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La revista británica The Economist se unió a la feroz campaña del aparato ambientalista-indigenista internacional contra la política ambiental del gobierno del presidente Jair Bolsonaro. En la edición del 1 de agosto, la portavoz del sistema financiero centrado en la City de Londres publicó una virulenta portada con el provocativo título de “Funeral para la Amazonía”, acompañado de un insidioso subtítulo: “Brasil tiene el poder de salvar la selva más grande de la Tierra -o de destruirla.”
El reportaje se inserta en la escalada de acciones del poderosos aparato ambientalista indigenista, en respuesta a la orientación del gobierno de reducir el poder de las ONG, que prácticamente dictan la política ambiental. Por el momento, aquellas se movilizan para mantener intocable el Fondo Amazonía, programa financiado por los gobiernos de Noruega y de Alemania, comprometidos con la torcida visión de las ONG, como lo fue claro en la visita al país del ministro alemán de Cooperación Económica, Gerd Müller, a principios de julio.
En tono apocalíptico, el texto de The Economist repite los lugares comunes habituales sobre la supuesta importancia de la cuenca del Amazonas para el planeta:
“Las selvas, todavía un medio de vida para 1 500 millones de personas, mantienen ecosistemas locales y regionales y, para los otros 6 200 millones, proporcionan un -frágil y débil- biombo contra los cambios climáticos. (…)
“En ningún otro lugar hay más en juego que en la cuenca amazónica -y no sólo porque ella abarca 40 por ciento de las selvas ecuatoriales de la Tierra y abriga el 10 ó el 15 por ciento de las especies terrestres del mundo. La maravilla natural de América del Sur puede estar peligrosamente cercana a un punto de no retorno, a partir del cual su transformación en algo parecido a una estepa no se podría detener ni corregir, aunque las personas abandonen sus hachas. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, está acelerando el proceso -en nombre, dice, del progreso. El derrumbe ecológico que pueden provocar sus medidas se sentiría de forma más aguda dentro de las fronteras de su país, que abriga 80 por ciento de la cuenca – e iría mucho más allá de ellas. Eso debe evitarse”.
Grito de guerra
Más delante, el texto lanza una amenaza abierta y muestra posibles líneas de argumentación tendientes a aumentar la ofensiva contra el país, incluyendo desencadenar una guerra comercial:
“El presidente de Brasil descalifica tales descubrimientos, así como lo hace con la ciencia de forma más amplia. Acusa a los extranjeros de hipocresía -¿los países ricos no derrumbaron sus propios bosques?- y, en ocasiones, de usar el dogma ambiental a manera de pretexto para mantener pobre a Brasil.
“Excepto que no es. Una “muerte” (dieback, en el original) afectaría directamente a los otros siete países con los que Brasil comparte la cuenca del río. Reduciría la humedad canalizada a lo largo de los Andes, inclusive hasta Buenos Aires. Si Brasil estuviese cortando el paso de un río real, en lugar de estrangular un área, las naciones, con justicia, podrían considerar esto como un acto de guerra. En la medida en la que el vasto almacenamiento de carbón amazónico se queme o se pudra, el mundo podría calentarse hasta 0.1 de un grado más antes del 2100 -no es mucho, se podría pensar, pero la menta buscada por el acuerdo climático de París permite un calentamiento extra de tan sólo 0.5 de un grado, o algo en torno de eso.
“Los otros argumentos del señor Bolsonaro también están equivocados. Si, el mundo rico derribó sus bosques. Brasil no debería copiar sus errores, sino aprender de ellos, como, digamos, hace Francia, que reforesta todo lo que puede. La paranoia sobre los esquemas occidentales no es más que eso. La economía del conocimiento valoriza la información genética secuestrada en la selva más que la tierra o los árboles muertos. Aunque no fuese así, la deforestación no es un precio necesario del desarrollo. (…)
“Por todos esos motivos, el mundo debería dejar claro al señor Bolsonaro que no tolerará su vandalismo. Las empresas de alimentos, presionadas por los consumidores, deberían desdeñar la soya y la carne producidas en tierras amazónicas deforestadas ilegalmente, como hicieron por allá de 2005. Los socios comerciales de Brasil deberían hacer acuerdos condicionados a su buen comportamiento.
“El acuerdo firmado en junio entre la Unión Europea y el Mercosur. Bloque comercial sudamericano del que Brasil es el miembro más grande, ya incluye previsiones para proteger el bosque ecuatorial. Aplicarlas es del mayor interés de las partes. Lo mismo va para China, que está angustiada con el calentamiento global y necesita de la agricultura brasileña para alimentar su ganado. Los firmantes ricos del acuerdo de París, que se comprometieron a pagar a los países en desarrollo por plantar árboles consumidores de carbono, deberían hacerlo. La deforestación responde por el 8 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, pero atraen tan sólo 3 por ciento de la ayuda destinada para el combate de los cambios climáticos”.