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Los Estados Unidos atraviesan por una virtual guerra civil política en la que el presidente Trump y un puñado de asesores se oponen al núcleo duro del “establishment”, cada vez más ensimismado y aferrado a la peligrosa ilusión de que podrá continuar con su plan hegemónico a cualquier costo, inclusive con el peligro de provocar un nuevo conflicto mundial.
El resultado de las elecciones intermedias del 6 de noviembre, entregó el dominio de la Cámara de diputados al Partido Demócrata dejando al Senado en manos de los republicanos, lo que podrá dotar de influencia mayor al grupo de los belicistas, ya que la Cámara alta es la caja de resonancia de la política exterior vinculada a los intereses del”complejo de seguridad nacional.”
Trump, un jugador pragmático e intuitivo, venció en las elecciones de 2016 con la promesa de “secar el pantano” de las tramoyas de Washington, al tiempo que cuestionaba la presencia militar estadounidense, llena de tentáculos, en casi todas las regiones del planeta, principalmente en lo que corresponde a los costes de tales aventuras. A pesar de su obsesión con el acuerdo nuclear con Irán, prometió un entendimiento con la Rusia de Vladimir Putin y retirar cuanto antes las tropas estadounidenses de la Siria de Bashar al-Assad.
Sin embargo, con unas cuantas semanas en la Casa Blanca, se dio cuenta que los presidentes estadounidenses tienen influencia restricta en la enunciación de la política exterior del país. Es conocido el relato de una de las primeras reuniones de Trump con sus asesoras y jefes militares, en la que cuestionó por qué Estados Unidos mantenía tantas tropas en Afganistán (luego de 16 años de conflicto) y en Corea del Sur, y por qué todavía tenían tropas en Siria. “Ustedes quieren que envíe tropas a todas partes. ¿Qué lo justifica? “–preguntó impaciente.
El general James Mattis, secretario de la Defensa, le contestó que la presencia estadounidense en esos lugares era necesaria “para impedir que una bomba detone en Times Square (Nueva York)… Por desgracia, señor, usted no tiene elección. Usted será un presidente de tiempos de guerra.”
Aunque Trump no es miembro de origen del “establishment” y de que tiene el interés real de recuperar parte de la capacidad productiva perdidas de su país por la globalización, como prometió en su campaña electoral, es posible que su embate con “ensimismados” amplíe la ventana de oportunidades externas para iniciativas tendientes a reforzar la construcción del nuevo orden de cooperación.
Así países antagonistas de Estados Unidos y hasta antiguos aliados se organizan en diferentes instancias para crear opciones al empeñó de Washington de mantener su hegemonía a costa de los intereses legítimos de los demás países. El principal ejemplo es la aparición de Eurasia como el nuevo centro de gravedad geoeconómica del planeta, impulsada por la activa cooperación estratégica y económica entre China y Rusia, que cada día se extiende a más países.
Dilemas de la defensa de Europa
Europa, tradicionalmente presa de los arreglos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), presentó una iniciativa de defensa colectiva que difícilmente habría ocurrido fuera del ambiente de la “guerra civil” de Washington, aunque, sin embargo, no responde de forma concreta a las necesidades reales de defensa del continente.
El 7 de noviembre, en París, tuvo lugar la primera reunión de la Iniciativa Europea de Intervención (EII, por sus siglas en inglés), coalición de diez países europeos destinada a establecer una estructura de defensa fuera del marco de la OTAN y, consecuentemente, de la influencia de Estados Unidos. La iniciativa, presentada oficialmente en junio pasado, está encabezada por Francia y acoge al Reino Unidos, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Finlandia, Estonia, España y Portugal. La intención es la de disponer de una estructura pequeña que tome decisiones (al contrario de la OTAN, que exige el consenso de sus 29 miembros), capaz de operar rápidamente en respuesta a crisis de naturaleza humanitaria y militar, independientemente de la OTAN y de la propia Unión Europea (UE).
En entrevista concedida a Radio Europa 1, el presidente Francés, Emmanuel Macron, uso palabras sorprendentes para justificar la creación de lo que llamó “un verdadero ejército europeo.” Según él: “Nos tenemos que proteger de China, de Rusia y hasta de los mismos Estados Unidos. Cuando veo que el presidente Trump anuncia que abandona un importante tratado de desarme que fue firmado luego de que la crisis de los euromisiles de la década de 1980 llegó a Europa (referencia al Tratado de Misiles de Alcance Intermedio-INF) ¿quién es la principal víctima? Europa y su seguridad. Europa puede garantizar su propia protección ante Rusia e, inclusive, ante un imprevisible presidente Donald Trump” (Strategic Culture Foundation, 11/11/2018).
La respuesta previsible de Trump vino en la forma habitual, vía tuiter, el 9 de noviembre; calificó las declaraciones de Macron de “muy peligrosas” y repitió su antigua letanía de que, antes de pensar en un ejército propio, “Europa debería pagar primero su cuota justa en la OTAN, que Estados Unidos subsidia grandemente.”
Y ni siquiera el encuentro personal en París con el presidente francés, dos días después, en la celebración del Centenario del fin de la Primera guerra mundial, sirvió para reducir la salva de tuiters. De vuelta en Washington, el lunes 12, Trump afirmó que, en la Primera guerra mundial, los franceses “ya estaban empezando a aprender alemán, antes de que Estados Unidos llegasen,” una referencia a la llegada de las fuerzas expedicionarias estadounidenses a Europa en 1917, que fue un factor decisivo para la derrota alemana en el conflicto.
A su vez, de forma sintomática, el presidente ruso, Vladimir Putin, que también estuvo en París, acogió favorablemente la iniciativa europea, la que consideró positiva para “reforzar el nuevo mundo multipolar.” Para él, “Europa es… una poderosa unión económica y resulta natural que quiera ser independiente y… soberana en el campo de la defensa y de la seguridad” (RT, 11/11/2018).
El analista Alex Gorka, en el sitio de Strategic Culture Foundation, hace una evaluación optimista sobre la nueva organización: “La formación de la EII muestra cuán profundas son las fracturas que dividen a la OTAN y a la UE en grupos que persiguen sus propios intereses. Esas grandes organizaciones parecen haber visto ya días mejores. Se hicieron muy grandes para ser realmente unidas y fuertes… Puede ser que eso nunca se haya dicho oficialmente, pero las diez naciones europeas dieron un fuerte golpe a la OTAN encabezada por Estados Unidos.” Afirma también que las “tensiones y las divisiones entre Europa y Rusia no son para siempre y la EII y Rusia no tienen que ser adversarios, una viendo a la otra desde la mira. Al final, ellas enfrentan amenazas de seguridad comunes. Tarde o temprano, la cooperación en el campo de la seguridad estará de vuelta en la agenda.”
Las tensiones con Rusia, precisamente, materializadas de forma clara en las sanciones aplicadas a Moscú en los últimos años por pretexto que van desde la recuperación de Crimea hasta el mal explicado envenenamiento del ex espía ruso Serguéi Skripal y su hija en el Reino Unido, constituyen uno de los focos centrales del plan de seguridad europea, ni de lejos contemplado por la formación del EII.
El mismo argumento vale para el otro problema crucial, la migración musulmana motivada por las guerras de destrucción puestas en marcha por las potencias de la OTAN en Medio Oriente, en las que los europeos siguieron sumisamente el liderato de los estadounidenses y, ahora, están pagando caras las consecuencias.
Todo acuerdo defensivo en Europa, en esencia, no puede dejar de lado contemplar los intereses que comparten el bloque y Rusia, una potencia cristiana que, al final de cuentas, también es parte del continente y hace su “puente terrestre” con Asia –condición que los teóricos de la geopolítica, de Mackinder a Brzezinski, siempre colocarán en la mira de sus maquinaciones hegemónicas, como condición indispensable para el mantenimiento de la hegemonía angloamericana.
Asia: audaces movimientos de Japón
En Asia, donde la construcción del nuevo orden cooperativo está más avanzado, impulsado por la cooperación China-Rusia, Japón, aliado tradicional de Estados Unidos en la postguerra, también se está moviendo con insólita independencia.
En la última semana de octubre, el Primer ministro, Shinzo Abe, protagonizó una importante visita de Estado a Pekín, la primera de un gobernante japonés en siete años, acompañado de una enorme delegación de casi mil empresarios.
De las conversaciones con el Presidente chino, Xi Jinping, y con el Primer ministro, Li Kequiang, resultaron las siguientes iniciativas:1) negocios del orden de los 18 mil millones de dólares; 2) un acuerdo de cambio de monedas con valor de 29 mil millones de dólares, para casos de emergencia de crisis; 3) la inclusión del renminbi chino en las reservas cambiarias de Japón; 4) inversiones directas del Banco de Japón en títulos del gobierno chino; 5 la creación de una línea de comunicación directa (hotline) para casos futuros eventuales de tensiones, como las que involucran las reivindicaciones chinas de soberanía sobre zonas del Mar del Sur de China.
El gobierno chino, igualmente invitó, a Japón a participar en la iniciativa del Cinturón y Ruta, el núcleo del programa de integración eurasiática, que ha sido criticada por países como Malasia y Paquistán, este un aliado tradicional de China. Con la participación japonesa, Pequín pretende operar un provechoso ascenso en todas las empresas.
Sin embargo, más significativo que cualquier negocio o acuerdo fue que Abe haya trasmitido a Xi Jinping la intención del Emperador Akihito de visitar China antes de su renuncia, en abril de 2019, para pedir formalmente disculpas por la invasión japonesa al país entre 1937 y 1945.
Si la visita se confirmase, será un gesto de amistad para reducir las tensiones históricas entre las dos súper potencias asiáticas, cuyos recuerdos de los accidentes del pasado han resurgido con cierta frecuencia y han influenciado negativamente las relaciones bilaterales, tres generaciones después del término del conflicto. El gesto sería todavía más relevante en el ámbito de la situación de los dos países respecto a Estados Unidos: China, señalada oficialmente como rival, y Japón, aliado tradicional en todo después de la Guerra.
Los dos países establecieron en esencia una relación de “cooperación, en lugar de competición,” expresión empleada en ambas capitales.
Luego de la visita a Pequín, Abe se reunió en Tokio con el Primer ministro indio, Narendra Modi, con quien acordó un diálogo regular en el campo de las respectivas cancillerías y ministerios de defensa, además de la cooperación en proyectos de infraestructura en Bangladesh, Birmania y Sri Lanka, así como un acuerdo de intercambio de monedas semejante al establecido con China, con valor de 75 mil millones de dólares.
El otro ejemplo de una creciente aproximación es el de Japón y Rusia, dónde Tokio pretende participar en el desarrollo económico de la vastísima región del Extremo Oriente ruso, con proyectos de infraestructura y de energía.