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El pasado 23 de abril, inesperadamente, el ministro de la Casa Civil de la Presidencia de Brasil, general Walter Braga Netto anunció el Plan Pro Brasil, cuyo propósito claro es garantizar el regreso del interés nacional en los rumbos de la economía, hasta ahora ya por muchos años subsumida a las directrices de los dogmas neoliberales. Tan es así que uno de sus representantes, el actual ministro de Economía, Paulo Guedes quedó fuera de escena, tanto de su elaboración como del anuncio mismo.
Lo que comienza a ser denominado el “plan Marshall brasileño” contempla una variedad de obras de infraestructura energéticas y de comunicaciones con un horizonte de por lo menos 10 años, esto significa un programa de Estado, que trasciende a un plan gubernamental.
Si tal necesidad ya era imperiosa, la crisis del coronavirus catalizó la urgencia de una drástica revisión de los privilegios concedidos a la alta finanza especulativa en el mundo de la globalización. Esto compete también a todas las economías de Iberoamérica, que por los efectos combinados de la actual pandemia del Covide 19 y de una crisis sistémica internacional, naufragan en la falta de justicia de la mayoría de la población, sufriendo el desempleo y la monstruosa economía informal, así como la ruina de los servicios de salud pública y saneamiento.
Una herramienta fundamental para la recuperación económica y social post pandemia será regresarle al Estado la prerrogativa de elaborar una política monetaria orientada al fomento de la economía real y las necesidades de la población. Sin temor a reprobar las lecciones neoliberales, es urgente recuperar el control del Banco Central, poniéndolo a salvo de las garras del sistema financiero, que en los casos extremos como el de México perdió toda independencia cuando se enganchó indiscriminadamente al TLCAN,
Para echar a andar el sistema productivo la movilización nacional encuentra la referencia histórica más cercana a nuestra realidad Iberoamericana en el New Deal del presidente Franklin Roosevelt. Al asumir el gobierno de los Estados Unidos, en 1933, en el auge de la Gran Depresión causada por la quiebra de la Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, Roosevelt encontró una industria colapsada con una caída en la producción de 50%, caída de 60% en los precios agrícolas, un cuarto de la fuerza de trabajo sin empleo y 2 millones de personas miserables.
Devolverle su presencia al “hombre olvidado” por el que abogaba Roosevelt, significó poner en marcha un programa de armonía de intereses que incluyó fundamentalmente al sector privado -léase los genuinos empresarios que no ambicionaban la riqueza mediante privatizaciones a ultranza- y no debido a un tanto cuanto “pobrismo”. Para hacer frente al desastre echo a andar un amplio programa de inversiones mediante el gasto público en numerosas áreas, especialmente, infraestructura y servicios necesarios.
Un aspecto crucial del plano Roosevelt fueron una serie de medidas para normar el sistema bancario, como la Ley Glass-Steagall, que separaba la banca comercial de la de inversión, prohibía la especulación con los depósitos de los cuentahabientes, y disciplinaba al Sistema de la Reserva Federal, el poderoso banco central privado e independiente creado en 1913, convertido así en un depositario exclusivo de la alta finanza.
Para mantener a raya a la Fed, Roosevelt trajo a un casi desconocido banquero y empresario, Marriner Eccles, quien desde el punto de vista del neoliberalismo sería un anatema pues aumentó los gastos públicos para poner más dinero en las manos de los consumidores, estimular los negocios e iniciar un ciclo de recuperación, en lugar de esos programas bien conocidos de salvar únicamente a los bancos.
Así el gobierno creó millones de puestos de trabajo para la masa de desempleados, no por un “pobrismo” sino por motivos de dignidad laboral, que en correlación estimulaba el mercado interno. En la presidencia de la Fed, de 1934 a 1948, él realizó una importante reforma en la Fed, actuando en sintonía con el Departamento del Tesoro, unificando una política monetaria compatible con el programa del gobierno federal, y no para servir a las arcas de Wall Street.
La nueva realidad generada por la pandemia del coronavirus, es la debacle final de las recetas neoliberales, para dar paso a lo nuevo que se gesta, la política económica de los gobiernos deberá reafirmar el papel de Estado-nación: retomar control sobre el crédito y la moneda nacional, para así servir al conjunto de la sociedad y no únicamente al proverbial 1% de la cumbre de la pirámide socioeconómica.