Mouris Salloum George*
En física no hay vacíos. En política no hay vacíos de poder.
El título de esta entrega no se refiere a la bizantina discusión por la que se trató de declarar la desaparición de poderes en Veracruz, Tamaulipas y Guanajuato.
Trata de un cóctel de mecha corta en el que están mezclados los poderes constitucionales y los poderes fácticos. Los segundos, institucionalizados por la vía de la impunidad.
Una perspectiva de ese explosivo fenómeno, la datamos en la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985. Frente a la catástrofe provocada por los terremotos, los poderes públicos se quedaron pasmados.
Una espontánea reacción de la sociedad civil se hizo cargo de la pavorosa situación. Ahí surgieron los primeros movimientos sociales emergentes que, al correr del tiempo, dieron cuenta del viejo régimen en la sede de los Poderes de la Unión. Un signo de naturaleza democrática.
En 2006, Calderón declaró su guerra contra el crimen organizado. A finales de su sexenio se dieron dos peritajes: 1) Está roto el tejido social, y 2) En señalados espacios del territorio nacional, el Estado ha sido desplazado por los cárteles que medran con el tráfico de drogas, armas y personas.
Se implantó entonces la odiosa figura del Estado fallido. Un signo de naturaleza criminal, que se profundizó en el mandato de Peña Nieto.
Cuando el huevo de la serpiente se abre, no hay poder humano que contenga la proliferación de letales reptiles.
Ni falta hace que el Senado aplique el proceso de desaparición de poderes constitucionales. Después de que salvaron el pellejo los gobernadores de Veracruz, Tamaulipas y Guanajuato, en Michoacán, Guerrero y Sinaloa se dieron pruebas de cómo masca la culebra.
Lo dicho: En Política, no hay vacíos de poder.