Mouris Salloum George*
Cualquier escritor apocalíptico diría que Donald Trump, a la hora de prepararse para nacer, llegó tarde al reparto de piedad y misericordia, atributos que no se compran en las tiendas de autoservicio estadounidenses.
El asunto de los dones divinos tiene que leerse, en ese caso, a la luz de las alucinaciones del inquilino de la Casa Blanca quien, con arrebatos de simonía, se ha proclamado elegido de la Providencia, un recurso del que hace abuso electorero.
¿Cuántas muertes, aun por negligencia, son necesarias para que a un hombre de Estado se le juzgue por crímenes de lesa humanidad en su modalidad de genocidio? Tenemos en los expedientes de las Cortes Internacionales de Justicia a señalados dictadores a los que se ha condenado a prisión perpetua y otras penas por ese tipo de atentados. Si son africanos, con mayor saña.
En un balance de las últimas horas, en los Estados Unidos se reconoce a más de 500 mil personas infectadas por el Covid-19 (“neumonía viral”, es el diagnóstico). 20 mil fallecidos. Sólo en la macabra jornada dominical: mil 534 decesos.
En su comparecencia el 22 de enero ante el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, Trump declaró la rosa de los vientos: Vamos a estar bien. El 10 de febrero, en un mitin electoral en busca de un segundo mandato, les dijo a su audiencia: Para abril, el virus se habrá ido milagrosamente.
Lo dicen los antiguos libros: Los Dioses ciegan a los que quieren perder
A partir de investigaciones del diario The New York Times, agencias internacionales de noticias reportan que desde diciembre pasado, El Pentágono empezó a procesar informes de Inteligencia sobre la magnitud de la pandemia y su propagación fuera de China, e hizo llegar al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Desde el 3 de enero y hasta el día 18 del mismo mes, autoridades de Centros Médicos de Control de Enfermedades de los Estados Unidos y el propio Departamento de Salud y Derechos Humanos del gabinete presidencial, así como especialistas norteamericanos en enfermedades infecciosas, le pusieron tamaño a los alcances de la crisis sanitaria: Catástrofe mundial.
Hoy, los Estados Unidos son el epicentro planetario de la crisis humanitaria cuando, en la zona de origen del virus se revierte ya la amenaza.
Si bien El Calígula anaranjado parece haber caído en cuenta de que los “poderes especiales” que dice recibió de El Altísimo no han sido bastantes para exorcizar la guadaña, él sigue a trote en su grilla electorera.
Lo dijo el clásico en su oportunidad: Los dioses ciegan a los que quiere perder. Existe un genocidio en marcha y éste no puede permanecer impune. Así de grave la cuestión.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.