Con sus preguntas, Seewald es capaz de desmontar muchos de los estereotipos que se han utilizado contra Ratzinger y la Iglesia.
En ella se describe la juventud de Ratzinger durante la dictadura nazi, su carrera y sus actividades como profesor de teología en varias universidades alemanas y su vida de Pontifice. El autor traza en su libro las fracturas culturales, religiosas y teológicas que moldearon la vida de Ratzinger desde 1927 hasta el presente. Además también logra exponer las opiniones esencialmente “banales” de sus más destacados críticos.
No es de sorprender que la mayoría de los comentarios del libro en la prensa alemana, hayan sido extremadamente escasos y superficiales, con la excepción de un artículo de Christian Geyer publicado el 28 de mayo en el Frankfurter Algemeine Zeitung (FAZ) que considera la narrativa común sobre Benedicto XVI una leyenda que fue divulgada por su principal crítico, el que fuera un teólogo católico suizo, Hans Küng.
Esta narrativa parte de que los acontecimientos de 1968, que Ratzinger viviera personalmente como profesor universitario en Tubingia, se convirtieron en una encrucijada personal para él. Según esto, su vida se dividió en un antes liberal y un después conservador. Según Geyer, los primeros textos de Ratzinger hablan de la necesidad de una reforma interna de la Iglesia, y advierten, al mismo tiempo, sobre una “secularización” cristiana falsamente concebida.
Vida y carrera de Joseph Ratzinger
Ratzinger nació en Marktl (Baviera) el 16 de abril de 1927. Era el menor de tres hijos (María y Georg) del oficial de policía Josef Ratzinger y de su esposa María. Los Ratzinger eran una familia católica devota. Joseph Ratzinger en su juventud soportó el terror político cultural del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), que por entonces se había esparcido por toda Alemania.
Son notables las observaciones históricas que el autor hace acerca de las dos Iglesias populares (protestante y católica) y su actitud hacia los nazis. Por ejemplo, los cristianos alemanes (“Deutschen Christen”) eran cercanos a los nazis y muchos de ellos se unieron al nazismo con la finalidad de establecer una “iglesia nacional alemana”, mientras que la Conferencia Episcopal Católica Alemana calificaba el programa del NSDAP de “falsa doctrina”. El padre de Joseph consideraba a Hitler un “delincuente maligno”.
La conquista del poder de Hitler el 30 de enero de 1933, que el presidente del Reichstag, Paul Hindenburg ayudó a materializar, marcó el inicio de una serie de medidas que en pocos meses desembocaron en la dictadura nazi de Alemania. Estas incluyeron: la disolución del Reichstag el primero de febrero de 1933; la supresión de la libertad de prensa y reunión; la introducción del reclutamiento general y la proclamación de la “conquista del nuevo espacio vital en el Este” con el fin de su germanización; la generosa ayuda financiera de la gran industria alemana a Hitler.
El incendio del Reichstag ocurrió el 27 de febrero de 1933,al día siguiente, el 28 de febrero, se promulga el Decreto que abolió todos los derechos civiles básicos. El campo de concentración de Dachau fue transformado el 22 de marzo en prisión para opositores políticos y religiosos. El 3 de marzo se aprobó la Ley contra actos de subversión (Heimtückegesetz), que castigaba toda crítica al gobierno. El 23 de marzo se decreta la Ley de Concesión de Poderes Plenos (Ermächtigungsgesetz). A principios de febrero se impusieron medidas de boicot contra todas las tiendas judías y, en mayo de 1933, fue la quema de libros. Todos los partidos políticos, con excepción del NSDAP, fueron proscritos.
Seewald hace notar que cerca de un millón de integrantes del Movimiento Protestante de Cristianos Alemanes (“Deutsche Christen”) apoyaron plenamente el movimiento nazi y su ideología. En promedio ganaba 41 por ciento de los votos en zonas con una población 80 por ciento protestante en las elecciones de 1932; en las regiones católicas era apenas el 24 por ciento.
“Mientras que aproximadamente 1 500 revistas protestantes con una circulación total de 12 millones de ejemplares acogía casi unánimemente el despertar nacional del movimiento de Hitler, la oposición de las revistas católicas al régimen nazi fue inequívoca, a pesar de algunas concesiones iníciales dispersas”, afirma el libro. “Tres cuartos de todas las iglesias regionales protestantes fundaron en Eisenach (1939) el Instituto para la investigación y la eliminación de la Influencia judaica en la vida de la Iglesia”, que existió hasta 1945. El autor se refiere también a los “juicios morales” contra miembros católicos de órdenes religiosas y sacerdotes comenzados en 1936, juicios que fueron aplaudidos por el principal ideólogo nazi, Alfred Rosenberg. El objetivo era “retratar de forma general a los clérigos católicos como espoliadores de la juventud”, luego de lo cual se prohibió el funcionamiento de organizaciones de jóvenes católicos y se despido a los profesores que pertenecían a comunidades católicas.
El 21 de marzo de 1937 se da a conocer la encíclica Mit Brennerder Sorge (“Con Viva preocupación –la situación de la Iglesia Católica en el Reich alemán”), del Papa Pio XI que tuvo la contribución del entonces secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Pacelli, quien fuera anteriormente Nuncio apostólico en Alemania y, a partir de 1939, Papa Pio XII. La encíclica fue distribuida clandestinamente en 11 500 iglesias católicas de Alemania. Esto fue calificado por los nazis de hostilidad pública y de alta traición, dando paso a persecuciones y capturas domiciliares, el cierre de escuelas confesionales y la prohibición de la prensa católica. La encíclica condenaba claramente las enseñanzas raciales nacional socialistas, para subrayar que la Iglesia era un refugio para los pueblos de todos los tiempos y naciones. Sólo un cristianismo anclado en la caridad sería capaz de servir de modelo para el mundo enfermo, afirmaba la encíclica.
La Segunda guerra mundial y sus consecuencias devastadoras
El 2 de mayo de 1933 fue el primer día de clases del Joseph. El joven alumno era descrito siempre por sus colegas como tranquilo, tímido y muy inteligente. En su familia tuvo intensa actividad musical y desde su infancia fue un entusiasta pianista que se identificaba profundamente con la música de Wolfgang Amadeus Mozart. A lo largo de su vida, su musicalidad singular le ayudó a animar a los artistas a contribuir en la profundización de la gran cuestión de la fe y de la razón. En un encuentro internacional con artistas en noviembre de 2009, el Papa Benedicto XVI declaró: “¿Qué puede animar al espíritu humano a encontrar su camino, a elevar los ojos al horizonte digno de su vocación, a soñar, si no es el arte?”. Joseph se matriculó en la escuela gramatical humanista de Traunstain el 12 de abril de 1937, más tarde ingresóo al seminario de Freising.
Con la invasión de Hitler de Polonia el primero de septiembre de 1939, una catástrofe se cernió sobre Europa y el mundo, marcada por las guerras de exterminio de Hitler en Europa y en la Unión Soviética, por la persecución incansable y el asesinato de opositores políticos y por el exterminio sistemático de 6 millones de judíos en los campos de concentración. Cerca del fin de la guerra, el joven Ratzinger fue destacado por un corto periodo de tiempo para servir de auxiliar de la Luftwaffe en el frente Sudeste, luego fue preso por los estadounidenses durante 40 días.
La conflagración dejó un gigantesco campo devastado, tanto física como en el alma de las personas. Sembró un “silencio de apatía sobre el país”, más allá del hambre, del miedo, de la destrucción y de la muerte. El resultado de la guerra fue escalofriante: 50 millones de muertos, 6 millones de judíos exterminados, cerca de 20 millones de desplazados vagaban por toda Europa. Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación; el país sería desnazificado, democratizado, descentralizado y disociado
En este momento, sin embargo, las iglesias comenzaron a reflexionar sobre el origen y la causa de la catástrofe. Muchos representantes de las iglesias estaban convencidos de que era necesaria una nueva visión para la creación de un futuro humano que debiera cimentarse en la “renovación religiosa”. Entre los pensadores influyentes de la Iglesia católica de la Alemania de aquella época se encontraban el Cardenal de Münster, Clemens Graf von Galen (1878-1946), el Cardenal de Colonia, Josef Frings (1887-1978) y el Cardenal de Berlín, Graf von Preysing (1880-1950), al lado de Martin NieMöller (1892-1984) y Karl Barth (1886-1968) del lado de la Iglesia protestante.
Joseph Ratzinger comenzó a estudiar filosofía y Teología en el Colegio Filosófico Teológico de Freising en 1947 y luego en la Universidad de Múnich. Para ese entonces había hambre de conocimiento entre estudiantes y profesores. “La experiencia personal del régimen de terror actuó y la ausencia de Dios en la noche oscura tuvo gran influencia en el desarrollo del trabajo de Ratzinger”. En sus memorias habla de los “años de indigencia, emaciación, o malabarismo en el sentido del poder”. Él entiende la Historia como la lucha eterna entre la fe y la incredulidad, “una lucha entre el amor de Dios, hasta la renuncia de sí mismo, y el amor propio hasta la negación de Dios”.
Seewald dice que el catolicismo comprometido que él exigía por aquel entonces quería crear una sociedad que se armase contra la manipulación de las masas, contra la manipulación del pensamiento de las masas y contra cualquier tipo de arrogancia en la que el hombre quisiera convertirse en el proyectista autónomo de un paraíso terrenal. Los grandes modelos para Ratzinger fueron San Agustín –sobre quien escribe una disertación en 1953 con su guía, el profesor Alfred Söhngen, “El pueblo y la casa de Dios en la enseñanza de Agustín sobre la Iglesia”, más tarde la disertación doctoral sobre “La revelación y Teología de la Historia de S. Buenaventura”, al lado de los profesores Alfred Sohngen y Michael Schmaus, este último, profesor de Dogmática.
Conocedor profundo de la filosofía antigua y de los Padres de la Iglesia, en especial de la obra de San Agustín y de San Buenaventura, así como de muchos de sus contemporáneos, fue, con relación a la literatura, influenciado por las obras de Thomas Mann, Franz Kafka, Fedor Dostoyevsky, Claude Bernanos, Francois Mauriac, Gertrude von Le Fort y Paul Claudel. Al igual que su padre, sintió una gran afinidad por Francia y por su literatura. Fue igualmente inspirado por Edith Stein, por los sacerdotes Alfred Delp y Rupert Mayer, por el teólogo francés Henri de Lubac y por Jodef Piper. En este tiempo, Ratzinger comprendía su tarea –a partir de su experiencia personal de la dictadura nazi-en el sentido de poner las bases para un nuevo futuro, así como los cimientos del nuevo entendimiento entre el cristianismo y el judaísmo.
La hora de la fermentación y de la partida
El periodo de estudios de Joseph Ratzinger se caracterizó por la fermentación, los debates filosóficos apasionados y la búsqueda del conocimiento. Físicos destacados hablaron súbitamente de un Dios Creador, entre ellos Werner Heisenberg y Albert Einstein, quien había escrito en el New York Times en 1950:“La ciencia sin religión es manca, y la religión sin ciencia es ciega”; o Max Plank, que explicó que no hay contradicción entre religión y ciencia, sino un acuerdo total sobre los puntos cruciales. Una clave para Ratzinger en ese asunto fue su estudio de la obra del filósofo judío Martin Buber. Quedó también profundamente impresionado con, Sobre el espíritu de la liturgia de Romano Guardini y aprendió con él, cuando era estudiante en Múnich, que la aparente contradicción entre ciencia y razón en el cristianismo se anula a sí misma. El mismo significado tuvo para él,el pensamiento de San Agustín.
Ratzinger fue ordenado sacerdote en 1951 junto con su hermano Georg (recientemente fallecido n.d.r.). En la Europa de aquella época, Konrad Adenauer (Alemania), Alcide de Gasperi (Italia) y Robert Schuman (Francia) conversaban sobre los principios de una Europa cristiana unida. Las ideas del teólogo católico, economista nacional y filósofo social Oswald von Nell-Breuning S.J. (1890-1991), quien recreó por aquel entonces los principios cardinales de la doctrina social fundada en el bien común y en la solidaridad, teniendo una muy buena acogida fueron estudiadas ampliamente.
Rumbo al Concilio Vaticano II
A los 24 años, Ratzinger era uno de los profesores más jóvenes, extremadamente popular entre los estudiantes y atraía la atención con sus animadas conferencias. Ratzinger mantenía la convicción de que, tras una guerra tan devastadora, de oscura impiedad y desesperanza, era necesario un nuevo comienzo dentro de la Iglesia y de la Fe. De 1959 a 1963 fue profesor de teología en la Universidad de Bonn, donde despertó gran entusiasmo con una conferencia inaugural, titulada, “El Dios de la Fe y el Dios de la Filosofía”. Sostuvo entonces un diálogo intenso con el teólogo indio Paul Hacker, profesor también de la Universidad de Bonn; estuvo en comunicación con el teólogo católico francés Henry de Lubac, con el teólogo católico suizo Hans-Urs von Balthasar (1905-88) y con el teólogo protestante Karl Barth.
El 21 de febrero de 1961, invitado por la Academia Tomás Moro de Bensberg, cerca de Colonia, dio una conferencia destacada, “Sobre la teología de los concilios (ZurTheologie des KOnzils). La Iglesia, según él, era por naturaleza “Communio” y no “Consilium”, es decir, algún tipo de asamblea de obispos. Entre el público se encontraba el Cardenal Frings, de Colonia, quién quedó tan impresionado que le pidió a Ratzinger que preparase una conferencia que él tenía que pronunciar en Génova, en el marco de los preparativos del Concilio Vaticano II.
Este discurso, fue publicado en la revista genovesa Espíritu y vida. Ratzinger encauzó las exigencias del Concilio de los cambios sociales ocurridos desde el fin de la Guerra. De acuerdo con Seewald, él ve un mundo moldeado por la globalización, por la mecanización y por la creencia en la ciencia. La razón del ateísmo moderno es la “autodivinización de la humanidad”. La terea del Concilio era formular, un diálogo con una “modernidad profana yla Fe cristiana como una opción genuina y tolerable (…) El hombre de hoy debería ser capaz de reconocer nuevamente que la Iglesia no tiene miedo a la ciencia ni necesita temer, porque está escondida en la verdad de Dios, que no puede contradecir ninguna verdad y progreso genuinos”.
El Papa Juan XXIII (1958-1963), al inaugurar el Concilio Vaticano II, señaló tres objetivos: La renovación interior de la Iglesia; la unidad de los cristianos; y la contribución de la Iglesia a los problemas sociales y a la paz del mundo. En los preparativos para el Concilio, según Seewald, se hicieron evidente dos formas de abordar los problemas, un grupo en torno de Frings y los obispos de Europa Central y en otro algunos miembros de la Curia (entre otros el Cardenal Ottaviani), algunos de los cuales eran bastante hostiles al Concilio. En el momento de la preparación del Concilio, Ratzinger, en calidad de consejero del Cardenal Frings, así como los teólogos franceses de Lubac e Yves Congar (NouvelleThéologie) estuvieron sustancialmente involucrados en el debate de que la Escritura y los Padres de la Iglesia deberían tener una palabra más fuerte, mientras que la autoridad docente de la Iglesia debería ser menos dominante. En Roma, en ese momento, prevaleció entre los teólogos una cultura de debate muy optimista. Ellos estaban determinados a presentar en el Concilio las bases para un verdadero cambio de la Iglesia.
El Concilio se inauguró el 9 de octubre de 1962. Entonces,133 obispos entraron solemnemente a la Catedral de San Pedro- se había incluido por primera vez a representantes de China, Japón, India y África. Los Padres conciliares representaban a540 millones de católicos. Juan XXIII había seleccionado para lema del concilio el término “aggiornamento” (actualización, con el que se definía de nuevo la relación de la Iglesia y la modernidad), en el cual la Iglesia debería inspirarse.
El Concilio fue ensombrecido por la crisis de los misiles cubanos que se aproximaba y que condujo al mundo al borde de la guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El Papa Juan XXIII firmó en Roma el 11 de abril de 1963 su octava encíclica, Pacem in Terris, en la que defendía apasionadamente la paz y la justicia en el mundo. A su muerte, en junio de 1963,su sucesor Paulo VI, luego de una breve interrupción, continuó el Concilio, hasta su culminación en 1965.
Según Seewald, durante el Concilio, Ratzinger fue el consejero teológico y Spiritus Rector más joven de la mayor asamblea de iglesias de todos los tiempos. Seewald observa al mismo tiempo que una de las debilidades de Ratzinger fue no “reconocer el deseo de las personas que querían desconstruir la Iglesia Católica, ni estaba consciente del efecto de las fuerzas que se desenvolverían a partir de los medios de prensa. “Fue, por lo tanto, una de las consecuencias más raras del Concilio que el consejero de Frings fuera acusado de “traidor del Concilio”, el mismo que en los años siguientes iniciara una verdadera “tarea hercúlea” con el fin de poner en marcha el legado del Concilio.
Mientras tanto, Ratzinger ya era profesor de la Universidad de Münster, donde también era profesor Karl Rahner S.J., a quien conoció en los debates del Concilio.
En 1965, el teólogo católico suizo Hans Küng, quien durante algunos años diera clases en Tubingia, visitó a Ratzinger para analizar una posible transferencia a la Universidad de Tubingia. Ratzinger conocía a Küng desde 1958 y, como relató más tarde, tenía una buena relación con él en ese momento.
Küng, como fue señalado por algunos observadores de la época, llevaba un estilo de vida banal (le gustaba conducir un Alfa Romeo y le encantaba estar elegantemente vestido). Para algunos teólogos alemanes era alguien que tenía “una opinión muy elevada de sí mismo”. Según Seewald, los teólogos de Lubac y Karl Rahner consideraban críticamente el ecumenismo de Küng, que no había participado con ningún documento ni directamente como consejero en el Concilio. Pero con la ayuda de la prensa trató desde 1968 de construir una posición dentro de la escena teológica alemana. Küng fue considerado por la prensa jefe principal de una nueva Iglesia cosmopolita que hablaba de la fe cristiana en una lenguaje que exhalaba un aura de libertad e independencia.
También Ratzinger era “progresista”, comenta Seewald, “la diferencia con respecto a otros teólogos fue, sin embargo, que Ratzinger argumentaba con la Fe de la Iglesia y nunca contra ella. Así, él dice en Palabra y verdad: Es importante despertar los Dogmas de Fe y romper con el sistema rígido, sin renunciar a su verdadera validez y traerlos de vuelta a su vitalidad original”. El vio que los padres conciliares habían querido aggiornar la fe y presentarla con toda su fuerza. En lugar de eso, se creó la impresión (una referencia indirecta a los zelotes como Hans Küng) de que la reforma consistía en soltar el lastre, de modo que la reforma no consistiría en ninguna profundización de la fe, pero sí en el debilitamiento de la fe.
En el día de los Católicos que se celebra en Bamberg, en 1966, Ratzinger pronunció un nuevo discurso, “Los católicos después del Concilio”, en el que advirtió de la entrega de la Iglesia a un demonio de una época cuyo eclipse de Dios es consecuencia de sus obsesión salvaje por la vida terrena y que una falsa modernidad amenazaría la identidad de la fe. Muchas de las fuerzas progresistas que habían influenciado decisivamente el Concilio, tales como Henri de Lubac e Yves Congar del Instituto Católico de París, así como Hans Urs von Balthasar, compartieron sus ideas. En Tubingia, al contrario de la leyenda de que Ratzinger, bajo la presión de la revuelta de 1968, había abandonado precipitadamente la universidad, en realidad nunca evitó ningún debate con los estudiantes. De acuerdo con una declaración de Peter Kuhn, profesor de Estudios Judaicos de la mencionada universidad, dice Seewald, durante la tempestad de la revuelta: “Küng se refugió noblemente y esperó hasta que la tempestad hubiese pasado. Los estudiantes querían hacer sus exámenes, pero Küng estaba ausente tomando el Sol en Florida con algunas profesoras”.
Ratzinger escribió en 1968 su obra Introducción al Cristianismo, resultado de un seminario dictado en Tubingia, misma que se publicó por millones y fue leída ávidamente por muchos intelectuales de todo el mundo. La traducción al ruso se publicó en 2006 con un prefacio de Cyril, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El libro fue un éxito rotundo.
Luego de un año en Tubingia, Ratzinger aceptó el ofrecimiento de trasladarse a la Universidad de Regensburgo. En una conversación con Seewald comentó más tarde cuando este le preguntó sobre Tubingia: “Bien, tuve la evaluación ingenua de que Küng tenía una gran boca y decía frescuras, pero que él, básicamente, quería ser un teólogo católico. Había indicios de eso. Pero no preví en ese momento que él se desviaría cada vez más.
Pontificado de Juan Pablo II (1979-2005)
Un cambio de época comenzó cuando, en 1979, por primera vez, un Cardenal de Polonia, Karol Woityla, fue elegido Papa, Juan Pablo II. Ambas personalidades, el dinámico y deportivo Woityla de Cracovia, y Joseph Ratzinger, que se habían reunido durante el Concilio, congeniaron de inmediato. Al inicio de su pontificado, que fue uno de los más extraordinarios de la Historia de los siglos XX y XXI, Küng escribió nuevamente un prefacio, “Cómo el Papa se hizo infalible”, para el libro del teólogo e historiador suizo August Hastler, que contenía una crítica mordaz a Juan Pablo II. Esto llevó a la destitución de Hans Küng por el Vaticano. De acuerdo con Seewald, un comunicado de prensa de la Conferencia Episcopal Alemana del 15 de diciembre de 1979 afirmó: “El profesor Küng, en sus escritos, se desvía de la verdad completa de la fe católica. Por consiguiente, él no puede considerarse teólogo católico ni enseñar como tal”.
Küng calificó esto de “inquisición”, un término que luego utilizaría repetidamente contra Ratzinger, cuando este ocupaba el cargo de Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Küng se convirtió entonces en titular de una cátedra que fue creada especialmente para él por la Universidad de Tubingia y comenzó a publicar libros sobre el diálogo de las religiones del mundo, etc. En una entrevista con el Frankfurter Allgemeine Zeitung publicada el 11 de enero de 1980, Ratzinger admitió que Küng puso, esencialmente, todos los dogmas a revisarse, la doctrina de la Trinidad, la doctrina de los Sacramentos y los dogmas mariológicos.
En 1981 Ratzinger fue nombrado Perfecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe por el Papa Juan Pablo II. Él esperaba, después de la resistencia inicial de aceptar este cargo, que este fuera temporal. A los 54 años de edad, fue el encargado más joven de dicha Congregación y tuvo a su disposición un equipo destacado. Bajo su dirección se reforzaron iniciativas sobre ecumenismo, la relación entre católicos y protestantes, el diálogo con los ortodoxos, textos sobre la masonería, además del diálogo con judíos y musulmanes.
Ratzinger observó con preocupación que la disciplina del clero estaba amenazada debido a la secularización. En 1984, en una entrevista con el Frankfurter Allgemeine Zeitung, habló sobre el “desencadenamiento de tendencias latentes, agresivas y centrífugas que tal vez pudieran atribuirse a fuerzas sin sentido de la responsabilidad”. Fuera de la Iglesia observó lo que llamó “cambio cultural”: la autoafirmación de una clase media alta en Occidente, la nueva burguesía del sector terciario con su filosofía liberal-radical, su orientación individualista y hedonista. La principal tarea de la Iglesia era ayudar en la búsqueda de un nuevo equilibrio, orientación y principios dentro del conjunto católico.
Teología de la liberación
Ratzinger concedió en 1984 una entrevista sobre teología de la liberación a la revista Der Spiegel en la que señaló que la Iglesia de América Latina asumió una responsabilidad social creciente y trató de limitar las dictaduras, con una oposición moral, ya que la Iglesia estaba ansiosa por establecer la justicia social, pues de otra forma no habría paz. Pero fue más allá cuando con algunos teólogos el cristianismo se evapora y se derrite en el marxismo”.
De esta forma, “el poder moral del Evangelio se anula nuevamente”. En aquel entonces el Papa Juan Pablo II “incitó” a Ratzinger, según Seewald, a intervenir en el debate sobre la teología de la liberación en América del Sur, donde se habían formado decenas de miles de comunidades de base que soñaban con un modelo socialista cristiano y que también se involucraban en el uso de la violencia en la lucha a favor de los pobres y los marginados.
El 6 de agosto de ese año, el Prefecto firmo la Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación. Declaraba, entre otras cosas, que la injusticia palpitante entre ricos y pobres debería encontrar un eco en el corazón de los cristianos. Pero “los préstamos acríticos de la ideología marxista y la interpretación racionalista de la Biblia amenazaban con causar desgracias en lo que era genuino sobre el compromiso inicialmente generoso para con los pobres”. La declaración se oponía a dogmas de fe politizados y a la falsificación de la figura de Jesús como un rebelde político.
“La lucha de clases había demostrados no ser más que un mito que sólo vino a agravar la miseria. La violencia revolucionaria no conduce automáticamente a una sociedad más justa, mucho menos al Reino de Dios. Agregó que la teología de la liberación fue la creación de intelectuales que pertenecen al Occidente rico y que fueron entrenados por él. Fueron los europeos los que la iniciaron, o estudiantes educados en universidades europeas que difundieron la teología de la liberación en América del Sur. Los mitos políticos y la utopía de esta teología eran “forma de imperialismo cultural”. Era una mezcla “teológicamente inaceptable” de la Biblia, cristología, sociología y economía”.
El sacerdote brasileño Leonardo Boff, que fuera alumno de Rahner, viajó a Roma en mayo de 1985 para el análisis de su libro Iglesia, Carisma y Poder. Entonces se le pidió que se tomara un año sabático, pero en 1992 renunció y formó una familia. Ante la prensa Ratzinger distinguió entonces entre la teología de la liberación legítima, la necesaria, la cuestionable y la inaceptable. Además se publicó la Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación, que el prefecto presentó en la Universidad Católica de Lima, Perú, y en la que afirmaba explícitamente que la Iglesia estaba del lado de los pobres, que la lucha por la liberación era parte del cristiano. Al mismo tiempo advirtió contra el camino de la violencia.
Cambio de época en Europa del Este – Papa Benedicto XVI
Las profundas convulsiones de Europa comenzaron en 1989 con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del comunismo en Europa del Este, y la caída de la Unión Soviética. Lo que se había iniciado en 1988 con una carta del Papa Juan Pablo II al Secretario General del Partido Comunista Soviético Mijaíl Gorbachov, se convirtió a partir de ahí en una relación diplomática fructífera entre el Vaticano y Rusia.
El 2 de abril, luego de una larga y grave enfermedad, el Papa Juan Pablo II murió. Como ningún otro Papa, había viajado por todos los continentes para proclamar la necesidad de una nueva evangelización. Tras una larga batalla dentro del Cónclave, Ratzinger fue electo Papa. La prensa alemana, sobre todo Der Spiegel y el Süddeutsche Zeitung (SDZ), calificaron la elección de señal negativa. Ratzinger reiteró en su discurso en el Cónclave su compromiso para restaurar la plena unidad de los cristianos y echar a andar el Concilio Vaticano.
Emprendió muchos viajes –entre ellos a Polonia, Israel, Inglaterra, Francia, España. Irlanda, África, Brasil y Alemania. Su primera encíclica se publicó el 25 de enero de 2006 con el título de Deus caritas est, que había sido el tema central de sus tesis de doctorado, donde coloco el amor en el centro de la evangelización. Advierte, al mismo tiempo, sobre los abismos del capitalismo. “Aquel amor divino es la luz –fundamentalmente, la única- que ilumina incesantemente un mundo a oscuras y nos da el valor de vivir y de actuar. El amor es posible, y nosotros somos capaces de practicarlo porque somos creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, de este modo, hacer entrar la luz de Dios al mundo: tal es la invitación que os quería dejar con la presente Encíclica”. Comenzó al mismo tiempo su trabajo de tres libros de su cristología Jesús de Nazaret, que constituyen una de sus obras fundamentales de la teología católica moderna.
Conversó con ateos durante su pontificado, como el filósofo de la Escuela de Francfurt Jürgen Habermas (publicada en el libro titulado Dialéctica de la secularización. Sobre razón y religión, 2005), así como con el profesor italiano de filosofía y política Marcello Pera (presentada en el libro Sin raíces, 2004); también trabajó apasionadamente para profundizar el diálogo con el judaísmo, entre musulmanes y cristianos y entre cristiano ortodoxos, protestantes y anglicanos. Por este entonces trabajó intensamente en la restauración de la unidad visible e invisible con las iglesias ortodoxas (su sucesor, el Papa Francisco, realizó el inesperado encuentro histórico en Cuba con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusas, Cirilo I, en febrero de 2016).
El escándalo de la Hermandad Pio X, escándalos de abusos y renuncia al Pontificado
Durante su visita a Estados Unidos, en 2008, surgieron relatos de escándalos de abusos. Se trataba de casos que databan del los años setentas y ochentas. Ratzinger quedó horrorizado y, entonces, dio un discurso muy enfático ante los obispos reunidos en Baltimore contra el intento de encubrir los escándalos, de los que pidió aclaración rigurosa.
El escándalo que llevó al borde de una ruptura de su pontificado fue el de Williamson. Originalmente era un problema canónico relativo a la revocación de la excomunión que se dictó en 1988 contra 4 obispos de la Hermandad sismática Pio X, del Arzobispo Marcel Lefebre. Según Seewald, el escándalo Williamson era una campaña de desinformación comparable al escándalo Dreyfus.
Dentro del Vaticano estaba vinculado más a la gestión y a la negligencia. Todo estalló en noviembre de 2008 por la entrevista que el periodista Ali Fegan hizo para la televisión sueca con el obispo británico Williamson en el seminario de Zeitzkofen. En la entrevista, Williamson negó categóricamente el Holocausto.
El 20 de enero, el director de la Hermandad Pio X de Zeitzkofen, el padre Franz Schmidtberger se deslindó de las declaraciones de Williamson. El obispo sueco Aborelis ya había informado en noviembre al Nuncio apostólico sobre las Iglesias Católicas Nórdicas y advertido contra ellas. Pero todo esto permaneció sin consecuencias. Por el contrario, el Cardenal Castrillón de Hoyos, jefe de la Comisión pontificia Ecclesia Dei y negociador con los tradicionalistas, calificó las palabras de Aborelis de dudosas. En una reunión con el secretario de Estado cardenal Tarcisio Bertone, el cardenal de Hoyos, el cardenal William Levada y otros, se discutió la emisión del decreto para levantar la ex comunión y se acordó una fecha. De acuerdo con el secretario papal Georg Gänswein, se hizo el intento de impedir la publicación del documento el 24 de enero, sin éxito.
Entonces comenzó una interminable campaña de prensa; los ataques más violentos contra el Papa Benedicto XVI vinieron de la prensa alemana, en particular el SDZ, que declaró que “el Papa trae de vuelta al negador del Holocausto”; el BILD dijo: “El Papa inflige grandes daños a Alemania y al mundo” y Der Spiegel: “Un Papa alemán avergüenza a la Iglesia Católica”. Varios representantes de instituciones judías fueron severamente críticos, y la canciller Merckel exigió una aclaración inmediata al Papa. Mientras tanto Castrillón de Hoyos todavía afirmaba el 30 de enero que no sabía nada del asunto.
El 4 de febrero la Secretaría de Estado del Vaticano dio respuesta a las protestas, al afirmar que las declaraciones de Williamson eran inaceptables. Para el Papa fue, como dijo más tarde en una entrevista con Seewald, “una hora oscura, difícil”. Con un secretario de Estado competente, el problema nunca habría surgido de esa forma, comenta Seewald. Por alguna razón desconocida, el Papa Benedicto XVI, a pesar de los consejos bien intencionados de amigos cardenales, se había aferrado obstinadamente al secretario de Estado. Como observó el ex nuncio papal Josef Rauber en una conversación con Seewald, el tan inteligente Papa Benedicto XVI, que habría preferido ser profesor y estudioso, había mostrado cierta “debilidad de decisión”. Mientras que el Cardenal Koch declaraba que Benedicto XVI había sido “demasiado bondadoso y blando”.
El 29 de junio Benedicto XVI publicó su tercera encíclica, Caritas in veritate, en conmemoración de la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI, con el telón de fondo la crisis financiera mundial de 2008, y en ella exige nuevos modelos económicos. La encíclica criticó la exagerada dependencia del sistema financiero internacional y exigió una estrategia doble de solidaridad y subsidiariedad.
No obstante, una vez más, los escándalos por el abuso de menores se pusieron al día. Esta vez en Irlanda, donde, según un informe del juez Ryan, 2 500 jóvenes fueron víctimas de agresiones de castigo físico y de violencia física en un periodo de 50 años.
Entre 2011 y 2012, el Papa suspendió a 348 sacerdotes y a altos funcionarios. El escándalo se extendió entonces hasta Alemania, comenzando en el Colegio Jesuita Canisius de Berlín, acontecimiento hecho público por el rector Klaus Mertes. Tal como en Irlanda, la mayoría de los abusos se remontaban a los años setentas y ochentas.
Se relataron cerca de 547 abusos y hasta ahora la Iglesia Católica está intentando aclarar dichas acusaciones. Además de eso, surgió también el escándalo del “Vatileaks”, en el cual el mayordomo personal del Papa, Paolo Gabriel, que estaba en comunicación con el periodista Gianluigi Nuzzi, robó documentos de la oficina del Papa, algunos de los cuales, inclusive, ya habían sido publicados por Nuzzi.
El 13 de febrero de 2013, durante un consistorio de Cardenales en Roma, Ratzinger renunció al pontificado, lo que provocó la consternación en todo el mundo, y se retiró a Castel Gandolfo. El 13 de marzo, el cónclave eligió al cardenal argentino Bergoglio. Tal como su antecesor, él se opone a la dictadura del relativismo e inició una nueva era de evangelización.
El libro de Seewald destaca las principales fracturas históricas que surgieron después de la Segunda guerra mundial. Ahí se incluye el Concilio Vaticano II, que presentó las normas para el desarrollo fascinante de la Iglesia universal expresado en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, (Sobre la Iglesia en el mundo actual), proclamada el 7 de diciembre de 1965 al final del Concilio por el Papa Paulo VI. Por otro lado, como Christian Geyer, escribió en un comentario del Frankfurter AllgemeineZeitung citado al inicio de este artículo, el Concilio Vaticano II expresó su determinación, “de proseguir nuevamente la teologia de acuerdo con todas sus fuentes originales; no solo estudiar esas fuentes desde el punto de vista de la interpretación de su enseñanza oficial de los últimos cien años, sino también en leerlas y comprenderlas a partir de su interior”
El contra movimiento que comenzó entonces ganó ímpetu en la creciente secularización de la fe, la denuncia de los dogmas esenciales de la Iglesia; impulso favorecido en la revuelta mundial de 1968. El libro, muy instructivo, no deja dudas de que la teología de Ratzinger apunta más allá de nuestro tiempo, al futuro.
*Nota de los editores: