Debido a la pandemia mundial covid-19, se cancelaron la mayoría de las conmemoraciones planeadas para recordar el 75 aniversario del final de la Segunda guerra mundial en Europa. En Moscú se celebraría el día nueve de mayo con el tradicional desfile militar ante la presencia de veteranos de guerra y de líderes extranjeros, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron y el chino, Xi Jinping; también estuvieron invitados la canciller alemana, Angela Merkel, y Donald Trump, quien declinó la invitación.
En una entrevista aparecida el 3 de mayo en el periódico Tagesspiegel, el ex canciller alemán Gerhard Schröder (1998-2005) afirmó que la pandemia es un motivo más para mejores relaciones con Rusia. “En lugar de la confrontación, necesitamos de entendimiento, de cooperación y de solidaridad en todo el mundo”, dijo. Schröder agregó, recordando la historia de Rusia, que la invasión de la Unión Soviética por Hitler fue “una campaña de cruel destrucción, cuyo objetivo era hacer que Rusia desapareciese del escenario mundial”.
En esa misma línea, el ex ministro de Relaciones exteriores de Italia Franco Frattini, en entrevista con la agencia Tass, pidió el levantamiento de las sanciones impuestas a Rusia.
En este contexto cobra relevancia el libro recién publicado del conocido especialista alemán en asuntos rusos Alexander Rahr, director de investigaciones del Foro Alemán-Ruso, en sociedad con el ucraniano Vladimir Serguiyenko, titulado, El 8 de mayo –la historia de un día. El libro está escrito a partir de declaraciones y de diarios escritos por testigos oculares, entre ellos: Stefan Doernberg, judío que sirvió en el Ejército Rojo, de Konstantin Simonov, oficial del Ejército, de Vera Albrecht, que relata la toma de Berlín por los rusos, del periodista de la CBS Harry Butcher, cercano al Comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, Dwight Eisenhower, de Gregori Klimov, ex integrante de la Academia militar rusa (que desertó a Estados Unidos), y de otros.
En una entrevista con la revista digital Russland-news, Rahr explicó que escribió el libro porque la “cultura de la memoria”, en particular de los recuerdos de la Segunda guerra mundial, está “desapareciendo” y está siendo manipulada. Resaltó que existen diferentes versiones sobre la historia del conflicto. Al final de la guerra, observó, Estados Unidos y la URSS hablaban un “lenguaje común”. Hoy, sin embargo, escuchamos muchas veces una narrativa diferente, la de que los estadounidenses fueron los “libertadores buenos” mientras que los rusos eran los “malos ocupantes”.
Vera Albrecht relata cómo los combates de Berlín cesaron el día 2 de mayo. Escribió en su diario que los camiones rusos con alto parlantes recorrían la ciudad en ruinas deteniéndose enfrente de las trincheras y de los refugios antiaéreos para reproducir la declaración de rendición del general Helmut Weidling, comandante militar de la capital: “Ordeno el cese inmediato de toda resistencia. Cada hora que ustedes siguen luchando, prolongan el sufrimiento horrendo de la población civil y de nuestros heridos. En compromiso con el Comando Supremo de las tropas soviéticas, pido que dejen de combatir inmediatamente”.
Decenas de miles de personas luchaban desesperadamente los días anteriores al fin de la guerra contra el Ejército Rojo en las calles de Berlín, en feroces combates casa por casa. Adolfo Hitler, en lugar de asumir su responsabilidad por la catástrofe que había desencadenado, se suicidó el 30 de abril en su búnker del Reichstag, pero antes designó al almirante Karl Dönitz, comandante de la Marina, para sucederlo. Dönitz autorizó al coronel general Alfred Jodl, jefe de Operaciones del Estado mayor de la Wehrmacht, a sostener negociaciones de rendición con el cuartel general de Eisenhower en Reims, Francia. Jodl trató de “retardar” la rendición de la Wehrmacht al Ejército Rojo para que el mayor número de alemanes en los territorios orientales huyese a Occidente, pero no tuvo éxito.
Jodl firmó la rendición incondicional de la Wehrmacht el 7 de mayo en Reims. El día siguiente, a las 23 horas, tuvo lugar otra ceremonia en la Escuela de ingenieros de Karlshorst, Berlín, entonces cede del comando soviético, presidida por el mariscal Georgui Yukov.
Los documentos de la rendición los firmaron Yukov, el general estadounidense Carl Andrew Spaatz, el mariscal del aire británico, Arthur William Tedder y el general francés Jean de Lattre de Tassigny. Luego de la firma del documento por el mariscal de campo Wilhel Keitel y otros oficiales alemanes, Yukov afirmó: “La delegación alemana puede salir de la sala. Con el documento de capitulación firmado, la guerra terminó”.
El fin de la guerra en Europa dejó 60 millones de muertos, con el Tercer Reich en cenizas, ruinas, sangre y lágrimas. Cerca de la mitad de esas víctimas eran soviéticas, a las que se deben agregar los 6 millones de judíos y de otras minorías asesinadas en campos de concentración, millones de soldados alemanes y europeos, además de civiles muertos en bombardeos, de hambre y de toda suerte de privaciones.
Rahr y Serguiyenko relatan en el libro que en la Conferencia de Yalta, febrero de 1945, los “Tres Grandes” líderes aliados, José Stalin, Franklin Roosevelt y Winston Churchill, prometieron llevar a los tribunales a todos los criminales de guerra nazis y castigarlos. Los trucos que intentaron al final de la guerra algunos generales de la Wehrmacht para negociar un acuerdo separado con estadounidenses y británicos no funcionaron. En esa época, recuerdan los autores, la reputación y la estima de la Unión Soviética y del Ejército Rojo, gracias a la lucha contra el nazifascismo, era tan grande entre estadounidenses y británicos que “un acuerdo con el enemigo a espaldas era imposible”.
“¡La guerra en Europa terminó!” fue el encabezado del New York Times del 8 de mayo. Medio millón de personas conmemoraron en Times Square, Nueva York. En París se celebró una misa en la catedral de Notre Dame y el general Charles de Gaulle declaró que el Reich alemán, como poder y como doctrina de Estado, había sido totalmente destruido. La radio soviética proclamó al día siguiente que el Día de la Victoria sobre Alemania había llegado. “Los fascistas de Alemania se declararon derrotados por nuestros aliados y por nuestras tropas y se rindieron incondicionalmente”.
Una advertencia para no usar la Historia como arma
En el epílogo se comenta que el libro no es un discurso político, sino que pretende ser una “advertencia” contra el uso de la Historia “como arma”, como, por desgracia, se hace hoy día. En lugar de esto, propone que la fecha del 8 de mayo “sea una ocasión para que las diferentes partes en confrontación en la política europea hagan una pausa en el escenario mundial y reflexionen cómo es posible una reconciliación de la comunidad europea llena de conflictos”. “¿Existe la posibilidad de una narrativa unificada en Oriente y en Occidente?” se pregunta.
Rahr destaca algunos datos dejados al olvido en el debate actual, concentrado en la “buena América”, que liberó a Alemania y a Europa, y en una “Rusia mala”, que impuso la dictadura. Recalca que es necesario tener en cuenta que, a diferencia de sus campañas en Occidente, Hitler había conducido una campaña contra Rusia como parte de una “guerra de aniquilación” para conquistar el Este de Europa hasta los Urales, como parte del “espacio vital” alemán (Lebensraum), para un futuro Gran Reich.
La Wehrmacht atacó Leningrado, Moscú y el Cáucaso en 1941-42. El momento definitivo fue la batalla de Stalingrado, librada entre julio de 1942 y febrero de 1943. De 1943 a 1945, el Ejército Rojo expulsó a la Wehrmacht del territorio soviético y de Europa Oriental. El 2 de mayo de 1945, los soldados soviéticos victoriosos ondearon la Bandera Roja en el techo del Reichstag de Berlín.
Según Rahr, “la visión real del mundo occidental está moldeada por el contraste entre libertad y falta de libertad”. El Occidente liberal, dice, “desde hace 100 años al lado de la libertad, identifica a Rusia desde el siglo XX al lado de la falta de libertad”. Occidente, en su calidad de vencedor del choque Este-Oeste creó un celo por hacer el mundo más “justo” por medio de un modelo liberal de libertad, no por la igualdad social, observa Rahr, quien agrega que, “moral y emocionalmente”, Occidente está al lado de los “nuevos” estados de la Europa Oriental, que recuperaron su independencia después del derrumbe de la Unión Soviética. Por ello la controversia histórica que divide a Este y Oeste; si el 8 de mayo de 1945 es un día de “liberación o de nueva esclavitud”.
Hay voces críticas en Occidente que acusan a Rusia de instrumentar el 8 de mayo para mantener su “condición de gran potencia”. Lo cierto es que, según Rahr, Stalin había “vencido” en la guerra, aunque con muchos sacrificios. De esta forma, observa, el triunvirato de las potencias victoriosas el 8 de mayo tuvo vida corta. No era una alianza sagrada de personas afines, sino una “comunidad de conveniencia” de potencias que competían contra un mal mayor, la Alemania nazi.
La Europa de la post guerra, sin embargo, no fue gobernada por un concierto de potencias, como ocurrió con la guerra contra Napoleón y el Congreso de Viena de 1815, sino dividida en dos esferas de influencia. En el periodo siguiente, la URSS y Estados Unidos, debido a sus diferentes sistemas sociales, se hicieron enemigos amargos. Por ello, “la narrativa de haber vencido juntos en la Segunda guerra mundial ‘desapareció’ y fue revestida de una nueva imagen de enemigo, que existió de 1945 a 1990 y todavía hoy tiene efectos, 30 años después del fin de la Guerra fría”. Rahr lamenta que una oportunidad histórica haya sido desperdiciada en 1991: “Occidente debería, en 1991, haber ofrecido a Rusia una alianza europea común, semejante a Francia, que, tras la derrota de Napoleón, conquistó un lugar firme en Europa, luego del Congreso de Viena de 1815”.
El Parlamento europeo aprobó en septiembre de 2019, por una gran mayoría, una resolución que coloca al comunismo y al nacional socialismo en pie de igualdad, al afirmar que los dos sistemas fueron “dictaduras totalitarias” y que condena a Hitler y a Stalin como perpetradores de la Segunda guerra mundial. Para Rahr, “la intención geopolítica tras esa resolución resulta clara: impedir que Rusia legitime su posición de gran potencia en un futuro orden mundial, por el recuerdo del 8 de mayo de 1945”.
Concluye el libro con el consejo de que Europa Oriental estudie cuidadosamente el periodo del comunismo, como un proyecto conjunto de las antiguas repúblicas soviéticas y los antiguos estados del Pacto de Varsovia, sin que Occidente se entrometa como ‘árbitro’. Al final de cuentas, el objetivo es la reconciliación entre las naciones de Europa Oriental –lo que no puede ser una declaración unilateral de culpa y de arrepentimiento de Rusia: “La mediación de esa lucha histórica es indispensable para un espíritu común de Europa”.
Es necesario recordar, finalmente, el extraordinario discurso pronunciado por el entonces presidente alemán Richard von Weizsäcker el 8 de mayo de 1985 en el todavía Parlamento Federal de Bonn en el que afirmó que era un día “para conmemorar lo que las personas tuvieron que sufrir, es decir, una fecha de reflexión sobre el curso de nuestra historia. Para nosotros, los alemanes, el día 8 de mayo no es un día de celebración… algunos fueron liberados, mientras que para otros fue el inicio del cautiverio. Muchos quedaron simplemente complacidos con los bombardeos nocturnos, por el miedo que pasó y por haber sobrevivido”. El 8 de mayo, resaltó, “nos liberó de la inhumanidad y de la tiranía del régimen nacional-socialista”.
Advirtió, sin embargo, que “no debemos considerar el fin de la guerra como causa de fugas, expulsiones y privaciones de libertad. La causa remonta al inicio de la tiranía que provocó la guerra. No debemos separar el 8 de mayo de 1945 del 30 de enero de 1933 (fecha de la toma de la Cancillería alemana por Hitler –n.e.). Existen todas las razones para percibir el día 8 de mayo como el fin de una aberración de la historia alemana, un fin que trae simientes de esperanza de un futuro mejor”.
Para von Weizsäcker, “Hitler se convirtió en la fuerza motriz en el camino al desastre. (…) Hitler quería dominar Europa y hacerla pasar por una guerra”. Mencionó el discurso de Hitler a sus generales el 23 de mayo de 1939 en el que buscaba un pretexto para atacar a Polonia y tener una guerra: “Hitler afirmó que no se pueden obtener más éxitos sin derramamientos de sangre… Dantzig no es el objetivo. Nuestro objetivo es extender el Lebensraum al Este y asegurar el abastecimiento de alimentos. Sin embargo, no hay cómo eximir a Polonia; y queda la decisión de atacar a Polonia en la primera oportunidad adecuada”. A la luz de la visión histórica predominante hoy, Weizsäcker no deja dudas: “La iniciativa para la guerra vino de Alemania, no de la Unión Soviética. Fue Hitler quien recurrió al uso de la fuerza”.
*MSIa Informa