Ramona Janette Jiménez, campesina , se volvió madre un poco tarde para los parámetros rurales de Nicaragua, a los 25 años de edad, y cuando finalmente lo logró, su hijo nació azul.
Desde entonces los llantos, la desesperación y el rechazo fueron comunes para ambos, hasta que llegó la adolescencia, cuando el pequeño Kevin se hizo “rosado”.
Desde mediados del año pasado, el quinceañero Kevin Real literalmente disfruta de su nuevo color de piel, tan común para cualquier mestizo en Nicaragua, pero tan “rosado” desde el punto de vista de un niño que creció viendo una piel azul del otro lado del espejo.
¡Volví a nacer!”, dijo la mamá de Kevin, al recordar la primera vez que vio a su hijo “con un color diferente: sus manos, sus labios, ahora eran rosados”.
La emoción de Jiménez, quien apenas logra contener el llanto, se percibe en su voz entrecortada, no por la euforia del recuerdo, sino por la mala señal de las telecomunicaciones en Valle Viejo, una comunidad rural alejada del municipio de Chichigalpa, al noroeste de Nicaragua, donde ni las llamadas telefónicas alcanzan su destino normalmente.
Kevin cambió de color en un lugar lejano, en el hospital de atención terciaria del Caribe, Health City Cayman Islands, donde su caso ahora es emblemático por complejo y exitoso, de acuerdo con el cardiólogo pediatra intervencionista del centro, Sripadh Upadhya.
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