El coronavirus en tiempos del cambio de época

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MSIa Informa

El mundo no será el mismo después que la pandemia provocada por el coronavirus Sars-CoV-2 sea controlada. Al interceptar un cambio de época que ya estaba en curso, demostrado por la creciente disfuncionalidad de las estructuras políticas y socioeconómicas (en especial, el sistema financiero “globalizado”) y las tendencias de la contracultura pos-moderna en Occidente, además del desplazamiento del centro dinámico de la civilización planetaria hacia el eje eurasiático encabezado por China y Rusia, la pandemia está abriendo los ojos para un dramático cambio de paradigmas político-económicos,  que parecían inamovibles, a pesar de sus efectos socioeconómicos y anti-civilizatorios devastadores, comenzando por el crecimiento de las desigualdades sociales en casi todo el mundo.

En el siglo XIV, el Renacimiento italiano emergió en la estela de la catástrofe causada por la Peste Negra del siglo anterior, agravada en ciertas partes de Europa Occidental por los efectos de la usura diseminada por los grandes banqueros lombardos, los “globalizados” de la época.

De manera intempestiva regiones y países enteros aislados y con sus poblaciones en cuarentena. Sistemas de salud de países desarrollados saturados y forzados a operar en condiciones de guerra, los médicos obligados a escoger quién vive y quién muere. Ciudades desiertas. Actividades económicas no esenciales y transportes virtualmente paralizadas. Cadenas productivas interrumpidas. Bolsas de valores despeñándose en todas partes, desnudando las falsas premisas y los excesos especulativos responsables por su exuberancia artificial demostrada en los últimos años.

Por otro lado, las políticas dirigistas despreciadas por los beneficiarios del status quo y sus propagandistas son implementadas a toque de clarín y sin cuestionamientos relevantes. En Europa, gobiernos acosados toman decisiones toman decisiones independientemente de la Unión Europea (UE), cerrando fronteras y decidiendo paquetes de ayuda financiera a empresas y ciudades, pasando por encima de las sacrosantas directrices de “austeridad” establecidas por Bruselas.

Italia, hoy el epicentro de la pandemia, emitió un decreto de emergencia para inyectar de inmediato 25 mil millones de euros en una economía de por sí debilitada antes de la llegada del coronavirus. En una videoconferencia con sus pares de la UE, el pasad 17 de marzo, el primer ministro Giuseppe Conte fue categórico al afirmar que “este momento, debemos hacer lo que sea necesario para proveer a los ciudadanos europeos con los cuidados médicos y la protección socioeconómica necesaria”.

En Francia, el presidente Emmanuel Macron, ex-funcionario de la casa bancaria Rothschild anunció un plan de ayuda de 300 mil millones de euros y afirma que “ninguna empresa quebrará”, mientras el ministro de hacienda Bruno Le Maire decía que, si es necesario, importantes empresas podrían incluso ser temporalmente nacionalizadas.

En Alemania, la canciller Angela Merkel, la guardiana de la “austeridad” europea, anunció un plan equivalente a 555 mil millones de dólares para proteger a la economía del país, aunque su gobierno todavía se oponga a la propuesta de Conte, de emitir “eurobonds” para apoyar las economías del bloque. Quién sabe si, en algunos días o semanas de crisis, Berlín cambie de idea.

En España, el presidente del gobierno Pedro Sánchez habla de 100 mil millones de euros para empresas necesitadas de capital, describiendo la situación como la “mayor movilización de recursos en la historia democrática del país”.

El Reino Unido se comprometió con un paquete de 330 mil millones de libras esterlinas, en préstamos públicos, cantidad equivalente al 15% del PIB, además de 20 mil millones de libras en otros incentivos directos.

En los EUA, el presidente Donald Trump pidió al Congreso la liberación de 500 mil millones de dólares, como parte de un plan de un billón de dólares, para pagos directos a cada ciudadano norteamericano.

En esencia, después de décadas de entronización de los mercados financieros “globalizados”, como las fuerzas motrices de la economía mundial y de desprecio de las atribuciones de los Estados nacionales soberanos, una emergencia global auténtica, exige respuestas inmediatas para la protección de sus poblaciones, demostrando de forma cabal que el consagrado Estado nacional todavía es y seguirá siendo la institución más adecuada e insustituible para organizar y cuidar de la vida y del bienestar de las sociedades humanas.

De una hora a otra, ante el peso de la realidad, cae por tierra la bagatela de la “falta de recursos” para el desarrollo de a economía real, la única que garantiza los bienes y servicios necesarios al progreso de los pueblos.

Hasta, ahora, el mundo ha tratado al dinero como si fuese un recurso natural raro y encontrado solamente en las profundidades de la corteza terrestre. En lugar de ser un medio de intercambio cuya emisión debería confiarse estrictamente a los gobiernos nacionales, se le da a los bancos centrales privados y semiprivados, convirtiéndolos en los guardianes de las finanzas globales.

El cambio es palpable, de repente, recursos públicos que eran “escasos” en la víspera, están velozmente disponibles para el combate a la crisis sanitaria y socioeconómica más grave en décadas. Reglas radicales de “austeridad” financiera, que beneficiaban solamente a los especuladores con títulos de la deuda pública, fueron suplantadas por la necesidad de atención a las víctimas directas e indirectas de la pandemia.

En paralelo, el virtual aislamiento de regiones y países enteros por períodos inusitados está demostrando los riesgos y límites de la concentración de la producción industrial en algunos países a favor de la reducción de costos, uno de los pilares de la globalización.

Para complicar, la paralización por más de dos meses de gran parte de la producción de China sumará sus efectos no lineales a la paralización en varios otros países, principalmente, en Europa. No es necesario ser economista para imaginarse el enorme impacto que esto tendrá sobre la economía mundial como un todo. Así, es posible que, aparte de la tragedia expresada en vidas humanas, la gran víctima de la pandemia acabe siendo el misantrópico y deshumanizador sistema de la “globalización financiera”. Por ende, es necesario trabajar para que, pasada la crisis, el Estado nacional soberano sea reconducido hacia el protagonismo en la organización de las sociedades y de las economías, maximizando las energías creativas de la población y las capacidades económicas de la iniciativa privada, en el contexto de la construcción y consolidación de un nuevo orden internacional armónico, basado en la cooperación entre los Estados soberanos.

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