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Las previsibles respuestas airadas a la entrevista de Vladimir Putin al Financial Times no se hicieron esperar. Al día siguiente de su publicación, el 28 de junio, el periódico publicó un inflamado editorial con el título que tomamos prestado para esta nota.
Lastimado en su orgullo, los editorialistas del heraldo de la City de Londres reiteraron que la democracia liberal “sigue siendo el principio organizador en la mayor parte de los países no-petroleros con el más alto nivel de vida”.
Sin embargo, en lo que parece ser un acto fallido, enseguida admiten ser real “el desafío de los populistas nacionalistas, ya que el dominio global pos-Guerra Fría de los Estados Unidos y de la Unión Europea y el sistema que representan se acabó”. Por eso, afirman, “los principales políticos de los EUA y de la Unión Europea deben trabajar más duramente para defender valores y enfocar el malestar”.
Aún así, insisten, “es hacia Occidente que los pobres del mundo y los oprimidos todavía se dirigen abrumadoramente”.
El mismo día, el también londinense Daily Telegraph se juntó a la contrabatería de artillería contra Putin, rotulado como el “dictador del Kremlin”.
“El problema no son los excesos de liberalismo, sino donde la libertad económica se desacopló de la libertad política. Si por lo menos los chinos pudieran disfrutar plenamente de los frutos del liberalismo, probablemente, esto tornaría un desarrollo más justo y más equitativamente distribuido, pues la experiencia de la Historia es que cuanto más libres son los pueblos, mayor es su calidad de vida.
“Esta es una lección que el Sr. Putin, obviamente, no tiene disposición de encarar: él no puede tolerar el escrutinio, porque, si lo hiciera, su propio régimen esclerotizado y autoritario, seguramente, se desmoronaría. No solamente quiere causar problemas en el exterior, sino también quiere construir un raciocinio ideológico para su dictadura en casa” (…)
En su furia, los editorialistas del Telegraph dejaron de comentar que Putin fue electo y reelecto en elecciones monitoreadas por organizaciones internacionales, quienes jamás apuntaron irregularidades de importancia en las mismas, con niveles de aprobación inigualados por ninguno de sus colegas en Europa o en América del Norte.
En Osaka, para la cumbre del G-20, el presidente de la Unión Europea, Donald Tusk, también ofreció su contribución: “Quien quiera que proclame que la democracia liberal está obsoleta, también afirma que las libertades son obsoletas, que el mando de la ley está obsoleto y que los derechos humanos son obsoletos…Lo que creo realmente obsoleto, son el autoritarismo, los cultos a la personalidad, el mando de oligarcas, aunque, a veces, puedan parecer efectivos (Euractiv, 28 de junio de 2019).
El hecho de que Putin parezca haber tocado un nervio expuesto del Establishment oligárquico quedó evidenciado en la columna de esta semana del editor del FT, Martin Wolf, quien ha hecho sensatas críticas a la hegemonía de la globalización financiera, pero no se tragó las críticas a su ideología de estimación. En el texto el “Liberalismo resistirá, si fuera renovado”, hasta se dispone a sustentar sus críticas a la globalización, pero no admite que estas provengan de Putin, a quien considera oriundo de la “autocracia zarista”.
Para él, “bajo el comando de Putin, Rusia se apartó del liberalismo. En gran medida como resultado de esto, la economía de Rusia está en su peor estado”. Además, dice, “el exhibicionismo (sic) de Putin en el escenario mundial es una forma de desviar la atención de pueblo ruso de la corrupción de su régimen y del hecho de que su gobierno no haya proporcionado una vida mejor a los rusos”.
No obstante, admite que el presidente ruso no está del todo errado:
“Putin, no obstante, está cierto en una cosa. Las democracias liberales encuentran dificultades, pero notablemente no se refiere a su capacidad de absorber inmigrantes y de administrar la desigualdad. Las sociedades liberales de hecho necesitan de identidad y de valores compartidos. Esto es perfectamente compatible con la inmigración y la tolerancia a las diferencias culturales. Pero ambas necesitan administrarse: de otra forma, el descontento popular va a elevar al poder a líderes que desprecian las normas de la democracia liberal. El frágil equilibrio, entonces, puede despedazarse (…).
“El liberalismo en mucho puede tener una perspectiva bien exitosa. En muchas democracias liberales, sin embargo, las personas, en especial las elites, parecen haberse olvidado del equilibrio que necesita ser alcanzado entre individuo y sociedad, entre global y doméstico y entre libertad y responsabilidad”.
Pero, al final, vuelve a arremeter contra Putin, quien, para él, “no logra conseguir un orden social que no se fundamente en la fuerza y en el fraude” –afirmación que, de hecho, se aplica mejor al núcleo duro del eje anglo-americano, de cuyo brazo financiero Wolf es uno de los principales portavoces. Por eso, de forma casi aflictiva, aplaude a sus pares: “Sabemos más de lo que es eso. Pero también necesitamos hacer más, mucho más”.