Jonathan Tennenbaum*
En ciertas ocasiones, una nación necesita lanzar un plan de movilización económica a gran escala. En general, esto ocurre en tiempos de guerra o preparación para un posible conflicto, de modo que expanda rápidamente la producción de armas y otros bienes necesarios para la capacidad bélica del país.
Hoy, muchas naciones del mundo se confrontan con la necesidad de un tipo diferente de movilización, para revertir el acelerado proceso de desintegración económica, social y política, el cual amenaza la propia existencia de las sociedades civilizadas.
En vez de armas, naciones como, México, Brasil, y en general Iberoamérica, necesitan de millones de empleos decentemente remunerados.
Urge transformar sus empobrecidas y degradadas áreas urbanas y rurales en lugares donde las personas puedan vivir con dignidad y salud, casas modernas, sanidad, escuelas, hospitales, transporte público eficiente y otros servicios esenciales. Es un imperativo modernizar y expandir su infraestructura vital, utilizando las tecnologías del siglo XXI, además de mejorar rápidamente los niveles educacionales de la población, inclusive con una drástica expansión del acceso a la enseñanza superior gratuita. Todo esto requiere una movilización de la fuerza de trabajo y de recursos productivos de cada país, de una manera sistemática. Sin esto, el bien común es meramente una palabra elocuente.
En contraste con lo que ocurre con más frecuencia en tiempos de guerra, una movilización económica necesaria hoy no requiere medidas dictatoriales, en un sentido político. Sin embargo, ella requiere que los países sean liberados de las garras de las políticas neoliberales, que han ocasionado un brutal pillaje de las naciones en nombre de la “libertad de los mercados”.
Esto implica, sobre todo, cambiar la manera como los gobiernos, empresarios y la población piensan la economía. Implica lanzar una discusión pública seria, para llegar a un nivel suficiente de consenso político sobre lo que debe de hacerse.
La comparación con una movilización militar es instructiva por varias razones. El hecho de que la sobrevivencia y el futuro del país estén en juego vuelve más urgentemente necesario que se piense claramente, se dejen de lado las ilusiones y se concentren en las prioridades, sin desperdiciar tiempo y recursos preciosos en asuntos terciarios. Esto fuerza a las personas a pensar en términos de intereses colectivos, de conquistar una victoria para toda la sociedad, en lugar de que determinados grupos se empeñen en obtener ventajas a costa de los demás.
Si una movilización económica fuera adecuadamente organizada, virtualmente todos serán “vencedores”. La principal prioridad no es redistribuir la riqueza existente, sino expandir rápidamente las riquezas reales de la nación, asegurando, al mismo tiempo, que la mayor parte de las ganancias se destinen a la mejora de los verdaderos niveles de vida, educación, salud y empleo para las masas de la población.
Tal vez, el mayor obstáculo para que esto se haga, es que, hoy, la mayoría de las personas piensa sobre economía y riqueza, en términos de dinero. Las personas tienden a pensar que la falta de dinero es la causa de sus problemas económicos: poco dinero para inversiones, poco dinero para consumo, dinero insuficiente para la educación, infraestructura, etc.
Por su parte, los políticos intentan aumentar su popularidad prometiendo más dinero para varias actividades, para los pobres o, hasta, para todo el mundo. Los debates económicos se concentran en los precios, ingresos, deuda, impuestos, balanzas comerciales, gastos públicos, etc. De una forma un tanto estúpida, el éxito o fracaso de las políticas económicas es evaluado con el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) –engañosa medida basada en precios del mercado, que no distingue entre, por ejemplo, la producción de alimentos y la renta derivada de la especulación financiera o de la jugada en los casinos. Las personas tienden a olvidar que el dinero es solamente papel o, en la era de las transacciones computarizadas, apenas bits de información.
Ciertamente, el dinero es un instrumento indispensable para las actividades económicas; el dinero intermedia los millones de intercambios, acuerdos y decisiones efectuadas diariamente. Pero no podemos comer dinero; no podemos construir casas, fábricas o aviones con dinero; el dinero no cura enfermedades o educa personas. Obviamente, todo esto necesita ser producido, generado, construido y mantenido por procesos físicos reales –procesos de transformación de materia y energía en agricultura, industria, transporte y otras formas de actividades físicas, aplicaciones de la ciencia y de la tecnología y, sobre todo, por el trabajo físico y mental de los seres humanos, cuyas vidas y actividades dependen de un suministro constante de bienes y servicios. Esto es la economía real –la economía física-en oposición al mundo “virtual” de las transacciones financieras. Difícilmente, alguien discrepa de esto, pero cuando se trata de política y de vida cotidiana, las personas casi siempre piensan en economía en términos de dinero.
Supongamos, por ejemplo, que una región dada necesite, con urgencia, de la construcción de nuevas carreteras, infraestructura de sanidad, expansión de la red eléctrica, escuelas, instalaciones médicas, etc. Alguien hace una lista de los 20 proyectos más importantes. Todos concuerdan en que hacen falta desde hace mucho tiempo. Entonces, ¿cuál es el problema? Una respuesta típica será: “Estos proyectos son importantes y necesarios, pero, por desgracia, no hay dinero para ellos”.
Sin embargo, bajo la óptica de la economía física, tal raciocinio es absurdo. Lo que se debería preguntar en primer lugar, son cuestiones del tipo: “¿Tenemos la fuerza de trabajo disponible en la región (o país), para pulsar esos proyectos? ¿Tenemos un abastecimiento adecuado de material d construcción? ¿Disponemos del equipo necesario? Si no, ¿podemos producirlo? ¿Cuánto tiempo llevará? ¿Tenemos las tecnologías y el know how necesarios?” y así por el estilo.
En otras palabras, el primer tema crucial es determinar si la región o nación dispone de los medios físicos (incluyendo la fuerza de trabajo) necesarios para realizar los proyectos, al mismo tiempo en que mantiene las demás actividades requeridas por la economía. Para abordar estas cuestiones de una manera adecuada, necesitamos de una visión panorámica sobre la manera con la cual la economía de una nación como un todo produce y utiliza sus recursos productivos – o su ciclo de inversiones físicas.
Esto incluye la determinación de si la economía está generando una “ganancia física” en términos de expansión de recursos productivos disponibles para el desarrollo. En caso negativo, esto es, si la economía se estuviera contrayendo en términos físicos reales, será necesario encontrar una manera de remediar la situación. Naturalmente, en este contexto, es relevante estimar los probables impactos de un conjunto dado de proyectos sobre el potencial de la economía para generar una creciente ganancia física en el futuro. Semejantes impactos dependen no solamente de los proyectos en sí, sino de a trayectoria general del desarrollo de la economía como un todo. La trayectoria de desarrollo puede ser analizada en términos de cambios en las relaciones insumo-producto entre los sectores o subsectores de la economía, en que un papel clave es desempeñado por el uso de la mano de obra y otros recursos productivos, así como el nivel de tecnología empleado.
Actualmente, todas las grandes naciones del mundo disponen de vastos recursos productivos que están ociosos o mal utilizados. Con políticas económicas adecuadas, estos recursos podrían transformarse en un poderoso “combustible” para la recuperación y la expansión de la economía real. El recurso productivo número uno es, naturalmente, la fuerza de trabajo de la nación, inclusive los que están desempleados, subempleados o integran la categoría de “desempleo oculto”.
En los llamados países en desarrollo, decenas de millones de personas viven en ciudades perdidas, sin casa y sanidad decentes, con un gran número de adultos jóvenes desocupados. ¿Por qué no involucrarlos en la reconstrucción de sus propios vecindarios y en otras tareas urgentes requeridas por la sociedad? El foco central de cualquier movilización económica debe ser el aprovechamiento del potencial creativo y productivo de la población de una nación.
Estos tópicos son tratados en detalle en mi libro, A Economia física do desenvolvimento nacional (La Economía Física de desarrollo nacional, publicado por la editorial Capax Dei.
El aspecto central a enfatizarse es que las cuestiones esenciales ¡no tienen nada que ver con el dinero! Una vez que un proyecto haya sido adecuadamente elaborado y considerado factible y deseable en términos económico-físicos, el financiamiento es, esencialmente, una cuestión técnica. Suministrar un armazón general adecuado para solucionar el problema requiere que el sistema financiero y las políticas financieras de una nación estén estrictamente subordinados a los requisitos de la economía física.
Esto, por su parte implica descartar los modelos neoliberales actualmente dominantes. En mi libro, yo argumento –y cito ejemplos históricos de varias naciones avanzadas- que cualquier trayectoria de desarrollo económico, que sea viable en términos físicos, tecnológicos y de recursos humanos, en principio, puede ser financiado. Los obstáculos principales son de naturaleza política y subjetiva –lo que nos lleva de vuelta al concepto de movilización económica.
La movilización económica de los EUA, en la II Guerra Mundial, nos brinda algunas lecciones importantes al respecto. Recuérdese que, desde un punto de vista económico, financiero y social, los EUA se encontraban en condiciones bastante malas, antes de la movilización. La política del llamado New Deal había ayudado a superar algunos de los peores efectos de la Gran depresión, pero la recuperación económica se demoraba.
De hecho, efectivamente, la Gran Depresión solamente terminó con la movilización hacia la guerra. En 1935, Eleanor Roosevelt, esposa del presidente Franklin Roosevelt, describió la situación de los jóvenes en el país de una manera que suena familiar en muchas naciones de hoy en día. “Vivo un terror real cuando pienso que podemos estar perdiendo esta generación. Tenemos que traer esos jóvenes hacia la vida activa de las comunidades y hacer que ellos sientan que son necesarios”. Hubo una severa recesión en 1937-38. En 1939, el desempleo oficial superaba el 17% y la industria operaba al 72% de su capacidad. El ingreso nacional y los índices de producción agrícola e industrial eran inferiores a los de antes de la Depresión.
Esa precaria situación persistió hasta el poderoso choque desatado por el ataque japonés a la flota estadounidense en Pearl Harbor, Hawai el 7 de diciembre de 1941. El choque, seguido por la declaración de guerra contra Japón y Alemania, transformó radicalmente la actitud subjetiva de la población, lanzando las bases para una de las mayores movilizaciones económicas de la Historia. “Poderosos enemigos deben ser combatidos y superados en la producción”, dijo el presidente Roosevelt al Congreso, menos de un año después de Pearl Harbor. “No es suficiente producir apenas algunos aviones de más, algunos tanques de más, algunos cañones de más, algunas naves de más, que puedan ser lanzados contra nuestros enemigos. Debemos superarlos de modo que no haya duda sobre nuestra capacidad de proveer una superioridad abrumadora de equipos, en cualquier teatro de guerra mundial”, aseguró.
La movilización económica fue bien organizada, siguiendo los principios de la economía física, y se benefició de una estrecha simbiosis entre el gobierno y la industria privada innovadora. En el período que se siguió hasta el fin de la guerra, en 1945, la producción total de bienes manufacturados en los EUA aumentó un 300%. La productividad del trabajo se disparó. Un papel crucial fue desempeñado por la introducción generalizada de nuevos bienes de capital en la industria, nuevos métodos productivos y un eficiente sistema de diseminación de la información y la tecnología. Del ángulo subjetivo, la movilización de guerra no debilitó la industria civil; al contrario, lanzó las bases para una vasta expansión económica ocurrida en el país, después del conflicto.
Actualmente, los choques generados en todo el mudo por la crisis que se profundiza, es una singular oportunidad para que las naciones movilicen sus economías, para despegar las energías creativas de la población y mejorar rápidamente las condiciones de vida objetivas y subjetivas de las personas, con base en su propio trabajo. Esta será una movilización para la paz, en vez de para la guerra –una movilización para revertir la espiral descendente de desintegración social, económica y política que afecta hoy a gran parte del planeta.
* MSIa Informa