Mario Lettieri y Paolo Raimondi en MSIA INFORMA
En lacónicas declaraciones pre-navideñas, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, y la expresidente del Sistema de Reserva Federal de los EUA, Janet Yellen, compitieron para hablar de una inflación que no existe, una verdadera obsesión para ambos.
En nuestra opinión, esto demuestra, por un lado, la falta de una evaluación correcta de la situación económica y financiera nacional e internacional y por el otro, la ausencia de un plan virtuoso de recuperación económica, que apunte hacia el desarrollo y no solamente hacia el crecimiento.
MANTRA OBSESIVA
La palabra “inflación” se repitió 15 veces en un texto de Draghi de dos páginas. Yellen, mientras tanto lo derrotó cuatro a tres en cuanto a citar una meta de 2% de inflación, el objetivo a lograrse para tener una economía con buen funcionamiento. Desde 2010, esta meta se volvió un mantra obsesivamente repetido en todos los cuadrantes.
En la imaginación de algunos economistas, este 2% de inflación sería sinónimo de una economía en movimiento, donde aumentarían las inversiones, el consumo y los ahorros de las familias, mientras que, no menos importante, la deuda pública también disminuiría, desvalorizándose de un año para otro, en relación a un PIB inflado.
Esta teoría es totalmente aceptada por los bancos centrales, quienes se sabe, trabajan desde hace años para hacer regresar la inflación.
¿Y LA DEFLACIÓN?
Algunos, para reducir la deuda pública, gustarían de verla en la zona de 4-6% anual. Sería un alivio, frente al hecho de que en pasado reciente, muchos gobiernos y familias en varios países lucharon contra una hiperinflación de 15-20%.
La inflación es una bestia salvaje, inofensiva, si solamente se habla de ella, pero terrible e incontrolable cuando se mueve y empieza a galopar.
Por supuesto, la deflación que tuvimos por algunos años, después de la Gran Crisis de 2008, es una bestia no menos peligrosa. Esto ocurre cuando la economía entra en colapso y se da una caída en los precios, debido, en gran medida, a la reducción del consumo, a los recortes del presupuesto público, al colapso de las empresas internacionales y, consecuentemente, de los niveles de producción y empleo.
La deflación genera una inmovilidad progresiva, todos los actores económicos son forzados a posponer las decisiones de inversiones y compras, en la perspectiva de una subida de los precios. Camino directo a una recesión.
La meta de “inflación al 2%” es hermana gemela de la política monetaria de “flexibilización cuantitativa”, creando una gran liquidez por los bancos centrales para la compra de títulos gubernamentales y, por encima de todos, los llamados títulos respaldados por activos (ABS, en la sigla en inglés) en posesión de los grandes bancos, con frecuencia, de naturaleza especulativa y baja confiabilidad.
INFLACIÓN DEL 2%, LA OBSESIÓN
Ojalá, en Italia, los recientes aumentos de las tarifas de energía y de los peajes carreteros, de alguna manera justificable, no sean pretexto para el fantasmagórico objetivo de inflación del 2%.
A propósito, en Europa, ¿qué se hizo con los “Project bonds”, los títulos vinculados a proyectos específicos, propuestos por la Comisión Europea hace algunos años?
Eran una forma de instrumentos financieros productivos y no especulativos, los cuales habría dado un gran estímulo a la construcción de nueva infraestructura y a la modernización de los sistemas de producción, generando ingresos nuevos y empleos cualificados, particularmente, para tantos jóvenes marginados del mercado de trabajo.
El programa debería haberse llevado al sistema bancario y conceder más créditos a empresas y familias, que por su parte habrían generado más inversiones, más riqueza, más consumo e, incluso, la deseada inflación del 2%.
Los últimos años de inflación baja también produjeron tasas de interés muy bajas, cercanas a cero, de acuerdo a la teoría, tal debería haber facilitado créditos nuevos para nuevas inversiones. Sin embargo, no fue así. Fueron dos automatismos que no funcionaron. En su lugar, el único parámetro que realmente creció fueron las deudas públicas y de las empresas. Los otros parámetros negativos siguieron siendo los salarios y la precariedad de los empleos.
Evidentemente, solamente con la política monetaria y financiera, los bancos centrales no pueden influenciar los ritmos macroeconómicos, como los precios del petróleo y de las “commodities”. En realidad, a nuestro parecer, ni siquiera se mostraron capaces (o interesados) en orientar el comportamiento del sistema bancario y de las finanzas.
REGRESAR A LOS PRINCIPIOS DEL DESARROLLO ECONÓMICO
A final de cuentas, las “metas inflacionarias” no representan una teoría económica, sino una política de información. Desde hace algún tiempo, los bancos centrales convirtieron sus comunicaciones en piedra angular de las opciones económicas y monetarias, como si el anuncio de algunas metas y los objetivos de sus políticas serían suficientes para determinar comportamientos virtuosos en el complejo mundo bancario y financiero.
Es hora de regresar a los sólidos principios del desarrollo económico. Si la economía privada está en dificultades para moverse, el Estado debe comenzar a invertir en sectores de infraestructura, modernización tecnológica y otros capaces de impulsar toda la economía.
La Norteamérica industrial y capitalista constantemente hizo esto, por ejemplo en la década de 1930 con el “New Deal” del presidente Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, si el sistema bancario privado no hace fluir en los mercados el dinero ofrecido gratuitamente por los bancos centrales para irrigar la economía, será necesario crear nuevos canales de crédito.