Cuando Liysa M.* estaba finalizando su adolescencia y se volvió veinteañera, el acoso sexual se convirtió en una constante de su día a día. Igual que como sucede con muchas mujeres. La atención indeseada y agresiva que sufría en la calle o los bares, le hacía desear el súper poder de la invisibilidad.
“La atención no deseada y constante me provocaba náuseas, solo quería encogerme hasta desaparecer”, le contó al HuffPost EU.
Liysa fue víctima de abusos sexuales en el pasado, y cada una de esas experiencias azotó su ser, haciéndola cada vez más vulnerable. Comenzó a beber para sobrellevarlo. A veces incluso dejó de comer. No para lucir más delgada sino porque literalmente quería ocupar el menor espacio posible. Llegó a provocarse el vómito para vaciarse por dentro de esos sentimientos negativos; pero lo que logró fue sufrir de úlceras, reflujo, ácido crónico y desmayos ocasionales.
Somos muchas las que atraemos ese tipo de atención y cargamos con ella en el estómago, como una enfermedad. Ya me conozco los reproches de quienes opinan que, si no te ponen la mano encima, no te hacen daño, pero no es tan simple. Liysa M.
Ser víctima frecuente de silbidos, insinuaciones y demás acosos sexuales le ha pasado factura a la salud de Liysa.
Y no es la única.
Después de que decenas de mujeres alzaron la voz para denunciar al productor Harvey Weinstein por acoso sexual, miles de mujeres de todo el mundo se unieron a la campaña viral #MeToo y contaron sus experiencias. En México lo habíamos hecho antes usando el hashtag #MiPrimerAcoso.
Aunque hablar sin tapujos puede ser una catarsis, muchas veces el daño físico y emocional deja secuelas.
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