El futuro del Gran Triángulo: Rusia, China y los Estados Unidos

 

Serguéi Karaganov*

Soy, en general, suficientemente osado para hacer previsiones, pero en esta ocasión no estoy confiado en cuanto al futuro. Junto a las miríadas de problemas y tendencias controvertidas que se previeron antes, ahora tenemos el “cisne negro” representado por la epidemia de covid-19.

 

Este es un problema grave para muchos países, pero, desde un punto de vista histórico, se trata de una epidemia relativamente común. No obstante, podría afectar seriamente el desarrollo mundial por dos razones. Parece que las élites dirigentes de muchos países la están utilizando para encubrir sus fracasos pasados o para justificar su incapacidad de enfrentar las dificultades que tienen enfrente. Entre ellos, la contaminación y el cambio climático, el rápido empobrecimiento de la clase media, el aumento de la desigualdad social y, finalmente, el agotamiento del actual modelo de capitalismo, concebido para estimular un consumo cada vez mayor. Los intentos de encubrir y de justificar las acciones insuficientes en la pandemia elevan los problemas al cuadrado y la prensa los elevó al cubo.

 

Por todo esto, la pandemia puede tener consecuencias verdaderamente históricas, pero nadie puede saber exactamente cuáles serán.

 

Sin embargo, acepté un pedido del editor en jefe de la revista Limes para hacer un pronóstico y evaluar el desarrollo de las relaciones del triángulo de las grandes potencias –Rusia, China y Estados Unidos-, bajo la óptica rusa. Correré el riesgo.

 

Por una cuestión de conveniencia, seguiré el escenario que considero el más probable. Las principales tendencias, la “desglobalización” económica parcial de los últimos años, la renacionalización de la política y de la economía mundiales, la creciente rivalidad de Estados Unidos y China, el debilitamiento de la Unión Europea (UE) y de las instituciones multilaterales en general, todas se exacerbarán por la profunda crisis económica mundial en marcha. Todo será como hoy, pero peor.

 

El único punto brillante en este pronóstico es la posible remoción parcial de sabandijas parasitarias del cuerpo de las sociedades y economías modernas –la deflación de las burbujas financieras e informativas que, cada vez más, han servido de sustituto de la economía y de la vida real. La familia, la fe, la realización personal, sobre todo, por medio del servicio a la sociedad y al país, son susceptibles de recuperar su lugar central. Las profesiones de ingeniero, médico, agente de la ley y otras que actúan en el mundo real volverán a ser más importantes. Estos principios, de verdad, nunca dejaron de existir en el mundo no occidental.

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El triángulo de las principales potencias es una construcción virtual, debido a la reluctancia de Estados Unidos para cooperar con cualquier otra nación, con la esperanza de hacer la última defensa de su hegemonía en decadencia. El triángulo está por desmoronarse en tres partes, de acuerdo a las siguientes relaciones:

 

Las relaciones ruso-estadounidense nunca estuvieron tan hostiles desde la década de 1950. Estados Unidos se sintió vejado con la negativa de Rusia de seguir los pasos del liderato estadounidense y con el mismo hecho del renacimiento ruso. Además de esto, al haber restaurado su poder estratégico, Rusia, todo lo indica, privó a Estados Unidos y a Occidente en su conjunto de toda su superioridad militar –la base de su dominio de cinco siglos en la política, en la economía y en la cultura, que le permitió concentrar el producto mundial bruto en su propio beneficio. Rusia, tal como la Unión Soviética antes, trató por encima de todo de garantizar su propia seguridad, pero, por azar, y no intencionalmente, se convirtió en la causa de esa transformación histórica.

 

Estados Unidos inició un camino de enfrentamiento a principios de la década de 2010. Cuando en 2014 Rusia detuvo la expansión de la alianza occidental, con la reincorporación de Crimea y con el apoyo a la región rebelde de Donbass (norte de Ucrania), el enfrentamiento se hizo manifiesto. El presidente Barack Obama esperaba destruir a Rusia “y rasgar su economía en pedazos”. El equipo de Donald Trump planeó ejercer una fuerte presión sobre Rusia con la finalidad de apartarla de China. Pero ambas estrategias produjeron los resultados contrarios. Aunque las sanciones disminuyeran su desarrollo económico, Rusia no cedió, se consolidó internamente y profundizó la cooperación con China. Pero, en el camino, la élite estadounidense se vendió a sí misma la idea –completamente falsa, como ahora es evidente para todos- de que Rusia había interferido fuertemente en las elecciones estadounidenses para apoyar a Trump. Esta propaganda se convirtió en un factor importante en las disputas políticas internas de Estados Unidos. Con tal situación es muy difícil esperar que las relaciones bilaterales se normalicen a corto plazo, aun cuando Moscú esté tratando de remediar las cosas.

 

El grado actual de hostilidad no sólo es innecesario, sino sencillamente peligroso. Al lado del deterioro de la situación en la esfera militar-tecnológica más y más armas desestabilizadoras aparecen en el mundo, los regímenes de limitación de armas restantes están siendo derribados y el alcance intelectual y de responsabilidad de las élites de varios se degradan, para crear una hostilidad creciente, que aumenta la probabilidad de una guerra no intencionada y su escalada al grado de catástrofe nuclear mundial.

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La política actual de Moscú ante Washington se funda en tres pilares: el intento de reducir el peligro de confrontación; disuasión militar fuerte, que, aun siendo preventiva, incluye la creación de armas que vuelven la esperanza de Occidente de recuperar la superioridad estratégica prohibitivamente dispendiosa; e intensificar las relaciones económicas, políticas y militares con el mundo no occidental, con la promoción cada vez más la multipolaridad. En Moscú casi nadie espera la mejoría de las relaciones con Estados Unidos en los años por venir. Dadas las divisiones internas de Estados Unidos, el país se muestra cada vez más como un socio poco probable.

 

Con Europa, Rusia continúa esforzándose en el sentido de una normalización relativa de las relaciones, pero también tiene mucho escepticismo en cuanto a esto. La UE es demasiado ineficiente y cada vez está más absorbida por los problemas creados por su propia lenta desintegración. Los europeos siguen dependiendo mucho de Estados Unidos, en gran parte en perjuicio de sus propios intereses.

 

Por último, está claro que las democracias occidentales modernas no pueden existir sin un enemigo existencial. En el pasado fue el comunismo y la Unión Soviética. Cuando estos desaparecieron, las élites occidentales celebraron su victoria, pero rápidamente se dieron cuenta de que sus sociedades quedarían fuera de control (“populistas”) y sus relaciones de las décadas anteriores (“atlanticismo”) corrían el riesgo de desmoronarse. Así, se empeñaron en inventar un nuevo enemigo, escogiendo, como de costumbre, a Rusia, que “debilita la democracia”, es decir, destruye el orden establecido.

 

No obstante, este orden se está desmoronando por sí mismo debido a sus contradicciones internas, y Moscú no tiene nada que ver con eso. Son particularmente ridículas las acusaciones de que Rusia representa una amenaza militar. Esto a pesar de que Rusia ha reducido significativamente sus Fuerzas Armadas y de que sus gastos de defensa son muy inferiores a los de cada uno los países europeos de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte.

 

El creciente enfrentamiento por parte de Occidente dio un poderoso impulso al cambio de Rusia hacia el Este. Esto se inició en la segunda mitad de los años 2000, en gran medida, como un proyecto económico concebido para explotar el potencial de los mercados asiáticos en ascenso, apartarse de la excesiva dependencia de los mercados occidentales y desarrollar territorios orientales que parecían un peligroso vacío al lado de China en ascenso.

 

Pero, a medida que la presión occidental aumentaba, el “cambio hacia el Este” comenzó a tomar contornos geopolíticos. Aunque todavía siga siendo incompleto, condujo a cambios cualitativos: el volumen del comercio con Asia coincidió con el de la Europa antes predominante.

 

Rusia creó una nueva realidad en las relaciones con China, la probable súper potencia número uno del futuro. Eran amigables, ahora se convirtieron en semi aliados, “independientes” siempre que sea necesario, “pero nunca uno contra otro”. China se convirtió en una fuente externa creciente de capital, tecnologías y mercados para Rusia y sus productos, principalmente petróleo y gas, materias primas y una creciente producción agrícola. Pero lo más importante es que Rusia aseguró sus fronteras orientales y está inclusive ayudando a China a crear un sistema de alerta temprana de proyectiles que refuerza la seguridad de ambos países y aumenta las capacidades estratégicas de disuasión contra Estados Unidos. Rusia, a su vez, puede contar con el poderío económico de China. Cuando el enfrentamiento con Occidente estaba en auge, Pequín, hasta donde se sabe, ofreció préstamos casi ilimitados, pero Moscú decidió seguir su propio ritmo. Los dos países acordaron no competir uno con el otro en Asia Central.

 

Todavía existen elementos de competencia. A pesar de la política muy hábil de Pequín, Rusia sigue preocupada por su poderío excesivo, en especial, debido a su política cada vez más ofensiva, en relación a países menores y más dependientes.

 

La aproximación es benéfica para ambos países, tanto hoy como en los años venideros. El cambio de Rusia hacia el Este y su relación con China alteraron cualitativamente el equilibrio de poder de las relaciones con Occidente en favor de Moscú. Rusia cambió la condición de aprendiz dispuesto a pagar por la admisión en el club, que era lo que parecía ser hace 10 ó 15 años, por una equilibrada potencia euroasiática –está “volviendo a las raíces”, geopolítica e ideológicamente. En términos culturales, siendo predominantemente europea, Rusia es también, en gran medida, política y socialmente asiática. Sin una centralización, un fuerte poder capaz de imponer autoridad y Siberia con sus riquezas infinitas, el país no sería lo que es hoy ni lo que define su “código genético” de gran potencia.

 

Aunque existen enormes diferencias culturales, Rusia y China tienen mucho en común en sus historias. Hasta el siglo XV ambas fueron parcialmente conquistadas por el Imperio Mongol, el mayor que el mundo haya conocido. La única diferencia es que China asimiló a los mongoles, mientras que Rusia los expulsó, aunque haya adquirido muchas características asiáticas durante los dos siglos y medio de su dominio. Durante los últimos cinco siglos del ahora declinante liderato de Europa y de Occidente, la “asianidad” era considerada una señal de atraso. Pero ahora parece convertirse en una ventaja competitiva, tanto en términos de la capacidad de concentrar recursos para una competencia dura, así como en términos de combate de nuevas dificultades, en particular, el coronavirus. En materia de tecnología, Asia también está muy adelante.

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Es probable que la rivalidad entre EEUU y China continúe o que tal vez hasta sea más intensa. Al contrario de las recomendaciones de sus pensadores estratégicos –Henry Kissinger y el difunto ZbigniewBrzezinski-, la élite estadounidense optó por el enfrentamiento casi generalizado con China, en realidad, una nueva Guerra fría. La única esperanza es utilizar para el “último reparto de cartas” las posiciones conservadas del sistema económico anterior. Pero, probablemente sea demasiado tarde. El equilibrio de poder del mundo cambió radicalmente. Se hizo más flexible, en parte debido a que Rusia haya despojado a Occidente se su capacidad de dictar su voluntad e imponer sus intereses por la fuerza. Menos países están dispuestos ahora a seguir la política de Estados Unidos.

 

Si la rivalidad EEUU-China se hace más intensa, Rusia no “abandonará” a China, pero buscará –y ya busca- formas de ampliar su espacio de maniobra, tratando de mejorar las relaciones con algunos países europeos y acercarse a los principales países asiáticos, como India, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Turquía, Irán, Egipto, Arabia Saudita y los Estados de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático).

 

No creo que haya un riesgo serio de que Rusia acabe bajo la dependencia estratégica de China. Ninguna dependencia de cualquier centro externo es aceptable para Rusia, con su sagrada lucha por la soberanía. No puede ser el “hermano menor” de nadie.

 

Cuando Occidente trató de transformarla en eso, se encontró con un firme rechazo. China es consciente de que Rusia derribó o derrotó a todos los que intentaron una hegemonía mundial o regional –los herederos de Gengis Kan, Carlos XII, Napoleón y Hitler.

 

Rusia es militar y políticamente autosuficiente. Pero necesita de mercados y socios estratégicos para su desarrollo económico, tecnológico y digital. E irá a buscarlos y los encontrará.

 

Por desgracia, el tercer pilar del futuro orden mundial, la tercera plataforma tecnológica nunca se materializó. Habría sido creada si Europa, intoxicada por la euforia y afligida por la demencia estratégica, en los años noventas, no hubiese rechazado la idea de construir un espacio común con Rusia. Pero Rusia sigue ansiosa por iniciar una nueva ronda de aproximación con Europa, teniendo en cuenta el nuevo equilibrio de poder y las nuevas realidades, pero esta vez en el marco de la estrategia euroasiática.

 

Emergerán dos “súper centros suaves”. Uno es la “América plus”, con los anglosajones y parte de los europeos. Con titubeos y angustia, Estados Unidos tendrán que abandonar el papel de súper potencia mundial, que les es desventajoso en un mundo nuevo donde ya no pueden dictar sus condiciones.

 

El futuro del “centro” chino no es obvio. Si china sigue la tradición milenaria del Imperio de Medio y trata de transformar a sus socios en vasallos, Rusia, India, Turquía, Irán, Japón, Vietnam y muchos otros la rechazarán. En este caso, China seguirá siendo tan sólo un estado poderoso con una red de países dependiente en Asia, África y América Latina.

 

Moscú ofrece otra opción: crear la sociedad de la Gran Eurasia que fue apoyada oficialmente por Pequín, como un sistema de lazos económicos, políticos, culturales, civilizadores y de grupos de integración iguales, donde China sería la primera entre iguales. Esta sociedad, de una u otra forma, incluirá una parte significativa de la punta occidental de la Eurasia-Europa. Es evidente que, en dicho escenario, sus partes norte y occidental gravitarán más hacia el centro americano, mientras que el sur y el centro se inclinarán hacia el proyecto euroasiático.

 

Rusia podrá ser útil en ambos casos, como pivote entre dos hegemones potenciales y garante de un nuevo no alineamiento, o como uno de los creadores activos de la nueva sociedad, que pasa de la periferia de Europa y de Asia hacia el Norte de Eurasia, uno de sus principales centros.

*Doctor en Historia, rector de la Facultad de Economía Mundial y Asuntos Internacionales de la Universidad Nacional de Investigación –Escuela Superior de Economía (NRU-HSE) de Moscú y presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia. Artículo publicado originalmente en sito Limes –Revista Italiana de Geopolítica.

 

Foto: economistvision.com

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