Casi todos los animales disponen de células defensoras fagocíticas, y diversos organismos unicelulares también poseen la habilidad de fagocitar, es decir, capturar y digerir partículas. Un claro ejemplo, son las amebas, microorganismos que se mueven por el suelo y agua, en busca de bacterias y levaduras para alimentarse por fagocitosis.
Especies de amebas, como Dictyostelium discoideum, se agrupan formando un organismo multicelular con aspecto de babosa cuando se enfrentan a condiciones ambientales adversas como la falta de alimento. Dentro de dicha babosa, circulan células denominadas centinelas, mismas que fagocitan bacterias y retienen toxinas.
Aunque el mecanismo de formación de un cuerpo multicelular en amebas difiere de la embriogénesis animal, los procesos moleculares de desarrollo y comunicación entre células son comunes entre amebas y animales.
De acuerdo a su evolución, las amebas podrían ser antecesoras de nuestros glóbulos blancos, ya que los mecanismos moleculares que utilizan para reconocer y digerir a las bacterias, son similares a los empleados por nuestros macrófagos -células del sistema inmune que se localizan en los tejidos-.
Debido a su similitud con los glóbulos blancos, algunos investigadores utilizan las amebas para estudiar mecanismos de defensa frente a infecciones generadas por bacterias que permiten el desarrollo de enfermedades como: tuberculosis, salmonelosis, cólera, entre otras.
Por ello, las amebas son fundamentales para comprender el funcionamiento de nuestro sistema inmunitario y para defendemos frente a los patógenos -agentes biológicos externos-.