Elisabeth Hellenbroich
El escándalo Skripal desencadenó una onda de histeria en la élite política del Reino Unido que logró arrastrar a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)) a unirse a la acusación de que el gobierno ruso, y más específicamente, el presidente Putin, estuvo detrás del intento de asesinato del ex doble agente Serguei Skripal y de su hija con un gas que afecta el sistema nervioso en la ciudad inglesa de Salisbury.
La reciente declaración de los jerarcas de la UE, el 23 de marzo, es un ejemplo ilustrativo de una actitud precipitada, adhiriéndose a la ligereza británica de que es “sumamente probable” que Rusia haya sido la responsable del ataque a los Skripal, sin que haya “otra explicación plausible” del hecho (¡). Moscú, y esto no fue una sorpresa, negó con vehemencia toda participación en el acontecimiento y calificó la acusación británica de infundada, sin sentido y deplorable. Y, a pesar del pedido ruso de participar en las investigaciones y de tener acceso a las muestras del gas neuroquímico supuestamente usado, de la clase Novichok (a lo que Rusia tiene derecho como integrante de la Organización para la Proscripción de las Armas Químicas, OPCW), el gobierno británico se negó a toda cooperación en ese sentido.
En un artículo escrito en el boletín Valdai Newsletter, el profesor británico Richard Sakwa, especialista en Rusia de la Universidad de Kent, sostuvo que el escándalo tiene consecuencias devastadoras para las relaciones ruso-británicas. Resaltó que los británicos quieren “internacionalizar el incidente” y exigirán manifestaciones de solidaridad de los aliados. Sin embargo, hace varias preguntas pertinentes. ¿Por qué las autoridades rusas querrían matar a Skripal, quien vive abiertamente desde 2010 en Salisbury? ¿Y por qué ahora, dos semanas antes de las elecciones presidenciales del 18 de marzo, que le garantizarían cómodamente a Putin un cuarto mandato?
Sakwa afirma:
“No hay duda de que el envenenamiento de Skripal es un incidente de trascendencia que resonará en la Historia. (…) la única cuestión es si el enfrentamiento ¿se disipará, como aconteció con Agadir, en 1911, o si esta es una crisis de mecha lenta, como la de Sarajevo (1914), que puede saltar en algún momento posterior? …¿Será otro hundimiento del Maine, de 1898, o de un incidente del golfo de Tonquin, de 1964, también una “operación bandera falsa,” pero que provocó la escalada de la guerra de Vietnam? Occidente se puede estar “uniendo” contra Rusia, como afirmó el Times del 16 de marzo, pero ¿con qué propósito?”.
Sakwa comenta un artículo del líder laborista, Jeremy Corbyn, publicado en The Guardian del 16 de marzo, quien menciona que en todos sus años en el Parlamento, “He visto, muchas veces, como el pensamiento claro se ofusca en una crisis internacional por la emoción y por los juicios apresurados. (…) Una información defectuosa y expedientes dudosos llevaron a la calamitosa invasión de Irak. Hubo un apoyo abrumador de los dos partidos para atacar a Libia, pero vimos que fue equivocado”.
EL JUEGO CONTINÚA
El escándalo Skripal puede ser tan sólo el detonador de una gran aventura entre Oriente y Occidente, que pone a la humanidad en una ruta muy peligrosa. La advertencia es del estratega alemán Horst Teltschik, ex presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich y asesor del canciller Helmut Kohl de 1982 a 1998, en un artículo publicado en el sitio de internet Focus.de, titulado “El juego continúa,” donde afirma que estamos ante un altercado entre Este y Oeste que parte de la lógica de “si tú me pegas, yo te pego; si no respetas mis intereses ¿por qué voy a respetar los tuyos?”
Para comprender la dimensión total se debe volver la vista atrás, dice Teltschik. A principios de la década de 1990, “El pueblo ruso aceptó pacíficamente la disolución del Pacto de Varsovia, la disolución de la URSS en 15 repúblicas soberanas y la retirada de 500 mil soldados de Europa central. De ninguna manera, eso era evidente por sí mismo. Al mismo tiempo se firmaron varios acuerdos de desarme y control de armas, en especial una solución doble cero para los proyectiles nucleares de 500 a 5000 km de alcance; los sistemas estratégicos se redujeron sustancialmente y se prohibieron y se destruyeron las armas biológicas y químicas”.
En los años siguientes, Occidente comenzó a extender la OTAN y la UE hasta no alcanzar las fronteras de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). “¿Podría ser una sorpresa que el gobierno ruso y (Boris) Yeltsin hayan manifestado malestar y que (su sucesor, Vladimir) Putin haya criticado abiertamente y comenzado a tomar medidas contra ‘el cerco militar’ de Rusia? Las preocupaciones de seguridad de Rusia con respecto a la OTAN y a Estados Unidos se deberían haber tomado en serio desde el principio,” recalcó Teltschik.
Para él, la gota que derramó el vaso fue que Occidente comenzó a “ofrecer a Georgia y a Ucrania el ingreso a la OTAN y a la UE.” La respuesta rusa, afirma, fue la guerra de Georgia, seguida de la ocupación de Crimea y el apoyo militar de las llamadas repúblicas populares del Este de Ucrania.
Según el estratega alemán, esos acontecimientos podrían y deberían haber tomado un rumbo diferente. Se refirió a Kohl, quien, consciente de las antiguas preocupaciones históricas de seguridad de la URSS, “Ofreció a Moscú un tratado con claras garantías de política de seguridad, en abril de 1990. Ambos gobiernos firmaron y ratificaron este “Gran Tratado” en noviembre de 1990. Ese mismo mes, 35 jefes de Estado y de gobierno de los estados miembros de la CSCE (Comisión para Seguridad y Cooperación de Europa, hoy OSCE) se reunieron en París y firmaron la “Carta para un Orden Paneuropeo de Paz y Seguridad” de Vancouver a Vladivostok. El presidente (Mijaíl) Gorbachov habló sobre la “Casa común de Europa,” en la que todos los estados deberían gozar de igual seguridad. Se llegó al acuerdo de realizar conferencias anuales de ministros de Relaciones Exteriores, conferencias de revisión de la más alta jerarquía y de establecer un centro de prevención de conflictos”.
Sin embargo, afirma, este proceso se manejó mal y de forma criminal: “Cuando el presidente (Dimitri) Medvedev propuso en 2008 algún tipo de tratado de reglamentación contractual de la Carta de París, no hubo resonancia en Occidente.”
En 1997 se firmó el Acta de la Fundación OTAN -Rusia, en la que ambos lados declaran oficialmente que “la OTAN y Rusia no se considerarían adversarios,” le siguió en 2002 la creación del Consejo OTAN-Rusia. “Estos fueron pasos exitosos, pero esas iniciativas no fueron usadas en momentos decisivos, como en los conflictos de Georgia y de Ucrania,” observa Teltschik.
Ni siquiera la propuesta del comisario europeo Romano Prodi para la negociación de una zona de libre comercio de Lisboa a Vladivostok encontró eco en la UE. Tras esto, “los Estados Unidos comenzaron a crear un sistema de defensa contra proyectiles y lo colocaron en Europa. La promesa de Estados Unidos y de la OTAN de incluir a Rusia en su creación no se cumplió. Esto tampoco cambió cuando Rusia colaboró de forma constructiva en la negociación del acuerdo nuclear con Irán y en la destrucción de las armas químicas de Siria.”
El resultado: “nos encontramos en el ‘juego’ de hoy, que se está disputando en la línea en la que las sanciones de la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea fueron respondidas por sanciones de Rusia.” La expulsión de Estados Unidos de diplomáticos rusos recibió respuesta recíproca de Moscú, y el mismo juego opera entre Londres y Moscú. Las maniobras militares rusas en el mar Báltico y en el mar Negro fueron respondidas con maniobras de Estados Unidos y de la OTAN y viceversa. “Ambos lados ya colocaron sus tropas a lo largo de las fronteras recíprocas. Hoy hay tropas alemanas estacionadas en Lituania, en la frontera rusa. ¿Estamos realmente conscientes de todo lo que esto significa?”, se pregunta Teltschik.
Se debe agregar que el Congreso estadounidense votó a favor de un aumento radical del presupuesto militar, para alcanzar los 700 mil millones de dólares, y el presidente Trump anunció la modernización y la creación de nuevas armas nucleares. La respuesta de Moscú fue inmediata; el presidente Putin anunció los nuevos sistemas de armamentos estratégicos, al mismo tiempo que el Presidente chino, Xi Jinping, anunciaba un aumento de 8.1 por ciento del presupuesto militar de China.
Algo semejante, afirma, se pudo observar en la quincuagésima cuarta Conferencia de Seguridad de Múnich de este año, donde estadounidenses y rusos se hicieron acusaciones recíprocas, acompañadas por declaraciones rabiosas del Presidente ucraniano, Petro Poroshenko, del Primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y del secretario general de la OTAN, Jans Stoltenberg:
“Ninguno ofreció, sin embargo, una estrategia para iniciar un proceso político y negociaciones para resolver los conflictos. Nadie habló sobre las posibilidades de acabar y limitar la actual carrera armamentista, con la ayuda de los controles de armas y del desarme. El ex secretario general de la OTAN (Javier) Solana afirmó, correctamente la facilidad con que todos los lados hablan de los nuevos sistemas nucleares, sin tomar en cuenta las consecuencias de todo esto”.
SERGUEI KARAGANOV: DISUASIÓN NUCLEAR PREVENTIVA
Desde un punto de vista diferente, el especialista en seguridad rusa Serguei Karaganov, decano de la Escuela de Economía Mundial y Relaciones Exteriores de Moscú y presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa, escribió recientemente un ensayo en la revista Rossiyskaya Gazeta, describiendo lo que denomina una “estrategia preventiva de disuasión.”
Su idea implica un ataque convencional sólido en el caso de que la existencia del país esté amenazada. “Si se usasen armas nucleares, causarían un conflicto global y, sin embargo, evitarían grandes conflictos que se pueden transformar en una guerra nuclear” afirmó.
No obstante que Estados Unidos invirtieron billones de dólares en su rearmamento no nuclear en las décadas de 1990 y 2000, Karaganov argumenta que el grado de supremacía alcanzado no se puede convertir en términos políticos y económicos: “La expansión del poder fue contraproducente, pues no sólo trajo sufrimiento terrible a los países atacados, sino que también minó seriamente las posiciones políticas, económicas y morales de Estados Unidos en el mundo.”
Occidente parecía haber recuperado la supremacía durante el periodo 1991-2007, un segundo en términos históricos, “pero, a medida que Rusia se fortaleció, Estados Unidos sufrieron una serie de fracasos políticos-militares y el modelo económico occidental reveló sus debilidades en 2008, la distribución mundial del poder volvió a comenzar, lo que puso a Occidente en una desventaja todavía mayor.” Según Karaganov, estos acontecimientos recientes constituyen una de las principales razones para la “explosión de hostilidad hacia Rusia. Tomará mucho tiempo a Occidente adaptarse a la nueva situación en la que ya no domina militar o políticamente, ni ideológica o económicamente.”
NUEVA CARRERA ARMAMENTISTA
Los nuevos armamentos modernos anunciados por Putin en el discurso en la Asamblea Federal el 1 de marzo, para Karaganov, comprueban el delirio de los estadounidenses de buscar la supremacía y la invencibilidad. “Perseguir la superioridad militar significa, esencialmente, desperdiciar dinero y fuerza. El argumento central de que los nuevos sistemas (de armas) pueden hacer a Estados Unidos más seguros, obtener ventajas políticas y económicas, y convertirlos nuevamente en el hegemón que, presumiblemente, fueron entre 1991-2007, ya no existe.”
Él manifiesta la esperanza de que “las medidas anunciadas por Vladimir Putin hagan que las élites estadounidenses y otras élites extranjeras piensen realistamente y se preparen a negociar.” Aunque sea claro que la retirada unilateral de Estados Unidos del tratado proyectiles balísticos (ABM) y la histeria imperante en el país dificultan cualquier confianza en la negociación y el compromiso con nuevos acuerdos, Karaganov dice convencido:
“Aún es necesario hacer un intento. Esto sería mejor que esperar hasta que la creciente desconfianza, aunque desdeñosa de nuestro lado, el surgimiento de nuevas armas y su adquisición por nuevos actores, y la ausencia de diálogo lleven a una guerra que, con toda probabilidad, pueda poner fin a la humanidad como la conocemos”.
Hay otro aspecto que Karaganov trae a discusión:
“La disposición de Rusia para movilizar nuevos sistemas estratégicos modernos… significa no sólo “disuasión preventiva” para contener la carrera armamentista, sino también sirve como un recordatorio a nuestros socios de que el dominio mundial de 500 años de Europa y de Occidente, inevitablemente llegó a su fin”.
El argumento de Karaganov es que, mientras Estados Unidos y, hasta cierto punto, Europa traten de “dar marcha atrás a la Historia, desencadenando una nueva Guerra Fría, para recuperar las posiciones perdidas en las últimas décadas, es esencial reconocer, “El mundo cambió y el resultado no será el mismo de antes. (…) Entonces, en lugar de buscar venganza, tendrán que prepararse para vivir en un mundo muy competitivo, pero mucho más justo, y construir un nuevo orden mundial”.
Sin embargo, admite, Rusia “no propone todavía un nuevo programa para la humanidad, aunque la necesidad sea obvia. (…) Las élites dominantes en muchos países están perdidas. Las relaciones entre las dos superpotencias nucleares, Rusia y Estados Unidos, están peores que nunca desde los años cincuentas y la crisis de los misiles de Cuba.”
No obstante, concluye, debe haber una imagen promisoria del mundo en que todos quisieran vivir. Rusia y China están proponiendo una gran sociedad euroasiática fincada en la Iniciativa Cinturón y Ruta y una “comunidad de destino común” que necesita ser especificada y creada.
Foto: Sky News