“Imperativo Extraterrestre”, elemento crucial de un nuevo orden mundial

 

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Las reacciones histéricas y potencialmente incendiarias de los grupos más radicales del “establishment” angloamericano al ¡Hasta aquí! de Vladímir Putin a sus pretensiones hegemónicas ha creado una atmósfera altamente volátil en el escenario geopolítico mundial, comparable a la de los momentos más peligrosos de la Guerra fría, los de la Crisis de los misiles de Cuba de 1962.

 

El momento actual sería todavía más amenazador, debido a la enorme diferencia de estatura entre los líderes de Occidente de hoy y sus antecesores de aquella época. Es cierto, sencillamente no hay comparación posible entre estadistas de la talla de John F. Kennedy y de su embajador en Naciones Unidas, Adlai Stevenson (EU), el primer ministro Harold McMillan y su canciller Alec Douglas-Home (Reino Unido), el presidente Charles de Gaulle (Francia), el Canciller Konrad Adenauer (Alemania Occidental) con los encargados actuales de los mismos puestos.

 

El mensaje parece haber sido entendido en ciertos sectores de Washington. El 8 de marzo, para sorpresa de muchos, cuatro senadores, entre ellos la demócrata Dianne Feinstein, todos conocidos por su abierta actitud contra Rusia, enviaron una carta al entonces secretario de Estado, Rex Tillerson (quien sería despedido al día siguiente), para pedir el establecimiento inmediato de negociaciones con Rusia sobre el control de armas nucleares.

 

Y, para sorpresa todavía mayor (e irritación de la prensa alineada con los “halcones”), el mismo presidente Donald Trump llamó a Putin, para felicitarlo por su victoria en las elecciones del 18 de marzo y anunció que ambos se deberán reunir próximamente “para analizar la carrera armamentista, que se les está escapando de las manos” (Russia-Insider, 21/03/2018).

 

A pesar del radicalismo prevaleciente en la capital estadounidense, es posible que las cabezas más sobrias logren enfriar el belicismo de los pirómanos y frenar la escalada de provocaciones contra Moscú, bajando el volumen el entendimiento entre Trump y Putin pueda tener relevancia.

 

LA EXPLORACIÓN DE MARTE

Una opción ante la confrontación y la militarización permanente de las relaciones exteriores podría ser, para Estados Unidos, profundizar en la cooperación con Rusia en la exploración espacial. Pese a las desavenencias de los últimos años, las agencias espaciales de ambos países prosiguieron los programas conjuntos, en especial los que tienen que ver con la Estación Espacial Internacional, de la que son los socios principales.

 

De la misma forma, Rusia no dejó de abastecer a Estados Unidos sus confiables motores RD-180, para equipar los cohetes Atlas V, cuyo registro operacional todavía no es igualado por ningún otro fabricante estadounidense.

 

Las posibilidades de una cooperación espacial todavía más amplia se muestran en que tanto Trump como Putin anunciaron recientemente la intención de promover la exploración a Marte, para la cual ambos países están creando métodos más modernos de propulsión que la de los cohetes químicos existentes en la actualidad.

 

La Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) está trabajando en el EM Drive, un revolucionario concepto de impulso electromagéntico, mismo que los chinos están investigando. La Roskosmos, la agencia espacial rusa, pretende tener en operación en 2025 un motor nuclear capaz de reducir a seis semanas el tiempo de un viaje al planeta rojo, en comparación con los 18 meses que se necesitarían hoy.

 

Por si fuera poco, una cooperación de esta magnitud entre las dos superpotencias invitaría a otros países, como la Unión Europea, China e India, a participar en algo que se convertiría en un consorcio espacial multinacional para profundizar en la exploración espacial, elevándola a un rango jamás imaginado durante la Guerra fría.

 

En octubre de 1962, el peligro de un intercambio nuclear entre las superpotencias llevó al presidente John F. Kennedy y al líder soviético Nikita Jrushchov a establecer un canal de comunicación propio, con el fin de evitar una nueva situación igual o aún más peligrosa.

 

Kennedy, al año siguiente, dio un paso adelante y, en dos discursos memorables, uno en Naciones Unidas y otro en la Universidad Americana de Washington, propuso a la entonces URSS unir sus esfuerzos para enviar una misión tripulada a la Luna, iniciativa que envolvía la posibilidad de acabar con la Guerra fría.

 

La Historia registra que Jrushchov, a pesar de titubear al principio, se mostró favorable a la propuesta, pero, desgraciadamente, el asesinato de Kennedy, en noviembre, abortó la oferta. No era coincidencia que los asesinos de JFK, nada interesados en detener la Guerra fría, representaban a las mismas fuerzas del “Estado Profundo” estadounidense de hoy, empeñados en revivir el clima de conflicto con la Federación Rusa, a la que, incluso, acusan de pretender revivir la antigua URSS.

 

Una cooperación internacional amplia es un requisito imprescindible para conducir a la humanidad al espacio cósmico, destino y misión del Homo sapiens como especia. Este es el “imperativo extraterrestre” al que se refería Krafft Ehricke, ingeniero aeronáutico alemán que desempeñó un importante papel en el programa espacial estadounidense, en las décadas de 1950 a 1970. En un artículo escrito en 1957, año en que se inició la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS, con el lanzamiento del satélite soviético Sputnik-1, afirmaba:

 

(…) la idea de viajar a otros cuerpos celestes refleja al grado más elevado la independencia y la agilidad de la mente humana. Ella da una dignidad última a las hazañas técnicas y científicas del hombre. Encima de todo, toca la filosofía de su propia existencia. Como resultado, el concepto de viaje espacial no toma en cuenta las fronteras nacionales, se niega a reconocer las diferencias de origen histórico o etnológico y penetra en las fibras de un credo sociológico político tan rápidamente como en la de otro. (…) Al expandirse por el Universo, el hombre cumple su destino como un elemento de la vida, dotado del poder de la razón y de la sabiduría de la ley moral en sí mismo.

 

Tampoco es coincidencia que Ehricke, quien murió en 1984, fuera también un riguroso opositor del pesimismo cultural y científico diseminado por la ideología malthusiana, en su forma de los “límites del crecimiento,” promovida por los centros oligárquicos angloamericanos a partir de 1970. Hoy, al igual que en sus años, la exploración espacial se presente semejante a un poderoso vector de promoción y diseminación de los avances del conocimiento a virtualmente todos los campos de interés de la humanidad.

 

Es por ello que el “Imperativo Extraterrestre” puede constituir un elemento crucial de un nuevo orden mundial fincado en la cooperación para el progreso compartido, cuya punta de lanza es el enorme programa de integración euroasiática encabezada por China y por Rusia.

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