Jonathan Tennenbaum*
La energía nuclear, en su forma actual de fisión nuclear, genera el 14 por ciento de la electricidad del mundo. Existen hoy 450 reactores nucleares en operación en todo el mundo y otros 52 en construcción. En 2019 entraron en operación cuatro reactores; dos en China, uno en Rusia y uno más en Corea del Sur. Un total de 15 reactores están programados para entrar en operación este año, en China, India, Japón, Corea del Sur, Rusia, Bielorrusia, Eslovaquia y la República Árabe Unida.
Los números pueden impresionar, pero esa nueva capacidad es claramente insuficiente para reducir al mínimo que sea las emisiones mundiales de bióxido de carbono (CO2). No obstante, a pesar de los accidentes de Chernóbil y de Fukushima, la energía nuclear sigue siendo considerada en todo el mundo una fuente confiable y económica de electricidad, con un gran potencial de expansión futura. Con la tecnología disponible de regeneración de uranio y torio -considerando que se utilice a gran escala-, el volumen de combustibles nucleares viables económicamente sería suficiente para que la energía nuclear abasteciese el equivalente a todo el consumo actual de electricidad durante siglos.
Se debe tener en mente que, de un kilogramo de uranio enriquecido, los actuales reactores de agua ligera (LWR, por sus siglas en inglés) pueden extraer energía equivalente a cerca de 150 000 kilogramos de carbón. En el caso de un reactor generador de uranio (“breeder”), la equivalencia sube a más de un millón de kilogramos de carbón. Una proporción semejante se aplica al torio en un reactor regenerador.
La respuesta de Francia al “choque del petróleo”
¿La energía nuclear podría expandirse con rapidez suficiente para eliminar el uso de combustibles fósiles en la generación de electricidad en un futuro próximo? En la práctica, sería suficiente que los reactores nucleares generasen entre el 75 y el 80 por ciento de las necesidades de electricidad, si las fuentes renovables se emplearan de manera racional.
75 por ciento de la electricidad, aproximadamente, de Francia se genera hoy en plantas nucleares, lo que le da al país uno de los índices más bajos del mundo de emisiones de CO2 por unidad de electricidad generada (los niveles más bajos corresponden a países con gran disponibilidad de energía hidroeléctrica). La hazaña francesa fue producto, principalmente, de la crisis del petróleo de 1973, que reveló la vulnerabilidad de la economía del país a las perturbaciones en su abastecimiento externo de energía. En ese momento se adoptó la consigna “No tenemos petróleo, pero tenemos ideas.”
En un discurso trasmitido en la televisión nacional en marzo de 1974, el primer ministro Pierre Messmer anunció un plan ambicioso para convertir la generación nuclear en la base del sistema de energía francés: “Francia no fue favorecida por la naturaleza con recursos energéticos… Casi no hay petróleo en nuestro territorio, tenemos menos carbón que Inglaterra y Alemania y mucho menos gas que Holanda… Nuestra gran oportunidad es la energía eléctrica de origen nuclear… Daremos prioridad a la electricidad y, en la electricidad, a la electricidad nuclear.”
La expansión de la energía nuclear, siguiendo el Plan Messmer, tuvo un ritmo acelerado. Durante la década de 1980, 44 nuevas centrales nucleares se pusieron en operación, una media de cuatro por año. Casi todas tenían un proyecto que seguía un patrón de dos tipos primarios de reactores con potencias de 900 MW y 1 300 MW. Este patrón redujo bastante los costos y los plazos de construcción, que, para la mayoría de las plantas, fue de entre 5 y 7 años.
En menos de 15 años, entre 1975 y 1990, la proporción de generación nuclear en el parque eléctrico francés saltó de 7 por ciento a más de 75 por ciento. El resultado fue un éxito económico general y tuvo un amplio apoyo de la población.
¿Qué podemos aprender de la movilización francesa por la energía nuclear, luego del “choque del Petróleo”? No hay razón para que algo semejante no se pueda hacer a escala mundial, si los gobiernos adoptarán las medidas adecuadas. La noción de que la energía nuclear podría inaugurar una era de producción de energía libre de CO2 no es, de ninguna forma, un sueño utópico. Esto se aplica a por lo menos la generación de electricidad, que, actualmente, responde a cerca de 40 por ciento de las emisiones de CO2 del mundo.
El error de los ambientalistas
La ironía de la situación es que el movimiento ambientalista es, en gran medida, responsable de la continua dependencia de las plantas termoeléctricas de carbón y de gas natural.
Es perfectamente concebible que hoy tuviésemos electricidad sin CO2 en casi todo el mundo, de no ser por las intensas campañas contra la energía nuclear, construidas continuamente por más de medio siglo, en Estados Unidos y en Europa Occidental.
Aunque existan buenas razones para preocuparse con la seguridad de las plantas nucleares, lo que analizaremos más adelante, la oposición política a la energía nuclear ha sido, en general, caracterizada por la ideología y la histeria, en lugar de la racionalidad.
A mi manera de ver, las respuestas racionales a los accidentes de Chernóbil (1986) y de Fukoshima (2011) habría exigido innovaciones fundamentales en el proyecto y en la operación de las plantas nucleares -como las que describiré más adelante-, en lugar de tratar de obstaculizar el desarrollo de la tecnología de generación nuclear.
Se debe notar que, aun considerando Chernobyl y los demás accidentes nucleares, las pérdidas de vida humanas atribuibles a las plantas nucleares fueron insignificantes, si se compara con los números de las de los combustibles fósiles.
En lo tocante a las energías renovables, los costos humanos son difíciles de evaluar, pero, ciertamente, son mucho más altos que los de la energía nuclear. El motivo es obvio: el número tan grande de unidades necesarias para generar una determinada producción. Existen en la actualidad cerca de 350 mil turbinas eólicas que operan en todo el mundo, una parte de las cuales construidas en torres de 100 o más metros de altura. El sentido común indica que los accidentes ocurrirán constantemente durante la construcción y la operación de dichas estructuras.
El sitio de internet National Wind Watch deja ver un flujo constante de heridos y de muertes, sin dudad, no notificados por un gran factor; el sector de la energía eólica no está obligado a reportar los accidentes.
La instalación y el mantenimiento de millones de paneles solares en tejados residenciales constituyen otra fuente significativa de lesiones y de muertes relacionadas con las fuentes renovables.
La lección aquí debe ser la de que no existen soluciones perfectas y “suaves”; no hay forma de generar energía a la escala exigida por el mundo sin incurrir en riesgos y perdidas, que deben considerarse seriamente, de manera racional. Los esfuerzos para reducir el consumo de energía también involucran riesgos y perdidas.
Por otra parte, es positivo constatar los cambios de actitud de ambientalistas importantes, que antes eran apasionadamente opuestos a la energía nuclear. Por ejemplo, la baronesa Brynoy Worthington, coautora de la Ley de cambios climáticos de Gran Bretaña y directora de la filial europea del Environmental Defense Fund (EDF), se convirtió en una defensora de los reactores de sal fundida.
Necesitamos reactores modernos
La energía nuclear es una tecnología extraordinariamente compleja y de uso de grandes volúmenes de capital. Tan grandes son los desafíos científicos y técnicos de dominar las reacciones de fisión nuclear como fuente de energía, que es difícil imaginar como la energía nuclear civil habría aparecido de no ser por los enormes recursos dedicados a la creación de armas nucleares durante la Segunda guerra mundial y la Guerra fría.
Se puede admirar la facultad creadora, la osadía y el virtuosismo técnico de los ingenieros y científicos nucleares en las décadas de 1950 y 1960. Un vasto dominio de aplicaciones de energía de fusión fue estudiado con la ayuda de experimentos y de prototipos de dispositivos. Prácticamente todas las ideas importantes en el campo de la energía nuclear, en particular los tipos de reactores “modernos” en construcción ahora, nacieron en forma embrionaria en aquel periodo inicial.
Hoy ya es un habito proyectar y simular reactores en pantallas de computadoras, sin llegar nunca a construirlos. En aquellas décadas, por otro lado, el progreso acompañaba la construcción de sistemas reales y el estudio de su desempeño.
En la transición a la producción comercial de electricidad por medio de reactores nucleares, por desgracia, la mayoría de los proyectos innovadores de reactores creados en el periodo inicial fue descartada, en favor de un único tipo elemental: el reactor de agua ligera (LWR). El punto de partida de Occidente fue el exitoso programa de la Marina de Estados Unidos para crear reactores para la propulsión de submarinos. Hasta el día de hoy los otros tipos de reactores, como los reactores regeneradores (“fast breeder reactors”) han tenido tan solo un papel marginal.
En retrospectiva, la fijación en los LWR como columnas de la energía nuclear civil, con la virtual exclusión de otros tipos, fue un error. El principal motivo fue la reducción de costos en el campo de la investigación (R&D Research and Development), más que las ventajas intrínsecas de los reactores LWR. Con la falta de opciones creadas, la energía nuclear quedo apresada por las limitaciones de los LWR. Es preciso corregir esa limitación.
* MSIa Informa