En el transcurso de la época colonial, Coyoacán era un sitio privilegiado y lleno de atractivos para ricos, hacendados y empresarios de la época. Su único inconveniente era el rumor de un ser que salía por las noche a alimentarse de la sangre de los niños.
Un día apareció un hombre apuesto, codiciado por las jóvenes casaderas. El saberse atractivo le sirvió para tener cuantas novias quisiera, hasta que un día conoció una mujer con belleza era inigualable que le robó el corazón. De inmediato empezó a cortejarla hasta convertirla en su esposa.
La pareja fue muy feliz en los inicios del matrimonio. Ella era sencilla, hacendosa y buena cocinera, en único inconveniente era que se empeñaba a preparar moronga todos los días y los rumores existentes sobre su persona
Con el paso de los días, el recién casado se empezó a enfadar de la comida y salió en busca de su mejor amigo para pedirle consejo. Él le recordó los rumores existentes sobre su mujer, estos decían que era una bruja que salía por las noches a chupar la sangre de los menores.
Al no creer en supersticiones, esposo decidió encarar a su mujer y preguntar el porqué de su insistencia en preparar lo mismo. Ella le explicó que su padre era el dueño del rastro, las cosas que no se vendían era repartido entre sus hermanos: Al mayor le tocaba las viseras; a su hermana, las patas; y a ella le tocaba la sangre. Tal historia no resultó convincente, pero decidió no cuestionar y aceptarla.
Los rumores y la poca credibilidad de la historia hicieron que el joven pasara la noche en vela, sin que su amada se diera cuenta. En algún momento ella se levantó y salió de la habitación.
El confundido hombre decidió seguir el sigilo su mujer. Desde la oscuridad pudo apreciar el momento en que ella se quitó la piel, como si se tratara de un vestido, y se convirtió en una bala de fuego que salió por la chimenea. Asombrado y atemorizado ante lo que acababa de ver él decidió prenderle fuego a sus despojos.
La bola de fuego regreso antes del amanecer y al no encontrar su piel, empezó a gritar y azotarse contra las paredes de desesperación, a los primeros rayos del sol el fuego se consumió y jamás se volvió a saber de la bella mujer.
Fuente: El Debate