MSIA Informa
Terminadas las elecciones de 2018 en Brasil, posiblemente las más turbulentas de la era republicana, es hora de unir el país en torno de un impulso colectivo que permita corregir en un plazo breve la grave crisis socioeconómica y actúe con una perspectiva de futuro, en especial, para los jóvenes, las principales víctimas de la recesión, del avance de las desigualdades y la pandemia de la violencia prevaleciente.
Por encima de todo, es necesario entender que no habrá un Brasil para los electores de Jair Bolsonaro, ni otro para sus opositores.
No obstante, el factor económico fue menos relevante para el éxito de Jair Bolsonaro que el haber encarnado la respuesta de la mayoría del electorado en lo que toca al inconformismo con la corrupción y con el deterioro de la seguridad pública, además de la defensa de los valores morales, patrióticos y cristianos, que muchos los consideran amenazados por los excesos de los planes de identidad “políticamente correctos” y multiculturalistas, puestos en marcha por los gobiernos que se sucedieron desde los años noventas.
Además, el momento de cambio de la fase histórica que vive el mundo, exige a todos los encargados de la reconstrucción del país, tanto del futuro gobierno como de los que le harán oposición, un gran esfuerzo para reciclar ideas y conceptos, para que, aunque con las divergencias esperadas, el resultado del programa político sea positivo y no un destructivo juego de suma cero y de conflictos potencialmente desestabilizadores.
Será necesario, en primer lugar, superar de una vez por todas el obstáculo mental de la Guerra fría y su mencionado escenario de confrontación ideológica. A pesar de la existencia de muchos nostálgicos entre sus élites dirigentes, las grandes potencias mundiales –EEUU, Rusia, China y otras más_ actúan de forma extremadamente pragmática en la defensa de sus intereses estratégicos, algo que los líderes brasileños tienen que aprender a emular, ante la celeridad de los cambios internacionales y de sus inevitables efectos en el país.
Y, en el marco de la necesaria revisión de conceptos, el futuro gobierno tendrá que encarar la realidad de que su plan económico no podrá restringirse a la mera aplicación de recetarios de los “mercados”. En la vecina Argentina, el gobierno de Mauricio Macri se destaca como un ejemplo que hay que evitar a toda costa. Si se mira a Estados Unidos, país por el que el presidente electo siente gran admiración, lo mismo se puede decir del infausto gobierno de Herbert Hoover, que dejó a los “mercados” la misión de corregir los efectos de la quiebra de la bolsa de valores en 1929 y que, sencillamente, abrió el camino para la Gran depresión de la década siguiente.
Le tocó a su sucesor, Franklin Roosevelt, iniciar la salida de la crisis con su célebre New Deal, el vasto programa de inversiones públicas que se convirtió en la referencia para la superación de depresiones económicas semejantes. Un aspecto crucial del programa fue a actuación activa del banco central, el Sistema de la Reserva Federal, bajo la batuta del banquero e industrial Marriner S. Eccles, quien reorientó los flujos de moneda y de crédito a las actividades productivas, en lugar de dejarlos al arbitrio especulativo de los mercados financieros.
Al lado de la célebre ley Glass-Steagall de 1933, que separó las actividades de los bancos comerciales de las de los de inversión, la actuación de Eccles (que dirigió la “fed” por 18 años) fue crucial para la recolocación de la economía estadounidense en el camino de la producción.
De la misma forma, Estados Unidos proporcionaron el ejemplo del sistema económico responsable de la consolidación de las grandes potencias industriales-los mismos Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur- el llamado Sistema Americano de Economía Política. Entre sus exponentes Destacan Alexander Hamilton, al alemán Friedrich List y Henry Carey, economistas cuyas obras se fundaron en los procesos económicos de un auténtico esfuerzo civilizatorio.
Carey, en particular, que rechazaba tanto el marxismo como el utilitarios económico británico, fue el introductor del concepto de “armonización de intereses” como principio fundamental de la organización de las sociedades. Asesor del presidente Abraham Lincoln, fue uno de los mentores de la estrategia económica que permitió la victoria del Norte en la sangrienta Guerra de secesión (1861-65).
En el libro La armonía de intereses (1851) define los objetivos del Sistema americano: “(…) el aumento de la proporción comprometida en el trabajo de producción… con retorno aumentado para todos, proporcionando buenos salarios a los trabajadores y buenas ganancias a los dueños de los capitales.”
En el Brasil de hoy, donde los vientos de cambio barrieron gran parte de los escombros de la “Nueva república,” es de la mayor oportunidad y conveniencia que los conceptos y ejemplos prácticos del Sistema americano y del New Deal se consideren debidamente.
No hay forma más eficiente de superar la beligerancia política que la de poner de nuevo a la economía en pleno funcionamiento y en beneficio de toda la sociedad