Mario Lettieri y Paolo Raimondi en MSIA Informa
La importante Ley Dodd-Frank fue aprobada en 2010 con el objetivo de corregir los desmanes del mercado de derivados “de ventanilla” (OTC) no regulado, causa real del colapso financiero de 2007. La ley limitó la cantidad de estas transacciones especulativas e impuso reglas de transparencia, garantía y cobertura a los bancos “demasiado grandes para quebrar” involucrados.
Tres años después, en julio de 2013, la Commodity Futures Trading Commission (CTTC), órgano del gobierno de los EU responsable por la regulación de los mercados de derivados, preparó un documento de 80 páginas, especificando que los bancos estadounidenses no pudieran burlar la ley, continuando con el acopio de contratos de OTCs fuera de las fronteras nacionales. El documento tenía nada menos que 662 puntos bastante detallados, aclarando todos los aspectos posibles referentes a semejantes derivados.
Pero como siempre, toda ley tiene sus lagunas. Apenas un mes después de la aprobación de la ley, la Asociación Internacional de Swaps y Derivados (ISDA, siglas en inglés) agencia privada de los operadores de OTCs, identificó la laguna en el fatídico artículo 563 de la ley. En una nota dirigida a los bancos, la agencia enseñaba la manera de evitar legalmente las imitaciones y los controles del reglamento, simplemente removiendo las garantías y coberturas de la “matriz estadounidense” hacia sus filiales en el exterior, en caso de la suscripción de contratos OTC. En la práctica, la simple calificación “sin garantías” permitía a las filiales extranjeras dejar de estar sujetas a la ley norteamericana.
A final de cuentas, un año antes Goldman Sachs, siempre a la vanguardia en lo tocante a las finanzas especulativas, ya había comenzado a pedir a sus clientes interesados en firmar contratos de derivados, la autorización debida para operar por intermedio de sus filiales en el exterior.
Así, por desgracia, los grandes bancos estadounidenses transfirieron hacia el exterior casi todas sus operaciones con OTCs, aunque la mayoría de sus contratos estuvieran “empaquetados” en sus sedes en territorio nacional, con especialistas financieros estadounidenses y, posteriormente, “atribuidos” a filiales extranjeras “sin la garantía de los EU”.
El carrusel de la especulación estaba yendo bien. La gran lección de la crisis financiera de 2007-08 había sido la de que los problemas de la especulación fueran resueltos con el dinero del Estado y de los ciudadanos. No por coincidencia, el presidente Donald Trump había dejado claro que la Ley Dodd-Frank, aprobada en el gobierno de su antecesor Barack Obama, sería desmantelada.
Además, los números son claros: a finales de 2017, el valor nominativo total de los derivados “de ventanilla”, superaba los 530 billones de dólares –los mismos niveles de las vísperas de la gran crisis.
A propósito, el periódico Wall Street Journal revela que parte de la burbuja que consiste en swaps de derivados sobre las tasas de interés, creció enormemente, con transacciones diarias de 1.3 billones de dólares.
El profesor Michael Greenberger, ex-director de la división de transacciones y mercados de la CFTC recientemente publicó un documentos titulado “La alquimia regulatoria de los bancos demasiado grandes para quebrar de los EUA”, detallando las maniobras de los mega-bancos para darle la vuelta a las reglas y seguir con la especulación. Para sus beneficiarios, la borrachera no acabó.
Además dijo, resurgieron muchos riesgos relacionados a otras burbujas especulativas. Recuérdese: no solamente las hipotecas subprime derrumbaron el sistema.
Igualmente, la revista Fortune relata que los créditos al consumidor (sin los relacionados a las hipotecas) muestran un aumento del 46% en relación al 2008, llegando a cerca de 4 billones de dólares. Y las deudas de las tarjetas de crédito están en casi 2 billones de dólares, el nivel más alto de los últimos siete años. Incluso la deuda corporativa de las empresas no financieras aumentó dramáticamente desde 2011, llegando a cerca del 96% del PIB de los EU a finales de 2017.
Por último, pero no menos importante, de acuerdo con el Wall Street Journal, la deuda de los estudiantes contraída para financiar sus carreras a pagarse durante su vida profesional, aumento el 170% en diez años, llegando a 1.4 billones de dólares. Lo mismo se aplica a las deudas relativas a la compra de automóviles.
Por semejantes motivos, en los EUA, no pocos temen el riesgo de una nueva crisis sistémica.
Por deberes de oficio, Trump deberá encarar estas emergencias, quizá, en conjunto con Europa, la cual tiene todo que perder con una nueva crisis financiera.