André Araujo*
De todos los daños estructurales a la economía brasileña provocados por el programa neoliberal del actual gobierno, nada es más representativo que la venta de las mayores plantas hidroeléctricas de la CEMIG (Compañía de Energía de Minas Gerais), adquiridas por multinacionales, el peor tipo de capital extranjero, porque no representa la creación de activos nuevos, ni empleos, ni agrega valor al país, pero aumenta la base de la remesa de dividendos de un activo construido por brasileños con recursos nacionales. Y, cosa peor, todavía lo celebran.
La mayor compradora fue una compañía estatal china; el sistema chino importa de su país toda la ingeniería y equipo para sus empresas en el exterior, también usan sus empresas para emplear chinos al máximo. De manera que es el peor tipo de comprador para la peor de las privatizaciones que se puede imaginar.
La CEMIG fue fundada por el presidente Juscelino Kubitschek, quien construyó un gran parque hidroeléctrico en el estado De Minas Gerais, hasta entonces un estado carente de energía, suministrada especialmente por empresas norteamericanas que no invertían en el potencial hidroeléctrico del estado. Las plantas fueron levantadas con recursos del estado de Minas Gerais, recursos nacionales, proyecto nacional, ingeniería nacional, mano de obra nacional.
Ahora, cuatro de las mayores plantas de la CEMIG, más de un tercio de su capacidad de generación, se venden para tomar dinero para la Unión, dinero que será quemado en pocos días para pagar intereses y súper salarios; los recursos de la venta no tienen ningún destino estratégico, se sumarán a la hoguera del déficit federal, el cual será todavía mayor en 2018.
¿Pero si el déficit sigue aumentando, qué se venderá el próximo año?
¿Qué tal la Amazonia? Imaginen el valor de la madera aserrada del bosque. La venta de tierras fértiles para los chinos sería un buen negocio, se hace dinero rápido, al gusto de los “ajustistas”.
El insano proyecto económico tiene como objetivo mayor mantener el valor del capital rentista que consume la mayor parte del presupuesto federal, el pago de intereses de la deuda pública. El plan no tiene ninguna meta de inversión pública, hoy en su nivel más bajo de la historia económica de Brasil; no se invierte nada y no hay idea de invertir, la infraestructura ya hecha se deteriorará y no se construirá nueva por falta de dinero, que solo falta en la ideología rentista.
El objetivo principal del plan es asegurar una inflación cada vez menor, para con esto garantizar el capital rentista que beneficia a las clases más altas y al capital especulativo extranjero.
Para lograr tal objetivo, no hay espacio para inversiones públicas, que son exactamente aquellas que darían empleos a los brasileños de ingresos más bajos. La construcción de obras de infraestructura genera empleos en la zona más crítica del desempleo, aquella donde está la mayor crisis social de la actualidad. Las inversiones en infraestructura generan también empleos técnicos en el área de ingeniería, sector en el cual Brasil ya fue campeón mundial en varios sectores, como la construcción de presas, hoy un desierto de ingenieros desocupados.
No hay en la historia económica salida a la recesión económica sin la acción del Estado, pero esta no está contemplada en el actual plan económico. Al contrario, las privatizaciones disminuirán el papel del Estado en la economía, usando el dinero de las privatizaciones en la hoguera de intereses y de los salarios de la alta burocracia, en una operación de corto plazo sin ningún horizonte.
Existe en Brasil una clase abonada, que, en el mejor de los casos llega a 30 millones de brasileños y es para este estrato que se hace la actual política económica.
¿Y qué proyecto existe para los otros 170 millones de brasileños? Sencillamente no existe en la actualidad.
En realidad, hablar de un proyecto es inapropiado; se trata de algo menor, es un simple programa financiero para garantizar un cambio favorable para proteger al capital de cualquier riesgo de conversión y garantizar cambio barato para las fiestas de la clase media alta.
Se trata del primer programa en la historia económica moderna de Brasil, desde 1930, que no tiene ningún papel para la industria y para el empleo, el foco único es la garantía al capital y sus intereses, especialmente el capital especulativo de fondos extranjeros.
En las actuales privatizaciones, no hay ningún proyecto, es sólo juntar dinero. La entrada de dinero es inmediatamente echada a la hoguera del gasto corriente sin pensar en el día siguiente.
Al final del proceso, se quemó el patrimonio físico del país, no se resolvió el desequilibrio fiscal de forma permanente, al año siguiente el desequilibrio continúa y ya no hay más que vender, porque el stock de activos es finito, en la primera etapa de las privatizaciones ya se remató buena parte del patrimonio nacional. Ahora se trata de vender lo que sobró.
Liquidación de activos
Las privatizaciones de activos importantes y estratégicos están siendo ejecutadas al vapor para hacer dinero rápido, sin ninguna idea, ni siquiera remota, del interés nacional a largo plazo.
Nos recuerda a ciertos directores financieros de empresas en dificultades, contratados por “head hunters” a peso de oro, que adoptan medidas de plazo cortísimo de generación de dinero rápido, salvan el balance del año y sus salarios y bonos, pero matan el futuro de la empresa.
Hay casos clásicos de este tipo, por ejemplo el de Alfredo Dunlap, CEO de la fábrica de aparatos electrodomésticos Sunbeam, quien en 1996 apareció en la portada de la revista Business Week catalogado como un genio. De 36 mil funcionarios que había, los redujo a diez mil, recortó todo e hizo promociones de ventas en las grandes revistas con descuentos del 50% en los productos.
Con esto, hizo dinero rápidamente, pero liquidó la marca, destruyó la red de pequeñas oficinas distribuidoras, que vieron a las grandes tiendas vender artículos con precios por debajo de lo que ellos habían pagado en fábrica, causándoles un gran daño a estos revendedores, quienes abandonaron la marca; acabó con las reservas de materias primas, la fábrica ya no logró funcionar y la marca fue quemada.
Dos años después de la portada en la revista, Dunlap fue considerado el peor ejecutivo del país, pero en su primer año en la Sunbeam el se montó en el éxito y nadie percibió el foso que estaba cavando para la empresa, pero con un gran lucro personal.
Los ejecutivos del banco de inversiones Lehman Brothers ganaron bonos en el año en que el banco quebró. Hasta la semana anterior a la quiebra, ellos parecían ser unos genios, pero todo era a corto plazo, para ganar el trimestre, lo de después no interesaba.
La subasta de las plantas de la CEMIG recuerda esta brujería de corto plazo, un desastre para empresas y países, venden la casa para pagar el almuerzo. Al siguiente día no tiene casa ni almuerzo.
Estructura corporativa
En Minas Gerais, la CEMIG es una institución. Las plantas vendidas, que representan el 36% de la generación de la CEMIG, no son solamente bienes físicos. Son parte de una gran estructura corporativa, que en 2010 era la segunda mayor empresa de energía del país, después de Petrobras.
Con un excepcional cuerpo de técnicos, departamentos de investigación y ecología, hasta un importante sector de piscicultura para dotar de pees a sus grandes embalses, la CEMIG tiene un crucial papel en el desarrollo de Minas Gerais.
Liquidar parte de su mejor activo es algo inestable en términos del proyecto País-Vender el corazón de sus activos es un acto contra el interés público. Cuesta creer que un Estado nacional, de uno de los mayores países del mundo, con capacidad de levantar recursos, con visión de futuro cometiera esa locura, pero lo hicieron.
Los agentes del capital financiero internacional al comando de la economía no tienen ningún nexo con el país y sus instituciones.
*Abogado; consultor de empresas; ex dirigente patronal; ex miembro del consejo directivo de la CEMIG.