Un fantasma aterroriza a “The Economist”, vocero consentido del poder liberal mundial

 

MSIA INFORMA

En el aniversario 175 años de su existencia, la influyente revista británica The Economist, vocero consentido del poder liberal mundial, demuestra un gran inquietud por el visible desmoronamiento del escenario de hegemonía global, el cual ayudó a construir, desde mediados del siglo XIX, en torno a la supremacía financiera, militar y política y de influencia ideológica del eje anglo-americano. En varios reportajes publicados este año, sus editores piden auxilio para salvar el denominado sistema de “democracia liberal”, sustentado éste en el libre comercio y en una visión utilitarista del mundo.

 

A inicios del año, la edición del 25 de enero fue dedicada al tema central “La próxima guerra: el creciente peligro de un conflicto entre grandes potencias”. En este, mostraba inquietud por la creciente asertividad de Rusia y China, frente a los esfuerzos de los EU para asegurar la hegemonía unipolar disfrutada en el período pos Guerra Fría, y daba un ultimátum a todo el mundo: someterse indefinidamente a semejante estructura de poder o correr el riesgo de una Tercera Guerra Mundial.

 

“Si los EU permiten a China y Rusia instituir hegemonías regionales, sea conscientemente o porque sus políticas son muy inútiles para dar una respuesta idónea, les darán luz verde para alcanzar sus intereses por la fuerza bruta. Cuando esto se intentó por última vez, el resultado fue la Primera Guerra Mundial”, afirma uno de los textos de la edición.

 

En mayo, la edición del día 5 celebró el bicentenario del nacimiento de Carlos Marx con una editorial titulada “Gobernantes de todo el mundo lean a Marx”, destacando la semejanza de la descripción marxista del capitalismo salvaje del siglo XIX con los excesos actuales de la globalización financiera, convertida en un casino global.

 

El texto dirigía un llamado a los centros de poder económico y financiero, para encontrar un analgésico a los dolores causados por las injusticias de del cáncer de la usura global. Caso contrario, advertía, se abrirá el camino al ascenso de regímenes “populistas”, etiqueta usada para calificar a cualquier intento contrario al orden establecido por el eje de poder anglo-americano. Por consiguiente, el mensaje era el de mantener al mundo confinado en una falsa dicotomía como la vigente durante la Guerra Fría, entre el libre comercio o el colectivismo marxista, siendo este substituido por el “populismo”.

 

En la edición del 13 de septiembre, la conmemorativa del 175 aniversario, se publica uno titulado “Reinventando el liberalismo para el siglo 21”. En el largo texto continua la escalada del pánico del establishment ante el evidente desgaste de su visión del mundo maniqueista. “El liberalismo está bajo ataque”, grita la revista:

 

“El ataque es una respuesta a la ascenso de personas identificadas por sus detractores…como la elite liberal. La globalización del comercio mundial; índices de migración históricamente altos; y un orden liberal mundial con base en la premisa de los Estados Unidos proyectando un poder duro: todas estas cosas son las que la élite viene procurando crear y sustentar. Son cosas que la élite ha hecho bien, congratulándose por su adaptabilidad y apertura a los cambios. En ocasiones, benefician apenas a una franja menor de población; en ocasiones, se consolidan a expensas de esa franja”.

 

Como “enemigos” de este orden liberal, la revista incluye a los “políticos y movimientos populistas” y a las “potencias ascendentes”, destacando a Rusia y a China. Entre los primeros cita nominalmente al presidente estadounidense Donald Trump, al eurodiputado nacionalista británico Nigel Farage, al Movimiento 5 Estrellas italiano y al premier húngaro Viktor Orbán.

 

Curiosamente, a la siguiente semana, la revista dedicó su portada al candidato presidencial brasileño Jair Bolsonaro, etiquetándolo como la amenaza más reciente hacia América Latina” y encuadrándolo entre los “populistas”, a cuya lista, además de los citados anteriormente (excepto Farage), agregó al brasileño, hasta el momento líder en las encuestas en la elección presidencial, el filipino Rodrigo Duarte, al italiano Matteo Salvini y al mexicano Andrés Manuel López Obrador. “Bolsonaro puede ser un agregado particularmente nefasto al club”, lamenta el texto.

 

Sistema liberal versus Estado soberano

Evidentemente, las políticas puestas en práctica por Trump, Orbán, Duterte y Salvini, aunque representen una revuelta contra el sistema globalista, con diversos matices, por lo menos hasta ahora, no representan de por sí, alternativas a la máquina de producción de desigualdades representada por el orden liberal defendida por la revista. Lo que les falta es emprender un viraje histórico, para liberarse del sistema liberal y optar por una concepción superior de lo que significa un sistema económico capaz de sustentar la apremiante refundación de los Estados nacionales, seriamente perjudicados por la corriente de pensamiento defendida por la revista desde su fundación.

 

The Economist fue fundada en 1843, con la finalidad explícita de hacer campaña contra las llamadas “Leyes del Cereal” (Corn Laws), conjunto de tarifas proteccionistas de producción local de alimentos, las cuales se encontraron en vigor entre 1815 y 1846, cuya revocación señalizó el “libre comercio total” como la directriz fundamental de las políticas económicas británicas.

 

Con la publicación del “Manifiesto Comunista”, de Marx y Engels, en 1848, los estrategas liberales, que tenían en su revista una de sus fortalezas, pasaron a disponer de la contrapartida necesaria al cultivo de la falsa dicotomía de la economía política promovida hasta hoy, como si fueran las únicas alternativas disponibles. Por si las dudas, semejantes círculos promovieron la obra de Marx (quien vivió en Inglaterra de 1849 hasta su muerte en 1883 y está enterrado en Londres), que sabían era inocua en tanto una seria crítica al sistema colonial británico.

 

Por otro lado, esta era perfecta para proporcionar una descomposición de los Estados nacionales, siendo astutamente inflada para servir como contrapeso al sistema económico opuesto, el cual amenazaba al poderío británico en la segunda mitad del siglo XIX: el Sistema Americano de Economía Política o Sistema Americano de Economía Nacional, instrumento con el cual las antiguas colonias de América del Norte se liberarían del yugo británico y construyeron una próspera nación industrial soberana.

 

Uno de los más notables representantes de este sistema, todavía hoy vigente fue el gran economista Henry Carey (1793-1879), quien concebía a la economía como un proyecto civilizatorio y fue devastador en su polémica contra el sistema británico de libre comercio, llamado por él genéricamente “sistema ricardiano-malthusiano”. En su libro Armonía de Intereses, publicado en 1851, apenas ocho años después de la fundación de The Economist, estableció las diferencias básicas entre los dos sistemas.

 

Carey y la economía que crea civilización

La escuela de Carey et al, ve a la economía política no solamente como algo más que una organización material de la sociedad, sino como un substrato que crea o destruye naciones y civilizaciones. A propósito, vale mencionar al fraile dominicano Raymond L. Bruckberger, quien vivió ocho años en los EU después de la Segunda Guerra Mundial y escribió uno de los más lúcidos análisis de las bases fundamentales de la nación estadounidense. Así identifica la cuestión:

 

“Todavía hoy, no se puede refutar a Marx eficazmente si no se rechazan al mismo tiempo a Adam Smith, Ricardo, Malthus y todos los grandes economistas de la tradición capitalista, tal y como Henry Charles Carey parece haberlo comprendido bien. Marx solamente lleva más adelante esta tradición, la desarrolló y lanza ciertas consecuencias nuevas, pero no solamente no sale de ella sino quela reconoce como suya, la prestigia intelectualmente, ella le parece irrefutable. Aun cuando combate al sistema burgués y pretende derrumbarlo, permanece prudentemente dentro de este sistema (…)

 

“Carey…atribuye a esta asociación de fuerzas y de producción un objetivo a largo plazo,  muy elevado, una finalidad más imperiosa del simple dominio sobre la naturaleza. Carey da estas inesperadas palabras: ‘El objetivo final de todo esfuerzo humano es la producción de ese ser que sabemos es el hombre, capaz de las más altas aspiraciones’…Más allá de lo economía política, lo que Carey pretende construir es una teoría de civilización…Carey observó que todos los poderes conquistados sobre la naturaleza, todas las riquezas adquiridas por el trabajo de nada sirven, si estos poderes y estas riquezas no son finalmente puestas al servicios del hombre quien las utiliza para sus propios fines humanos…

 

“Lo que Carey no perdona a la escuela inglesa de economía política es dar por objetivo para la entera civilización la persecución, no de la felicidad, sino de la riqueza y del poder, degradar al hombre al nivel de una conquista que queda por debajo de él, porque la fuerza y el bienestar son también el ideal del bruto: olvidar a los hombres y la naturaleza humana para aplicar pretendidas leyes que reducen al hombre al nivel de los animales”.

 

Regresando al “auto de fe” de The Economist, después de afirmar que los liberales “han sido típicamente reformadores”, los editorialistas apuntan que la salida al impasse está en la reinvención del liberalismo. “El liberalismo necesita hoy huir de la identificación con las élites y el statu quo y retomar ese espíritu reformador”.

 

La cuestión clave es que la única reforma posible para un sistema epitome de las “estructuras de pecado social”, sembrando injusticias, favoreciendo conflictos por el control de recursos, aumentando las desigualdades, y en el campo cultural la destrucción de la dignidad del hombre, es su substitución por un sistema compatible con la grandeza de las naciones. El liberalismo y su componente filosófico, el utilitarismo, ha demostrado históricamente que no responde a esas grandes metas.

Imagen: es.123rf.com

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