Mouris Salloum George*
A remolque del modelo gringo, sedicentes estrategas electorales y sus compadres, los vendedores de encuestas, han hecho creer a los dirigentes de las formaciones políticas mexicanas que ahora lo que cuenta es el candidato, no el partido que está detrás de él.
Esas ruedas de molino hacen de lado la militancia que mueve a las bases sociales en torno a los partidos históricos con registro oficial e inventan supuestos carismas de protagonistas pretendidamente “centrales”, que a la hora de las urnas revientan como burbujas de jabón.
Podemos ilustrar este fenómeno con los candidatos presidenciales independientes que entraron en la lid de 2018. Apenas pintaron en el momento de la verdad.
Otra forma de documentar el tema es el mito del efecto Peña Nieto que se fabricó mediáticamente en la sucesión presidencial de 2012. El mexiquense que logró el retorno del PRI a Los Pinos, expuso su investidura a referéndum en las siguientes elecciones y el saldo final del sexenio fue que el tricolor acumuló una pérdida de cinco millones de votos.
En el mismo orden de cosas, en la selección de candidato presidencial para 2018, el PRI desdeñó la militancia de sus cuadros más prominentes para nominar al simpatizante externo, el secretario de Hacienda José Antonio Meade Kuribreña.
Sobre la figura de Meade se concentró toda la estrategia mercadotécnica. Los resultados finales de la votación presidencial lo remitieron al tercer sitio y, en lo particular, al partido al quinto lugar.
Vulnerabilidad individual versus fuerza orgánica colectiva
Esas experiencias informan que la vulnerabilidad individual del candidato conspira contra fuerza orgánica de los partidos mismos.
Para 2019 está programada la elección ordinaria de gobernador en Baja California (2 de junio) y extraordinaria en Puebla. En el primer caso, nominalmente el PAN ejerce el gobierno estatal desde 1989. En el segundo, el azul predomina desde 2010.
Baja California es la prueba del ácido para el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), después del irrebatible triunfo de Andrés Manuel López Obrador el 1 de julio.
Como en 2006 -en que fue nominado por el PRD-, López Obrador fue factótum personal en la contienda de 2018. Llegó con un capital político acumulado a lo largo de su activismo social en su estado natal, acrecentado durante su gestión como líder partidista nacional.
El tabasqueño, sin embargo, aun dentro del PRD, operó una horizontal formación social paralela, que le fue leal al momento en que se separó del Sol Azteca y convocó al Movimiento Regeneración Nacional,que obtuvo el registro oficial como partido en 2016.
En reciente evento organizado por Morena con otro tema específico, no obstante, una delegada planteó a la mesa del encuentro: Desde 2016 fundamos nuestro proyecto electoral con la agenda de López Obrador, hicimos la precampaña con la agenda de López Obrador y la campaña giró en torno a nuestro candidato presidencial. López Obrador ya está en Palacio: ¿Qué vamos a hacer ahora en Morena?
No resisten los partidos políticos de “un solo hombre”
Nos parece pertinente esa observación y la inquietud con la que se cerró ese planteamiento. Para junio próximo estarán en la balanza los aciertos y los desaciertos del Presidente. Lo obvio es que los partidos contendientes en Baja California o en Puebla se apoyarán en los segundos para diseñar su estrategia de combate.
El PRI en su época de auge y de victorias y el PAN en la alternancia, funcionaron como partido de un solo hombre. El tricolor del Presidente en turno; el azul, del jefe nacional. Las consecuencias se dieron en los resultados del 1 de julio de 2018.
En uno de sus tiempos más significativos, el PRI tuvo en su liderazgo a don Jesús Reyes Heroles. El pensador tuxpeño fue claro en su posición: Por supuesto, “no podemos actuar como oposición, pero debemos ir adelante del gobierno, asumiendo iniciativas programáticas conforme el proyecto político que nos dio la razón de ser como partido fundacional del nuevo Estado mexicano”.
Un movimiento espontáneo no es garantía de nada
Morena llegó a la sucesión presidencial como un abigarrado movimiento electoral en el que convergieron desertores de otros partidos, organizaciones no gubernamentales y conspicuas figuras individuales, algunas de las cuales se prueban ahora en cargos administrativos de la Federación.
La retórica política establece que el ahora inquilino de Palacio Nacional es el Presidente de todos los mexicanos, sin distingos de filias o fobias partidistas. En eso basa su constante llamado a la reconciliación nacional. No puede, pues, exponer fácticamente su investidura constitucional a referéndum en cada elección.
Los mismos directivos del nuevo Congreso de la Unión, de extracción morenista, han declarado que las cámaras no pueden actuar como oficialía de partes del Ejecutivo. Los márgenes de independencia se aprovecharán, han sostenido, para dar curso a iniciativas surgidas de las diversas bancadas acreditadas en el Poder Legislativo.
Morena requiere ahora autonomía de gestión
Movimiento ahora institucionalizado como partido político, Morena requiere de una fuerza orgánica propia.
En la presidencia nacional de Morena está Yeidckol Polevnsky, cuyas dotes primero como empresaria privada y después como dirigente política abonan su capacidad de liderazgo y su sentido de la organización.
La dirigente nacional de Morena tiene mapeado el territorio mexicano, conoce in situ la problemática social, política y económica regional y dispone del directorio de los cuadros estatales y municipales que demostraron su eficacia en 2018.
Morena, pues, requiere de autonomía de gestión para hacerse cargo de sus iniciativas, asumir los errores, cuando los haya, y reclamar los méritos, cuando los haya, en cada éxito de su acción política y electoral. Su propia energía orgánica y sus resultados darán la medida del avance de la cuarta transformación.
Ninguna nación puede depender del “hombre providencial”
La fatalidad constitucional dicta que el periodo presidencial no va más allá de los seis años.
Un proyecto de gobierno, para ser histórico, requiere más que ese lapso de maduración y concreción. Es el partido, y no el individuo, el que debe responder al compromiso, primero con sus electores y, en última lectura, con la República.
La Nación requiere, para su saludable continuidad, no del hombre providencial, sino de la sólida institución partidista, no detrás, sino delante de él.
Es cuestión de sentido común. De común, viene comunidad. Ésta debe velar por sus propios intereses. Si la delegación del poder político-como ocurrió el pasado 1 de julio- se cumple, la continuidad debe ser responsabilidad, para el caso, de Morena.
No se ve en lo inmediato, en el paisaje político mexicano, otra fórmula sustitutiva. Mera cuestión de lógica. La Lógica es filosofía, pero, sobre todo, Ciencia. La razón, pues, por encima del instinto y del voluntarismo personal. Vale.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.