La crisis económica más allá del “virus expiatorio”

 

MSIa Informa

En una maniobra visiblemente sincronizada, algunos de los principales bancos centrales del planeta -Inglaterra, Japón y EUA, seguidos por Australia (este, a su nivel histórico más bajo) y Malasia- se aprestaron a reducir sus ya de por sí minúsculas tasas básicas de interés, bajo el pretexto de anticiparse a los esperados impactos económicos de la epidemia global del coronavirus Covid-19.

Curiosamente, el banco Popular de China, país del origen de la epidemia, no siguió el “efecto de manada” de los principales centros financieros.

La iniciativa fue respaldada por los ministros de Hacienda y ejecutivos de los bancos centrales de los países del G-7, quienes, en un comunicado conjunto, manifestaron el “compromiso de usar todas las herramientas políticas apropiadas” para enfrentar los efectos socio-económicos de la epidemia.

En un comunicado paralelo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial manifestaron semejante intención.

La decisión más impactante fue, la de la Reserva Federal estadounidense, anunciada después de la primera reunión extraordinaria del Consejo Federal de Mercado Abierto (FOMC, siglas en inglés) desde la mega-crisis financiera de 2008. Sin embargo, el presidente Jerome Powell frustró a los mercados al afirmar que el banco no considera el uso de herramientas diferentes de las bajas tasas de interés para enfrentar las turbulencias financieras.

En realidad, desde octubre de 2019, “Fed” viene recomprando títulos de corto plazo del Tesoro más o menos 60 mil millones de dólares mensuales, en lo que muchos economistas consideran una forma subrepticia de las inyecciones de liquidez conocidas de manera eufemística como “flexibilizaciones cuantitativas” (“quantitaive easing”), las cuales, de forma invariable, terminan reforzando los flujos de inversiones de riesgo en el sistema financiero, en lugar de aplicarse como créditos a la economía real.

En entrevista al periodista económico Max Keiser, de la red RT, Mark Yusko, ejecutivo de la correduría Morgan Creek Capital, calificó la política de “Fed” y de los principales bancos centrales como “flexibilización cuantitativa perpetua”, con el propósito de “monetizar la deuda” pública de sus países, en detrimento de la economía real. Además, afirmó, “la única forma en los tres mercados desarrollados (EUA, Europa y Japón), de que este aumento de la deuda se sustente, es bajando los intereses a su extremo natural, que es el 0%, e inclusive debajo de esto, hasta niveles negativos, confiscando la riqueza de las personas para saldar esa deuda. Y lo que esto provoca son grandes desigualdades económicas” (RT del 28 de enero de 2020).

En otra entrevista a Kaiser, dos semanas después, el economista y analista financiero Alasdair Macleod afirmó que “el mundo enloqueció”, con los principales índices bursátiles estadounidenses en niveles récord, mientras también aumentan tanto la escasez de liquidez como los niveles de endeudamiento de las empresas y gobiernos.

Por eso, dice, los bancos centrales “no tienen otra salida, sino mantener el sistema inflado, y eso significa imprimir más dinero”.

Todavía, dice, el resultado será ruinoso: “No solamente nos aguarda un desabasto de los mercados financieros, sino, que más allá, esto hará que pierdan valor las divisas fiduciarias” (RT, 13 de febrero de 2020).

No pocos analistas concuerdan con tales evaluaciones sobre la inminencia de una nueva mega-crisis financiera, potencialmente más seria que la de 2008, la cual no estableció alguna medida efectiva en los principales centros financieros, para cohibir los excesos especulativos que desataron la crisis y reorientar los flujos crediticios para las tambaleantes economías reales, en la mayoría de los países.

Siendo así, es posible que las medidas “preventivas” de los bancos centrales, en buena medida, estén siendo tomadas para justificar nuevas intervenciones financieras en gran escala, destinadas a proteger el sistema financiero de los riesgos que ya se acumulaban desde hace mucho más tiempo que la eclosión de la epidemia del coronavirus, a finales de diciembre.

Por otro lado, la epidemia está evidenciando de forma sustantiva uno de los problemas causados por la vigorosa trasferencia de la producción hacia países con costos menores, uno de los pilares de la globalización, de la cual China fue la mayor beneficiaria. Uno de sus subproductos podría ser una significativa reevaluación de las grandes empresas sobre la conveniencia de confiar en demasía en los métodos de “outsourcing”, stocks “just-in-time y otras prácticas que, en la década de 1990, representaban los toques de clarín de la globalización.

Como lo afirmó el economista en jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Laurence Boone: “La característica de lo que hemos visto a lo largo de la última década es, efectivamente, la administración de los stocks y cadenas de suministros muy integradas. Del mismo modo en que los bancos centrales pueden revisar el ambiente de sus políticas monetarias. Creo que, después de este asunto, las empresas, probablemente, mirarán cómo ellas están administrando sus stocks, como ellas están organizando su producción en todo el mundo”. (Bloomberg, 3 de marzo de 2020).

El pronóstico de la OCDE no transmite optimismo: “La economía global se tornó sustancialmente más interconectada, y China desempeña un papel muy grande en la producción global. Aunque el pico del proceso muestra ser de corta duración, con una recuperación gradual en la producción y en la demanda, a lo largo de los próximos meses, aún así, ejercerá un arrastre sustancial en el crecimiento económico en 2020”.

En síntesis, aunque no puedan subestimarse los impactos de la epidemia, los problemas del sistema financiero y de la economía real ya se manifestaron mucho antes de su eclosión. Por ende, el Covid 19 no debería ser usado como un “virus expiatorio” de una nueva crisis que ya se anunciaba.

Noticias relacionadas