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El pasado 15 de octubre, la Iglesia Ortodoxa Rusa anunció el corte de todos los nexos con el patriarcado de Constantinopla, jerárquicamente responsable por la Iglesia Ortodoxa Griega, por haber aceptado una autocefalia (independencia) declarada por dos ramas de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, originalmente vinculada al Patriarcado de Moscú. Aunque parezca una aberración en pleno siglo XXI, el cisma, considerado el más grave desde que se separaron la iglesia católica y la ortodoxa en el siglo XI, afecta directamente a los 300 millones de fieles de la Iglesia Ortodoxa y es resultado de las maquinaciones geopolíticas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia.
La separación de las iglesias ortodoxas ucranianas del Patriarcado de Moscú ha sido incentivada por la OTAN desde la independencia de Ucrania de la antigua Unión Soviética en 1991. La interferencia externa se intensificó después del golpe de estado de 2014 en Kiev, incentivado por el Departamento de Estado y la CIA (Agencia Central de Inteligencia) estadounidenses, habiendo pasado las iglesias “rebeldes” a controlar propiedades tradicionalmente ligadas a la Iglesia Ortodoxa Rusa.
El pasado 11 de septiembre, el ex-embajador especial de los EUA para asuntos de libertad de religiosa internacional, Sam Brownback, visitó Kiev para reunirse con el presidente Petro Poroshenko y manifestarle el pleno apoyo de Washington a la propuesta de la creación de una Iglesia Ortodoxa Autocéfala Ucraniana.
Con el apoyo externo, el Patriarcado de Kiev ahora está impulsando el repudio de los ucranianos hacia la Iglesia Ortodoxa Rusa, algo que puede incitar todavía más las tensiones internas del país, de por si complicadas por el conflicto de cuatro años con las provincias del Este, de mayoría étnica rusa. A pesar de la “autocefalia”, un gran número de ucranianos se mantienen fieles a la Iglesia Ortodoxa Rusa y al Patriarcado de Moscú.
En un editorial publicado el pasado 19 de octubre, el sitio ruso Strategic Culture Foundation observó que, al fomentar la cizaña ortodoxa, Washington y la OTAN pretenden tomar el liderato y fomentar el aislamiento internacional del presidente ruso Vladimir Putin, cuyos lazos con la Iglesia Ortodoxa Rusa son notorios, así como el papel de la institución eclesiástica en la “reconstrucción espiritual” del país.
Descristianización del Medio Oriente
De misma forma, los geopolíticos occidentales se encuentran muy molestos con el reacercamiento entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y El Vaticano, debido al trabajo conjunto de ambas en pro de la reconstrucción de las comunidades cristianas de Oriente Medio, en especial, en Siria, devastado desde hace más de siete años por una guerra fomentada por aquellos mismos círculos occidentales.
La “descristianización” de Oriente Medio, en el ámbito del choque de civilizaciones” idealizado por los estrategas anglo-americanos en la década de 199, como substituto putativo de la Guerra Fría, ha sido una realidad desde la destrucción de Irak, en la guerra del Golfo de 1991, con la que el gobierno de Bush padre presentó al mundo el “Nuevo Orden Mundial”.
La promoción del yihadismo por la OTAN y sus servicios de inteligencia, como elementos de desestabilización de países blanco de la agenda hegemónica, Libia y Siria son ejemplos, agravó todavía más la situación. Desde entonces, las pujantes comunidades cristianas existentes en Irak, Siria y Palestina se han reducido drásticamente, mientras en Egipto, la importante minoría copta (un 10% de la población del país) ha sido el blanco de repetido ataques terroristas desatados por yihadistas.
Por su parte, el papa Francisco también está en la mira de la misma operación conjunta, pues los “neoconservadores” estadounidenses, los integrantes más belicosos de la estrategia hegemónica, están atrás del ataque lanzado contra el Pontífice por el cardenal Carlo María Viganó, quien pidió su renuncia, por la acusación de haber puesto paños calientes en la investigación de casos de abusos sexuales por religiosos.
Como el problema no es nuevo y Francisco lo ha encarado de frente, la embestida es parte de la agenda anglo-americana. Viganó tiene reconocidos vínculos con los “neoconservadores”, establecidos durante su misión diplomática cuando fue nuncio papal en Estados Unidos, entre 2011 y 2016. En el caso, los archivos viejos y nuevos sobre los detestables escándalos morales de la Iglesia Católica, especialmente en los EUA, constituyen una conveniente arma para chantajear a la diplomacia vaticana.
La misma coalición se está articulando para crear un bloque capaz de influenciar la elección del próximo Pontífice.
La agenda de la “geopolítica religiosa” es bastante amplia y contempla varios frentes simultáneos, motivada por la obsesión de mantener un poder hegemónico mortalmente condenado en esta vida y en la próxima.