La banda de los mecánicos

Esta historia ocurrió hace varios meses. Es completamente verídica. No la había hecho pública en las páginas de El Economista, en parte porque las autoridades de la Secretaría de Seguridad de la Ciudad de México me pidieron que no lo hiciera para no prevenir a los malhechores y en parte porque cada vez que recuerdo lo sucedido me da coraje conmigo mismo y… sinceramente, tiendo a sentir mucha vergüenza ante los demás por haber sido tan pendejo. No encuentro un calificativo mejor ni más contundente. La banda de malandrines ya cayó, por eso ahora lo cuento. Lo hago para advertir a los lectores de la forma de operar de estos cabrones que, vaya usted a saber si debido al sistema penal de puertas giratorias tardaron más en entrar a la cárcel que en salir de ella y ya están de nuevo en la calle ejerciendo su modus vivendi —modus operandi, modus jodiendi—. Si bien dudo mucho que vuelvan a encontrar alguien más tonto, imbécil e ingenuo que yo. Ahí les va una reseña de los hechos. Les solicito que no se burlen.

Salgo de mi casa para dirigirme a un cajero de un banco cercano. Voy en mi coche —no diré la marca, si la digo le haré mala publicidad: “Auto X, el auto de los pendejos”. Foto: Articulos 

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