MSIa Informa
El pasado 10 de julio, el presidente turco, Recep Erdogan, anunció en cadena nacional de televisión el decreto para la conversión de la histórica Basílica de Santa Sofía (Hagia Sophia) de Estambul en mezquita y que los servicios religiosos se iniciarán a partir del viernes 24 del presente mes. La basílica, construida en el siglo VI por el emperador romano Justiniano y símbolo del cristianismo ortodoxo, fue convertida en mezquita luego de la toma de la entonces Constantinopla por el sultán otomano Mehmet II en 1453, y en museo en 1934, durante la creación de la moderna Turquía secular por Mustafa Kermal Atatürk (1923-1938).
La iniciativa de Erdogan es una maniobra peligrosa y provocadora, que refleja una combinación de turbulencias económicas y políticas internas con su antigua y notoria ambición de desmantelar el Estado secular “kemalista”, para sustituirlo con la reedición del Califato neo otomano, evidentemente, él mismo en el papel de “sultán”, un líder simbólico del Islam sunita, coronado por los 18 años ininterrumpido de poder.
El manifiesto triunfalista de Erdogan, saludado por sus fieles seguidores y por islamistas radicales, dentro y fuera de Turquía, da la medida a su ansia de poder ysus ambiciones. Así, afirmó, la “resurrección (sic) de Hagia Sophia” es “precursora de la liberación del Domo de la Roca (santuario musulmán de Jerusalén –n- de e.)” y “un saludo a todas aquellas ciudades simbólicas de la civilización, de Bucara (Uzbekistán) a Andalucía (España) –referencias obvias al periodo áureo de la expansión del Islam, alrededor del siglo X.
El Estado islámico no lo diría mejor
La audacia de Erdogan se desprende de su confianza en que no tendrá grandes problemas internos o externos para proseguir con sus planes. En el primer caso, por el hecho de que las Fuerzas Armadas, el principal pilar del secularismo “kemalista”, se encuentran bastante desgastadas por el intento de golpe de Estado de 2016 y difícilmente tendrán condiciones de ejercer influencia significativa. En el segundo, por la indiferencia generalizada de las potencias occidentales con relación a la agresiva política exterior del otro igualmente belicoso y longevo líder regional, el premier israelí Benjamín Netanyahu, y su plan de consolidar a Jerusalén como la capital “una e indivisible” de Israel.
Las mismas potencias, además, han guardado silencio sistemáticamente ante la virtual “temporada de caza” abierta contra la comunidades cristianas en el Gran Medio Oriente, desde la primera década del siglo, ensayada por las catastróficas intervenciones militares de Estados Unidos y de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la región, en particular en Irak, en Libia y en Siria, países que, no por coincidencia, se destacaban por tener regímenes seculares en medio de una multitud de vecinos teocráticos.
La truculencia del “sultán” recibió algunas críticas duras. El Patriarcado ortodoxo de Moscú la consideró una bofetada en la cara de todo el cristianismo, lo aseveró el Metropolitano Hilarón, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El Patriarca caldeo, cardenal Luis Raphael Sako, la calificó de “acto grave” contrario a la solidaridad necesaria en una región tan conflictiva. Y el Papa Francisco lamentó la iniciativa.
No obstante, es improbable que pase mucho de eso. Así como los actos agresivos de Israel no suelen provocar más que lamentos retóricos, el regreso de Santa Sofía a su condición anterior a 1934 deberá transcurrir sin mayores percances para Erdogan. En este sentido, Santa Sofía y Jerusalén son sólo dos caras de la misma moneda de la geopolítica que mantiene el así denominado “choque de civilizaciones” propuesto por el finado profesor Samuel Huntington como un escenario para el mundo luego de la Guerra fría.
Un conflicto de esta naturaleza se mantiene ante la carencia de una autoridad mundial legítima, capaz de influenciar la construcción de un marco mundial de cooperación, que supere el neocolonial “Nuevo orden mundial” post 1990. La neutralización de la perturbada política de Erdogan y de Netanyahu se facilitaría con un esfuerzo de cooperación de Europa occidental con Rusia, en beneficio de un auténtico plan de seguridad y de desarrollo regional. Hoy, esto parece todavía un sueño distante.