Los preocupados doctores, reunidos de pie después de sus rondas, sopesaron los riesgos. Una mujer embarazada de 31 años se encontraba en peligro, con los pulmones invadidos de coronavirus. Si programaban el parto de inmediato, podrían reducir la tensión de su cuerpo, lo que quizá le ayudaría a recuperarse.
El problema era que le faltaban más de dos meses para llegar a término, y existía una gran probabilidad de que el bebé experimentara problemas para respirar, alimentarse y mantener su temperatura, además del riesgo de sufrir problemas de salud a largo plazo. La cirugía en sí, una cesárea, sería un factor estresante para la madre.
A fin de cuentas, los tres obstetras convinieron en que ni la madre, que se encontraba conectada a un respirador, ni el bebé que llevaba en el vientre, estaban recibiendo suficiente oxígeno, por lo que tenían más probabilidades de salvarlos a ambos si traían al bebé al mundo ese mismo día.
La mujer, Precious Anderson, era una de las tres embarazadas que tenían en condición crítica al mismo tiempo en el hospital comunitario, una situación inusual. Byer caminó varias veces del área de maternidad a la unidad de cuidados intensivos, para revisar su evolución.
La unidad de Obstetricia, que recibe a alrededor de 2600 bebés cada año, por lo regular es un espacio de celebración y esperanzas colmadas. Sin embargo, en esta época de pandemia se ha visto transformada.
Casi doscientos bebés han nacido desde principios de marzo, según Byer. Han tenido veintinueve mujeres embarazadas o en trabajo de parto de las que se sospechaba o se confirmó que tenían la enfermedad causada por el virus, COVID-19. Se les aisló del resto de las pacientes y el personal médico usaba indumentaria con protecciones para atenderlas. Los pasillos en que las mujeres solían caminar durante el trabajo de parto están vacíos, pues las futuras madres están confinadas a su habitación. Varios doctores y enfermeras del departamento se han enfermado.
El caso de Anderson es especialmente desgarrador. Ha sido paciente de Byer desde hace años. Byer le aconsejó durante todo un proceso para quedar embarazada de nuevo después de sufrir un aborto y también recibió a los hijos de su hermana. Un día tras otro, mientras su paciente luchaba por sobrevivir, Byer se preguntaba: ¿será posible que pierda al bebé que tanto ha luchado por tener? ¿El bebé perderá a su madre?
Mientras vivía ese calvario, su madre, Doris Robinson, fue a la oficina de Byer. “¿Cree que vaya a recuperarse?” preguntó. “Por favor, dígame la verdad”.
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Fuente: Infobae