“Siervo de esperanza” –fue el lema elegido por Francisco para simbolizar su visita pastoral de dos días a Marruecos, hacia finales del pasado mes de marzo. Esta fue su tercera visita a aun país islámico; la primera fue a Egipto en 2017, la segunda a Abu Dhabi, en febrero de este año. Entre los 35 millones de fieles musulmanes del país, los católicos, con aproximadamente 23 mil creyentes, representan una pequeña minoría, al lado de judíos y otras religiones cristianas.
Algo de lo destacado de la visita fue el mensaje conjunto transmitido por el Papa y el rey Hassan VI, un llamado urgente para que Jerusalén (llamado Al Quds por los musulmanes) sea considerado como un “lugar de encuentro”, en una clara respuesta a la reciente provocadora decisión del presidente Donald Trump de transferir hacia la ciudad la embajada de los EUA en Israel.
Enfatizando que el “carácter único y sagrado de Jerusalén/ Al Quds Acharif” debería ser reconocido, el Pontífice y el monarca expresaron su profunda preocupación con el “significado espiritual” de la ciudad y su especial vocación como ciudad de paz, “patrimonio común de la humanidad y, especialmente, para los seguidores de las tres religiones monoteístas, como lugar de encuentro y como símbolo de existencia pacífica, donde el respeto mutuo y el diálogo pueden ser cultivados”.
En el discurso dirigido a las autoridades civiles y al cuerpo diplomático en Rabat, Francisco elogió la belleza natural del país, “preserva los rasgos y las antiguas civilizaciones y da testimonio de una larga y fascinante historia”. La visita pastoral, subrayó, debería “promover “el diálogo interreligioso y la comprensión mutua entre los seguidores de nuestras dos religiones. Conmemoramos los 800 años del histórico encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil”.
Para él, Marruecos es un “puente natural entre África y Europa”, afirmando la necesidad de la “cooperación para dar nuevo impulso hacia la construcción de un mundo de mayor solidaridad, marcado por esfuerzos honestos, valientes e indispensables para promover un diálogo respetuoso de riqueza y distinción de cada pueblo y de cada individuo”. Hizo referencial documento “Fraternidad Humana”, divulgado en Abu Dhabi, el cual resalta la necesidad de “fomentar una cultura del diálogo y adoptar una cooperación mutua como nuestro código de conducta, y una comprensión recíproca con nuestro método y camino”. Por esto, enfatizó, “el fanatismo y el extremismo deben combatirse por la solidaridad de parte de todos los creyentes”.
La crisis migratoria
Atención especial le otorgó el Papa a la actual crisis migratoria, la cual vuelve urgente pensar en “acciones concretas destinadas a eliminar las causas que empujan a muchas personas a dejar el país y la familia atrás, muchas veces, para finalmente encontrarse marginados y rechazados. Refiriéndose a la Conferencia Intergubernamental sobre el Pacto Global para una Migración Segura, Ordenada y Regular”, realizada en diciembre de 2018, en Marrakech, afirmó que esta debería servir como un “punto de referencia para toda la comunidad internacional. Dijo, “es necesario “un cambio de actitud con relación a los migrantes, para que sean vistos como personas, no como números, y reconocer sus derechos y dignidad en la vida diaria y en las decisiones políticas. Para Francisco, Marruecos es un ejemplo de humanidad para inmigrantes y refugiados dentro de la comunidad internacional”, aceptándolos y dándoles una vida mejor y una integración digna en la sociedad.
Una cita recurrente en los discursos del Pontífice fue la de “la cuestión de la migración nunca será resuelta por el aumento de las barreras, fomentando el miedo de los otros o negando su asistencia a aquellos que legítimamente aspiran a una vida mejor para sí y sus familias”. La consolidación de la paz solamente es posible en la búsqueda de la “justicia social, indispensable para corregir el desequilibrio económico y la agitación política que siempre han tenido un papel importante en la generación de conflictos y en las amenazas a toda la humanidad”.
En una reunión especial con inmigrantes, Francisco afirmó; “la migración es una grande y profunda herida que sigue afligiendo a nuestro mundo en el comienzo de este siglo XXI. Nosotros no queremos que nuestra respuesta sea de indiferencia y silencio. Todavía más, cuando, hoy, damos testimonio de muchos millones de refugiados y otros migrantes forzados que procuran protección internacional, para no hablar de las víctimas del tráfico de seres humanos y de nuevas formas de esclavización perpetradas por organizaciones criminales”. Pidió a las sociedades encuentren “soluciones globales para la crisis de migración”, y responder, en el presente, a los movimientos contemporáneos de migración con generosidad, entusiasmo, sabiduría y clarividencia.
Los rostros de aquellos que tocan a nuestra puerta destrozan los “ídolos falsos que esclavizan nuestra vidas”, afirmó el Papa, “ídolos que prometen una ilusoria y momentánea felicidad, ciega las vidas y sufrimiento de los otros. ¡Cuán árida e inhóspita se vuelve una ciudad una vez que pierde la capacidad de compasión! Una sociedad sin corazón. Él usó cuatro verbos para ilustrar lo que debería hacerse para lidiar con los retos de la migración: aceptar, proteger, promover e integrar.
“Proteger significa que debemos defender los derechos y la dignidad de los migrantes y refugiados, independientemente de su status legal, lo cual incluye el derecho de todos a la asistencia médica, psicológica y social.
“Promover significa que todos los migrantes puedan disfrutar de un ambiente seguro, donde ellos puedan desarrollar sus dones. Cada migrante es una fuente de enriquecimiento personal, cultural y profesional en cualquier lugar que se encuentre…los migrantes deben ser alentados aprender la lengua local como un vehículo esencial de la comunicación intercultural y ayudados de manera positiva a desarrollar un sentido de responsabilidad hacia la sociedad que los acepta, aprendiendo a respetar individuos y lazos sociales, leyes y culturas.
“Integrar significa involucrarse en un proceso que valorice tanto la herencia cultural de la comunidad acogedora como la de los migrantes, construyendo así una sociedad abierta e intercultural, pues toda persona tiene derecho al futuro”.
La parábola del hijo pródigo
Muy conmovedora resultó la homilía de la misa realizada en el estadio Príncipe Moulay Abdelahh, en Rabat, el 31 de marzo. Una reflexión sobre la célebre parábola del hijo pródigo del Evangelio de Lucas, a partir del momento en que el padre ve a lo lejos el retorno de su hijo, y movido por un profundo sentimiento de compasión, “corrió y se echó a su cuello y lo besó” (Lucas 15:20). En palabras de Francisco, “aquí, el Evangelio nos lleva al corazón de la parábola, mostrando la respuesta del padre al ver el regreso de su hijo. Profundamente emocionado, corre para encontrarlo, antes de que pueda llegar a casa. Un hijo muy esperado. Un padre en regocijo al verlo regresar. Sin embargo, por más que sea la alegría del padre, el otro hijo, que el padre invita a participar de las festividades, queda profundamente perturbado con la celebración que se prepara. No reconoce el regreso de su hermano. Para él, su hermano todavía está perdido, porque ya lo había perdido en su corazón”.
En el umbral de dicho hogar, dice Francisco, “aparece algo del misterio de nuestra humanidad. Por un lado, la celebración por el hijo perdido y encontrado; por el otro, un sentimiento de traición e indignación por las conmemoraciones que marcan su regreso. Por un lado las bienvenidas dadas al hijo que había experimentado miseria y dolor, incluso al punto de desear comer los desperdicios dados a los puercos; del otro, irritación y rabia por el abrazo dado a aquel que se probara tan indigno”.
El Papa traza un paralelo con las tensiones que experimentamos en nuestras sociedades y en nuestras comunidades incluso en nuestros propios corazones. “En el umbral de dicho hogar, vemos nuestras propias divisiones y contiendas, la agresividad y los conflictos que siempre se esconden a la puerta de nuestros altos ideales, de nuestros esfuerzos para construir una sociedad de solidaridad, donde cada persona pueda experimentar la dignidad de ser un hijo o hija. (…) La parábola enseña que nadie debería tener que vivir en condiciones inhumanas, como lo hacía el hijo más chico. (…) Muchas veces, somos tentados a creer que el odio y la venganza son formas legítimas de garantizar una justicia rápida y eficaz. No obstante, la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza solamente logra matar el alma de nuestro pueblo, envenenando las esperanzas de nuestros hijos y destruyendo y avasallando todo lo que amamos”.