La revolución de las criptomonedas, que empezó con el bitcoin en 2009, dice estar inventando nuevos tipos de moneda. Hoy hay casi 2.000 criptomonedas, y millones de personas en todo el mundo se sienten muy entusiastas con ellas. ¿Qué explica este entusiasmo, que hasta ahora no se ve afectado por las advertencias de que la revolución es un engaño?
Tenemos que tener en cuenta que los intentos por reinventar la moneda tienen una larga historia. Como señala la socióloga Viviana Zelizer en su libro The Social Meaning of Money (El significado social del dinero): “A pesar de la idea basada en el sentido común de que ‘un dólar es un dólar ‘, en todas partes vemos que la gente constantemente está creando diferentes tipos de dinero”. Muchas de estas innovaciones generan una verdadera excitación, al menos por un tiempo.
Establecer un nuevo tipo de dinero puede ser visto como una declaración de fe de la comunidad en una idea, y un esfuerzo por inspirar su realización. En su libro Euro Tragedy: A Drama in Nice Acts (La tragedia del euro: un drama en nueve actos), el economista Ashoka Mody sostiene que la verdadera justificación pública para crear la moneda europea en 1992 fue una suerte de “pensamiento de grupo”, una fe “embebida en la psiquis de la gente” de que “la mera existencia de una moneda única… crearía el impulso para que los países se junten en un abrazo político más apretado”.
Las nuevas ideas de dinero parecen acompañar el territorio de la revolución, junto con un discurso convincente y de fácil comprensión. En 1827, Josiah Warner abrió la “Tienda del tiempo de Cincinnati” que vendía mercadería en unidades de horas de trabajo en base a “billetes de trabajo” que se parecían al papel moneda. El nuevo dinero era visto como un testimonio de la importancia de la gente trabajadora, hasta que cerró la tienda en 1830.
Dos años después, Robert Owen, a veces considerado el padre del socialismo, intentó establecer en Londres la Bolsa Nacional de Cambio Equitativo del Trabajo, basándose en billetes de trabajo, o “dinero de tiempo” como moneda. Aquí también el hecho de utilizar el tiempo en lugar del oro o la plata como estándar de valor impuso la noción de la primacía del trabajo. Pero, al igual que la tienda del tiempo de Warner, el experimento de Owen fracasó.
De la misma manera, Karl Marx y Friedrich Engels propusieron que la premisa comunista central -“la abolición de la propiedad privada”- estuviera acompañada por una “abolición comunista de la compra y venta”. Sin embargo, eliminar el dinero era imposible y nunca algún estado comunista lo hizo. Por el contrario, como demostró la reciente exhibición del Museo Británico “La moneda del comunismo”, emitieron papel moneda con símbolos vivos de la clase trabajadora impresos en ellos. Tenían que hacer algo diferente con el dinero.
Durante la Gran Depresión de los años 1930, un movimiento radical llamado Tecnocracia, asociado con la Universidad de Columbia, propuso reemplazar el dólar respaldado por el oro por una medida de energía, el erg. En su libro El ABC de Tecnocracia, publicado bajo el seudónimo Frank Arkright, promovieron la idea de que poner a la economía “en una base de energía” superaría el problema del desempleo. Sin embargo, la novedad de Tecnocracia terminó teniendo corta vida, después de que científicos de relevancia refutaron las pretensiones técnicas de la idea.
Pero el esfuerzo por disfrazar una idea a medio cocinar de ciencia avanzada no se detuvo allí. Paralelamente a Tecnocracia, en 1932 el economista John Pease Norton, dirigiéndose a la Sociedad Econométrica, propuso un dólar respaldado no por el oro sino por la electricidad. Pero si bien el dólar eléctrico de Norton recibió una atención importante, no tuvo ningún buen motivo para elegir la electricidad por sobre otras materias primas para respaldar al dólar. En un momento en el que la mayoría de los hogares en los países avanzados se acababan de electrificar, y los dispositivos eléctricos desde radios hasta heladeras recién habían entrado a las casas, la electricidad evocaba imágenes de la ciencia ficción más glamorosa. Pero, a diferencia de Tecnocracia, el intento por cooptar a la ciencia produjo un efecto indeseado. El columnista sindicado Harry I. Phillips en 1933 vio en el dólar eléctrico sólo alimento para el humor. “Pero sería muy divertido tener un impuesto a las ganancias en blanco y enviarle al gobierno 300 voltios”, observó.
Ahora tenemos algo nuevo otra vez: el bitcoin y otras criptomonedas, que han generado la oferta inicial de moneda (ICO por su sigla en inglés). Los emisores sostienen que las ICO están exentas de la regulación que rige para los valores, porque no involucran a la moneda convencional o confieren titularidad de ganancias. Se piensa que invertir en una ICO es una inspiración absolutamente nueva.
Cada una de estas innovaciones monetarias se ha combinado con una historia tecnológica única. Pero, más esencialmente, todas están conectadas con un profundo deseo de algún tipo de revolución en la sociedad. Las criptomonedas son una declaración de fe en una nueva comunidad de emprendedores cosmopolitas que se consideran a sí mismos por encima de los gobiernos nacionales, a quienes se ve como los impulsores de un largo tren de desigualdad y guerra.