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En todas las recesiones del siglo XX a saber: nueve en Estados Unidos, en la Gran depresión del 29, en la crisis financiera de 2008, con epicentro en Nueva York, los bancos son los primeros afectados, pierden rentabilidad, algunos quiebran. En la crisis de 1929 quebraros 8 000 bancos, en la crisis de 2008 quebró Lehman Brothers, el Citigroup no quebró tan sólo porque fue salvado por el Tesoro estadounidense, ese es el patrón.
En la recesión brasileña de 2014, que se extiende hasta hoy, las ganancias de los bancos crecieron en cada trimestre sin interrupción. En el último trimestre, enero a marzo de 2019, batieron nueva marca con crecimiento de 16 por ciento en una economía estancada; tan sólo el conglomerado bancario Brandesco anunció ganancias de 6 200 millones de reales, un crecimiento de 22.3 por ciento comparadas con el trimestre anterior. La economía en el mismo trimestre no creció prácticamente nada; hay algo muy equivocado en una política económica que permite esa aberración.
El error está en las tasas de interés que paga la Hacienda, piso para todas las demás tasas de interés, existen LTF (Letras financieras del Tesoro) que ofrecen un rendimiento de 14 por ciento al año, lo que quiere decir 10 por ciento de interés real. Ningún país del planeta tiene una hacienda que pague tasa real semejante, ni el más atrasado de África; el Tesoro de Japón paga interés negativo, cobra por guardar el dinero de los bancos y de los ricos; en Europa, los tesoros llegan, cuando mucho, a pagar 2 por ciento nominales al año.
Los tesoros guardan liquidez que no tiene a donde llegar, por lo que no hay ninguna razón para que la Hacienda brasileña tenga que pagar tasas aberrantes en títulos en reales que no tienen ningún riesgo, cuando podría pagar un poco arriba de cero. Ese verdadero asalto a la Hacienda del país, que cuesta mucho más que el déficit del instituto de las pensiones, sólo es posible porque el sistema financiero beneficiario de esos intereses tiene en sus manos al Banco Central y a la Hacienda a través de propuestas que el sistema financiero indica y el gobierno acepta por medio de los “mercados.”
Tal distorsión creó una nobleza rentista, tal cual la nobleza francesa de los tiempos de Luis XVI, para la cual el crecimiento y el desempleo no tienen importancia.
El proyecto que no existe
No hay en el actual gobierno ningún proyecto para que Brasil salga del océano de pobreza al que fueron condenados 180 millones de brasileños. Las “reformas” son necesarias, porque hay ajustes que se tienen que hacer permanentemente en varios núcleos de la Administración pública, no es maná ni una novedad, porque esas reformas, que no son más que ajustes gráficos que no producen riqueza por sí mismas, no generan renta nueva y la quimera de que por ellas vendrán inversiones (¿de dónde?) es la promesa de que al final del arcoíris hay un tesoro. No hay relación entre esas reformas e inversiones de ningún tipo.
Brasil fue campeón mundial de atracción de inversiones en las décadas de los cincuentas, de los sesentas y de los setentas, años del “milagro económico,” con alta inflación, déficit presupuestal y déficit cambiario, pero había algo que hoy no hay y que ni siquiera se proyecta que habrá: demandad de compras de la población rica, media y pobre.
La demanda depende de la renta, y esta se crea rápidamente con inversiones públicas, algo que los neoliberales anacrónicos de hoy ni siquiera sueñan, porque cree que sólo la inversión privada mueve la economía, algo irreal en las economías ricas y absurdamente irreales en los países emergentes.
Los ciegos de Chicago
Una característica de los sabios es la de cambiar de pensamiento cada ciclo de la vida, porque el mundo cambia y cambian las circunstancias. El neoliberalismo de la Escuela de Economía de Chicago se podría aceptar cuando, en el paso de los años sesentas a los setentas, el Estado de bienestar social comenzó a hacerse muy pesado, y surgió la idea del neoliberalismo del economista von Hayek, de Margaret Thatcher de Inglaterra y de Ronald Reagan de los EUA como una visión revisionista formada en torno de la consigna de “menos Estado y más mercado.”
Pero la crisis de 2008 puso una lápida sobre la tumba del neoliberalismo de los años setentas, porque fue el Estado estadounidense quien salvó al mercado.
Los ciegos de Chicago de hoy no se reciclan ni ajustan su visión del mundo, por falta de base cultural y de aquello que tiene el verdadero sabio en abundancia: la duda permanente. El sabio verdadero no tiene certezas absolutas, siempre está listo a volver a ver los conceptos. El ciego (por no decir el imbécil) tiene certezas finales y absolutas siempre. Si un té de hojas de naranjo le curó una gripe en su infancia, él va a querer curar un cáncer con te de hojas de naranjo.
Esa fue la genialidad de Keynes contra las certezas de von Hayek. Hay varios Keynes, el de 1910 era uno y el de 1919, “Consecuencias económicas de la paz” era muy diferente; el Keynes que salvó la economía estadounidense y mundial con el New Deal de 1933, (carta a Roosevelt del 30 de mayo de 1933) era otro, el magistral Keynes de Bretton Woods, el que creó el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el GATT (hoy Organización Mundial de Comercio), en 1944, era todavía más nuevo que los Keynes anteriores. Ese es el verdadero sabio. Es digno de elogio que Milton Friedman, que sabía revisar conceptos, al final de su vida, revisó muchos de ellos en magníficas conversaciones con Alan Greenspan, su antiguo adversario de ideas. Esa revisión de Friedman jamás es mencionada por los ciegos de Chicago, que prefieren al Friedman antiguo, el mediocre no siente inclinación por cambiar de camino.
El actual conductor de la economía cita las reformas liberales de Pinochet, que fracasaron al grado de que el dictador chileno expulsó a los neoliberales de su gobierno, con la renuncia del ministro de Hacienda Sergio de Castro y poner en su lugar a un general. Las consecuencias de las reformas neoliberales chilenas le costaron el cargo a Pinochet, que perdió de manera vergonzosa el referendo que lo expulsó del poder, para exiliarse de Chile y Chile tuvo una secuencia de gobiernos socialistas.
Sea como sea, comparar a Chile con Brasil es una señal más de estupidez, nada, absolutamente nada tienen que ver Chile y Brasil, sus economías son completamente diferentes, así como la demografía, la geografía, la educación, la formación cultural. De cualquier forma, recuérdese que, aun en el auge mismo del neoliberalismo chileno, a nadie se le ocurrió privatizar Codelco, la empresa estatal del cobre chileno, hasta hoy 100 por ciento estatal, y aquí ya quieren vender Petrobras.