza no prestará ningún apoyo a Turquía, por tratarse de una acción ofensiva en territorio de otro país no contemplado en el Artículo V del Estatuto de la entidad. Como esto no impidió movilizaciones anteriores como la de Yugoslavia en 1999 y la de Libia, el detalle ahora plantea las turbulencias internas de la Alianza Atlántica, principalmente entre los EUA y los aliados europeos quienes comienzan a cansarse de ciertas imposiciones estadounidenses, casos de Francia y de Alemania, donde ya se discute activamente una necesidad de una política de defensa europea determinada por europeos.

El desarrollo del conflicto, está, igualmente, demostrando una parcialidad de la prensa occidental en relación a todo lo que se diga respecto a Siria, evidenciada en las denuncias de que la Organización para la Proscripción de Armas Químicas (OPCW, siglas en inglés), forjó el informe oficial sobre un supuesto ataque químico del gobierno sirio en 2018, y del reclutamiento de periodistas por el gobierno británico, para producir relatos favorables a la agenda intervencionista en el país.

En el primer caso, a pesar de los numerosos indicios de que el supuesto ataque químico en Dourna en 2018 fue difundido por la organización siria White Helmets, notoria línea auxiliar de los yihadistas, la gran mayoría de los relatos mediáticos reproducen la falsa versión divulgada por la entidad financiada por los gobiernos británico y canadiense.

En enero, un ex-inspector de la OPCW acusó a la organización internacional de divulgar un informe que omitía las conclusiones de su propio equipo  de investigadores, el cual ponía en duda el propio desarrollo del ataque (RT, 24 de enero de 2020).

Dese hace mucho, el aparato hegemónico controla a la OPCW, para encuadrar la actuación de la agencia a su agenda.

En lo segundo, el sitio Middle East Eye reveló que el gobierno británico estableció, desde 2012, una red de elementos de la diáspora siria y periodistas del país, con el objetivo de manipular la percepción pública del conflicto. O, como afirma un documento examinado por el sitio, “reforzar un rechazo popular del régimen de Assad”. La operación era conducida a partir de oficinas en Estambul, Turquía, y Amán, Jordania, con financiamiento de órganos de los gobiernos británico, estadounidense y canadiense (Middle East Eye, 19 de febrero de 2020).

El resultado del conflicto, igualmente contribuirá sobremanera a la consolidación del esfuerzo de integración eurasiática encabezado por China y Rusia, para lo cual Siria despunta como un importante pivote de conexión con el Mediterráneo y Europa. En especial, debido a la intervención rusa, en 2015, Pekín ha actuad tras bastidores en sintonía con Moscú, tanto en las deliberaciones del Consejo de Seguridad de naciones unidas, como proporcionando apoyo económico a Damasco. En diciembre el presidente Bashar al-Assad anunció una serie de conversaciones con Pekín, para asegurar la participación de empresas chinas en la reconstrucción de su país. El contraste con la actitud de Washington es revelador, pues el gobierno estadounidense prohibió a empresas del país participar en la reconstrucción siria, además de la amenaza de imponer sanciones contra empresas extranjeras que pretendan hacer lo mismo.

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