Mario Lettieri y Paolo Raimondi
El impuesto único, ahora tan discutido en la campaña electoral italiana, no es la varita mágica de la justicia fiscal en el país. Sin embargo, tampoco es una idea que deba ser satanizada “tout court”. Los límites y las obligaciones constitucionales no pueden ser ignorados y, por tanto, en el caso de su eventual –y deplorable- introducción, será necesario identificar los mecanismos de deducción que vuelvan efectivo el principio de progresividad.
Sin embargo, vale observar que, después de las elecciones, el día siguiente es un nuevo día. Y, por ende, las promesas y las decisiones pueden alterarse.
RUSIA, CASO EMBLEMÁTICO
Antes de cualquier decisión, es imperativo evaluar la experiencia de los países donde el impuesto único se introdujo. El caso emblemático parece ser el de Rusia, donde el número de familias pobres e indigentes aumentó tanto que llevó a las masas de los suburbios urbanos y a los residentes de las áreas rurales a pedir una revisión del sistema tributario, con la introducción de formas progresivas de tributación.
En 2001, en su primer mandato, Vladimir Putin estableció un impuesto único de 13% para todos, ricos y pobres, individuos y empresas, empresas productivas y cuestionables. El había asumido el timón de un país postrado y devastado por la corrupción del período de Boris Yeltsin (1992-99), la penetración de las finanzas especulativas internacionales, la venta del patrimonio nacional a grandes corporaciones y la substancial quiebra del Estado en 1998.
Pero todavía más grave era la desconfianza generalizada. Nadie tenía confianza en el rublo o pagaba impuestos, fuese por corrupción o por cuenta de la pobreza reinante, y los llamados oligarcas desviaron valores del orden de cientos de miles de millones de dólares hacia Londres o hacia paraísos fiscales. Así, el impuesto único de 13% sirvió, principalmente, para establecer algún orden y racionalidad en el sistema económico. Era una forma de garantizar un mínimo de estabilidad política y de ingreso tributarios.
EXPLOTACIÓN DE LOS RECURSOS ENERGÉTICOS
No obstante, el motor real de la recuperación rusa no ha sido el impuesto único, sino la explotación de los recursos energéticos –petróleo y gas natural- cuyas reservas, como las de otros recursos naturales, son enormes. Durante años, Rusia ha obtenido voluminosos ingresos de las ventas crecientes de sus recursos energéticos, en especial, hacia China, lograda por la gran diferencia entre los precios de venta y los costos de producción (en 2008, el barril de petróleo llegó a un pico de 150 dólares). Al mismo tiempo, el país había conseguido reducir tanto la corrupción como la fuga de capitales.
Actualmente, empero, tanto Rusia como otros países han padecido niveles crecientes y peligrosos de desigualdad económica y social –en el caso ruso, especialmente, después de las sanciones económicas impuestas por Occidente y el colapso de los precios del petróleo. Un estudio reciente del banco Crédit Suisse muestra que Rusia es uno de los países más desiguales del mundo, con 10% de la población detentando el 87% de la riqueza del país y apenas el 1% de la población controlando el 46% de los depósitos bancarios.
HUNGRÍA, APOYADA POR UE
De la misma forma, la situación de la vilipendiada Hungría merece un atento examen. El país ingresó a la Unión Europea (UE) en 2004, pero mantiene su moneda nacional, el florín.
Con una población de 10 millones de personas, en 2008, el PIB fue de 157 mil millones de dólares a valores actuales. Con la crisis global, en 2011, cayó a 140 mil millones de dólares y, en 2012, a 125 mil millones. Desde entonces, hubo una sensible mejoría en la economía magiar, impulsada por la pequeña recuperación europea y, sobre todo, por la actividad industrial de su vecina Alemania.
No parece que el impuesto fijo del 16%, ocurrida en 2001, haya contribuido a la recuperación y el crecimiento en Hungría. Lo que realmente ayudó al país a mantener un cierto grado de estabilidad fue el sustancial auxilio de la UE y su participación en el mercado único europeo. De 2004 a 2020, Hungría habrá recibido de Bruselas subvenciones por un total de 22 mil millones de euros, es decir, más de 3500 millones de euros por año.
Es un dinero que también proviene de Italia, a pesar de la frenética propaganda húngara anti-euro y anti- UE. Recuérdese que Italia contribuye anualmente al presupuesto de la UE con 20 mil millones de euros y recibe 12 mil millones. La diferencia de 8 mil millones representa la contribución líquida de Italia. Si fuésemos tratados como Hungría, deberíamos de recibir de Bruselas una ayuda de 22 mil millones de euros por año, proporcionalmente a la población italiana, seis veces mayor que la húngara. Es decir, nada que ver con el impuesto único.
En Italia, la carga tributaria llegó a niveles intolerables. No hay duda de que los impuestos deben ser reducidos y simplificados, para dar oxígeno a las familias, trabajadores y empresas. Pero no podemos pensar en eliminar el principio de progresividad, porque esto perjudicaría el propio principio de una sociedad civil y democrática.