“Uno es el cazado y ellos son los cazadores”, así define el capitán Juan Carlos Sánchez el papel que asumen las Fuerzas Armadas ante los brutales choques con miembros de los cárteles de las drogas en la ciudad fronteriza de Reynosa, uno de los lugares más violentos de México.
A bordo de un Sandcat, un vehículo fuertemente blindado y con un arma de alto poder en el techo, Sánchez realiza, junto a dos compañeros, un patrullaje por algunas de las zonas más conflictivas de este municipio ubicado en el norteño estado de Tamaulipas.
Desde hace unos días, esta ciudad, un importante motor económico por sus maquilas, amanece en relativa calma. Pero antes de esto, enero cerró con una serie de sucesos que recuerdan la peligrosidad que la acompaña desde hace más de una década. En distintos choques entre fuerzas federales y narcotraficantes, en los que abundan armas de fuego de alto calibre, fallecieron al menos diez personas, entre ellas un militar.
También hubo decenas de los llamados narcobloqueos, cuando miembros del crimen organizado paralizan calles y avenidas atravesando e incendiando vehículos pesados.
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