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La visita relámpago del presidente ruso, Vladimir Putin, a Austria y a Alemania fue de mayor trascendencia que tan sólo un entendimiento sobre la ampliación del gasoducto Nord Stream 2.
El viaje de Putin estuvo justificado por ese motivo, ya que la duplicación del gasoducto existente de 1,222 kilómetros que une directamente a Rusia y a Alemania a través del mar Báltico, una mega construcción valorada en 9 500 millones de euros, es de interés directo tanto de Berlín como de Viena.
RECADO DIRECTO PARA LA UE
Pero hubo mucho más en juego, en un momento en el que el gobierno de Estados Unidos parece decidido a doblar cualquier apuesta contraria a sus planes hegemónicos, por lo cual está recurriendo a las sanciones económicas y políticas, no sólo contra los cuatro países anunciados de antemano –Rusia, China, Irán y Turquía-, sino también amenazando con descargarlas contra otro país que se atreva a burlar las restricciones de Washington, un recado directo para la Unión Europea (UE).
Además de Rusia, la canciller alemana, Angela Merkel, parece dispuesta a un acercamiento con la Turquía de Recep Erdogan, en especial, ante la situación de Siria. Ella misma afirmó que está en consideración una posible reunión cuatripartita entre Alemania, Rusia, Francia y Turquía, para abordar la pacificación y la reconstrucción del país árabe devastado por siete años de guerra.
Aunque no haya una fecha para la reunión, las cancillerías están trabajando en el asunto. El mismo Erdogan deberá hacer una visita oficial a Berlín en septiembre, hecho de especial relevancia, en el momento en el que Ankara entra en la lista de sancionados de Washington.
El problema es que Alemania tiene mucho que perder manteniéndose atada a los dictámenes estadounidenses, no sólo por las enormes inversiones alemanas en Rusia (véase la nota de la corresponsal Elisabeth Hellenbroich en esta misma Reseña) y proyectos bilaterales como el Nord Stream 2, sino, principalmente, por su condición de enlace con el eje euroasiático que se forma como un nuevo centro de gravedad de la economía mundial.
Tal particularidad fue el centro del pensamiento del padre de la geopolítica británica, Halford Mackinder, inspirador de todas las maniobras angloamericanas emprendidas desde hace un siglo destinadas a obstaculizar la cooperación ruso-alemana.
GUERRA FRÍA
Es evidente que una parte significativa de la elite alemana lo sabe y no parece dispuesta a perpetuar indefinidamente los viejos juegos de la Guerra fría, que han mantenido a Alemania sometida a las riendas de los planes del “establishment” angloamericano.
Durante la Guerra fría, la Ostpolitik (Política para el Este) del canciller Willy Brandt representó una política propia de la entonces Alemania Occidental ante la Unión Soviética, de la cual resultó, la construcción de los primeros gasoductos para el abastecimiento de gas natural ruso a Europa Occidental, a partir de mediados de la década de 1960. ¿Quién sabe si el precedente podrá inspirar a Merkel, oriunda de la antigua Alemania Oriental, a demostrar una mayor autonomía de vuelo?
Como sea, el nerviosismo del poder angloamericano quedó patente en la admisión, de mala gana, del periódico Financial Times de que la iniciativa de Putin señala “un punto de no retorno” en las relaciones bilaterales. La prensa estadounidense, con la excepción del Wall Street Journal, prefirió ignorar el encuentro.
Las siguientes semanas serán determinantes para evaluar si Berlín está dispuesto a contradecir a Washington en temas cruciales como las sanciones, el conflicto de Siria y el acuerdo nuclear con Irán.
Sea como sea, en algún momento, Alemania se verá forzada a cuidar de sus intereses mayores y, consecuentemente, asumir el papel histórico que le corresponde en este momento de cambio de época mundial.