La adicción al teléfono celular se ha extendido a tantos ámbitos que nos parece un recuerdo lejano eso de platicar con alguien sin tener que estar compitiendo con una pantalla. Los efectos van más allá del ámbito social. Los profesores en los salones de clases enfrentan alumnos distraídos que no ponen atención. Sucede con muchachos de secundaria y con estudiantes de posgrado, pasa en reuniones familiares y en juntas de trabajo, tiene lugar en comidas entre amigos y en cursos de capacitación. Hay gente que no puede dejar el celular a un lado.
Pero, ¿qué medidas podemos tomar? Lo primero es hacernos conscientes de que tenemos una relación poco sana con el aparato. Una buena idea es planear tiempos sin tener el teléfono en la mano. Guardarlo si estamos en una junta, en un curso o si tenemos que estar poniendo atención en vez de distraernos con la pantalla. Eliminar esas aplicaciones que nos exigen estar conectados y esos juegos que nos obligan a estar interactuando permanente. Dejar de usar cuando vamos manejando un auto, una bicicleta o cuando vamos caminando en la calle. Alejarse del teléfono a las horas de comer. Preferir hablar directamente con las personas en vez de hacerlo a través del aparato.
El teléfono celular tiene que ser una herramienta que nos facilite la vida, no es un aparato que nos lleve a sentirnos miserables, ansiosos o inmateriales. “No está claro aún cuánto tiempo se considera normal, sano o insano, pero sí hemos demostrado que causa problemas en algunos aspectos de la vida normal, se convierten en vida dedicadas solo al consumo”, dice Sarah Domoff, de la Universidad de Michigan. No obstante, si cualquier elemento que no forma parte integral de nuestro ser empieza a causar daño, es necesario replantearnos su uso.
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¿Acaso eres adicto al celular?
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