Trump: Lo que dijo y lo que faltó decir en Naciones Unidas

 

En su segundo discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Donald Trump hizo más que arrancar una inédita carcajada generalizada del público asistente, al proclamar que, en menos de dos años, su gobierno habría hecho más por Estados Unidos que casi cualquier otro de sus antecesores.

 

Además de las habituales manifestaciones de propósitos elevados, como el respeto de los designios soberanos de cada país, y amenazas a gobiernos escogidos como adversarios, como el “régimen de (el presidente sirio Bashar al) Assad)” y “la corrupta dictadura de Irán,” Trump profirió un inusitado ataque a algunos de los principales pilares del sistema hegemónico centrado en su propio país, es decir el gobierno mundial. Es cierto, dejando de lado muchas dudas, que sea posible que Trump haya reflejado algunas de sus inclinaciones reales, no obstante, entrelazadas con el programa hegemónico del establishment, del cual no se puede desviar mucho, si consideramos que el último que se atrevió a hacerlo, John F. Kennedy (1961-63) acabó como ya se sabe.

 

Poco después de iniciar dijo estas nobles palabras:

“Cada uno de nosotros aquí, hoy, es el emisario de una cultura diferente, de una historia rica y de un pueblo unido por lazos de memoria, tradición y de los valores que hacen que nuestras patrias sean como ninguna otra en la Tierra.

 

“Es por ello que Estados Unidos siempre escogerá la independencia y la cooperación, en lugar del gobierno mundial, el control y la dominación.

 

Respeto el derecho de cada nación de este salón a perseguir sus propias costumbres, creencias y tradiciones. Estados Unidos no irá a decirles cómo vivir, trabajar o adorar a Dios. Solo pedimos, a cambio, que ustedes respeten nuestra soberanía”.

 

Sería magnífico, tanto para Estados Unidos como para todo el mundo, que la súper potencia estadounidense apoyase realmente la reconfiguración del orden de poder mundial que está en curso favoreciendo la interdependencia y la cooperación para un progreso compartido, en lugar de insistir en la dinámica hegemónica prevaleciente desde el final de la Segunda guerra mundial. Por desgracia, esta no es la realidad.

 

Esto no impidió, no obstante que, poco después, Trump afirmase que “naciones soberanas e independientes son el único vehículo por donde la libertad consiguió sobrevivir, la democracia perduró y la paz prosperó.” Por ello, recalcó, “debemos proteger nuestra soberanía y nuestra valorizada independencia por encima de todo.”

 

En seguida embistió contra el Consejo de Derechos humanos de Naciones Unidas, el que, en su evaluación, “se convirtió en un grave impedimento para esta institución, al abrigar a egregios abusadores de los derechos humanos, al paso que critican a Estados Unidos y a sus muchos amigos.” Por ese motivo, “Estados Unidos tomaron la única medida responsable: nos retiramos del Consejo de Derechos Humanos, y no regresaremos hasta que no se realice una reforma real.”

 

Otro blanco inmediato fue el Tribunal Internacional de la Haya:

“Por razones similares, Estados Unidos no apoyará el reconocimiento del Tribunal internacional de la Haya. En lo que toca a Estados Unidos, el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya no tiene jurisdicción, ni legitimidad ni autoridad. El Tribunal Internacional de Justicia de la Haya proclama una jurisdicción casi universal sobre los ciudadanos de todo país. Nosotros nunca renunciaremos a la soberanía de Estados Unidos a favor de una burocracia internacional no electa y que no pueda ser responsabilizada”.

 

Tanto el Consejo de Derechos Humanos (CDH) como el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya son elementos cruciales del programa del “gobierno mundial” oligárquico y de sus estructuras supranacionales de imposición de restricciones de la soberanía para países que se encuentran en la mira de sus intereses.

 

Hace poco, el primero se designó árbitro del proceso electoral brasileño, con la sorprendente determinación de que se le debería permitir al ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, a pesar de estar cumpliendo pena de prisión, disputar las elecciones presidenciales. A su vez, el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya se ha especializado en juzgar tiranos africanos de pacotilla y a líderes de países convertidos en blancos de la estrategia oligárquica, a veces, literalmente, como los de la antigua Yugoslavia, luego que el país fue devastado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en 1998.

 

Y un emocionado Trump proclamó al mundo:

“Estados Unidos es gobernado por estadounidenses. Rechazamos la ideología del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo. En todo el mundo, naciones con sentido de la responsabilidad deben defenderse de amenazas a la soberanía, no sólo provenientes del gobierno mundial, sino también de otras y nuevas formas de coerción y de dominación (subrayados nuestros)”.

 

En la misma línea, Trump afirmó que Estados Unidos tiene el derecho de defenderse contra lo que considera las injusticias y los desequilibrios del comercio internacional, en especial, en lo tocante a China, luego de que esta se adhirió a la Organización Mundial del Comercio (OMC). “Como mi gobierno ha demostrado, Estados Unidos siempre actuará de acuerdo con nuestro interés nacional,” resaltó.

 

Llega a ser irónica la embestida de Trump contra la OMC, la CDH y el Tribunal de la Haya. Al calificarlos de instrumentos del “globalismo,” estuvo a un paso de exponer la realidad de que ellas constituyen tan sólo una pequeña fracción de las instituciones supranacionales creadas para poner en marcha el programa del “gobierno mundial,” al lado de otras que exploran temas como la protección del ambiente y de los pueblos indígenas, la promoción de la democracia y demás, como instrumentos intervencionistas de restricción de la soberanía nacional.

*MSIA INFORMA

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