Ivette Sosa
E.M. dice tener 40 años, pero la verdad luce como de 70. Aún conserva el brillo de unos ojos azules profundos, como el mar y profundos como “la mierda en la que estuve viviendo durante más de 30 años de mi vida”, nos cuenta mientras fuma un cigarrillo.
Con un rostro lleno de arrugas y de cicatrices, esta reportera conversa con este hombre que se define como un sicario en reconversión y dice “nunca haber trabajado en nada decente durante su vida”.
Hasta ahora, que para sobrevivir limpia carros entre semana, y los sábados y domingos es “viene. viene” (franelero) en un mercado de una populosa colonia en la Ciudad de México.
NO COMETAN LAS MISMAS PENDEJADAS
Él nos pide caminar, mientras platicamos sobre su vida. Dice que lo hace, para que “los chavos no cometan las mismas pendejadas que hice, desde niño. Con unos padres que me solapaban todo, que yo les robara, madreara y hasta matara a un yerno; y un hermano -judicial capitalino- que siempre lo sacaba de pedos”.
“Fui malo para la escuela, nunca me gustó, ni la disciplina, ni el orden. Aún así llegué hasta segundo de secundaria, que no terminé. La neta fueron mis padres muy tibios conmigo, será porque fui el menor y ya los agarré cansados, después de once hijos”.
“En vez de ir a la escuela, yo me iba a cotorrear con los cuates, todos ya grandes, de 20, 25 años. Por eso es que desde morrillo, los 10 años, empecé a tomar y a drogarme a los 11, esa fue mi perdición -comenta E.M.-, que me gustara mucho la droga, sobre todo la cocaína”.
“No le exagero pero tuve millones de pesos en mi casa. Producto de secuestros, robos, narcomenudeo, fayuquero y hasta de papi chulo, porque yo andaba con mujeres, no crea viejas, eran jóvenes y bonitas, hijas de buenas familias, a las que le sacaba dinero”.
“Aunque ahora me vea con esta cara de boxeador puteado, fui galán en mi juventud. Medía 1.80, ojo azul, ponchado, dígame sino iba a traer a más de tres viejas loquitas por mi…lagro”.
¿Qué le daba la droga?
“Me prendía, me aceleraba, me hacía sentir eufórico y poderoso, y la usaba para todo. Desde para robar, secuestrar, matar o para tener sexo. Se volvió mi vida y fue mi perdición porque me fue apendejando cabrón.
“Dañó mi salud, me dio diabetes, soy hipertenso, cojo de una pata y luego, ya ni para paraguas, serví (Ríe burlonamente, mientras aprieta los puños)”.
-¿Nunca vio la posibilidad de escapar de la delincuencia? ¿de las adicciones?
“No, y nadie lo hace si tienes unos padres que le pagaban a los polis o al MP cuando me detenían. O un hermano, que trabajaba como chota en la antigua Procu del DF, y me sacaba de todos los pedos”.
Reflexivo, señala: “Cuando uno anda mal, debe tocar pinche fondo. Debes enfrentar a tus demonios, ir a prisión y ahí, tienes dos caminos: O te hundes o sales”.
¿Fue a prisión?
“¡Nel, Jamás, jamás!, tuve siempre protección de mi familia. Aunque también es que, desde morro, durante un rito di mi alma a la Santa Muerte, y ella me cuidó durante los 25 años que estuve de lacra”.
-¿Aún lo cuida?
“No lo creo, por el contrario, pienso que pronto vendrá a cobrarme su ayuda, y estoy completamente solo. Cuando has tenido una vida llena de mierda, como la mía, los primeros que te abandonan son los integrantes de tu familia, no quieren apestar como tú”.
“Además, no tienes amigos, tienes cómplices, y pierdes la salud, como es mi caso. Por eso dejé de delinquir, porque ya ni para correr sirvo. Mi mano derecha parece de maraquero, ya perdí puntería, y un sobresalto y me da un pinche patatús“.
-¿Se arrepiente de esa vida disoluta, delictiva?
“Me arrepiento de no haber sabido aprovechar las oportunidades que me dio la vida, no sólo en lo económico, también en haber formado una buena familia. Viví con más de diez mujeres, tuve unos veinte o más hijos y jamás fui responsable. Jamás cuidé mi dinero. Jamás pensé en que me iba a enfermar e iba a envejecer”.
-¿Ahora ya no roba? ¿ya no comete actos delictivos?
“No, porque soy un viejo decrépito. Ahora un chamaco de 17 años me anda rompiendo la madre, ¡imagínate la chota!…”
“Me acabas de preguntar si me arrepiento de algo… ¡Mmm!, yo creo que también me arrepiento de haber maltratado, golpeado y robado a mis padres. De eso sí me arrepiento un chingo”, señala E.M., mientras algunas lágrimas brotan de sus tristes ojos azules.