Mouris Salloum George*
Será porque, durante el mandato de don Adolfo López Mateos -el Presidente que mexicanizó la industria eléctrica- decidió afiliarse al PRI en 1963.
Acaso porque, en la Facultad de Derecho de la UNAM, tuvo como profesor a José López Portillo, en cuya gestión presidencial la Casa Blanca lanzó la consigna de humillar el orgullo de México.
Quizá porque el pensador tuxpeño, don Jesús Reyes Heroles asesoró su tesis, La dimensión económica de la Constitución de 1857.
Probablemente porque, en 1982, México recibió el Premio Nobel dela Paz en la persona de don Alfonso García Robles.
Será porque, fundamentalmente, en su campaña presidencial, entre las siete tesis propuestas para gobernar la República, propuso El nacionalismo revolucionario.
Por todo ese conjunto de motivos y razones, el presidente Miguel de la Madrid Hurtado pasa a la Historia de México como el mandatario que -con sobria dignidad y sin estridencias- defendió la soberanía nacional.
La irrepetible obra diplomática del Grupo Contadora
La obra diplomática de De la Madrid se condensa en los empeños del gobierno mexicano, al través del Grupo Contadora, por pacificar Centroamérica, históricamente asolada, desolada y devastada por el imperio.
La expresión más trágica de las guerras en Centroamérica, fue el gran éxodode los años ochenta, de los pueblos sojuzgados, hacia territorio mexicano, donde nuestro gobierno brindó asilo, calor humano y futuro a nuestros hermanos del sur transterrados.
No hubo golpe de Estado en América Latina e intervenciones armadas de los Estados Unidos en la región, en los que México no lanzara a la rosa de los vientos su decorosa voz, exigiendo la observancia de los principios autodeterminación de los pueblos, de no intervención y de solución pacífica de los conflictos.
Fue-De la Madrid- una especie de último mohicano en el combate por la Independencia de México y lo hizo, sí, en defensa propia, pero siempre como manifestación de fraternidad y solidaridad con los pueblos agredidos por la inadmisible arrogancia de los poderes imperiales.
Soberanía nacional, dogma obsoleto; trasnochado mito
Vencido el periodo presidencial 1982-1988, en lo sucesivo los sucesores de Miguel de la Madrid, sobre todo el inmediato, “descubrieron” que la soberanía nacional no es más que un obsoleto dogma; un trasnochado mito genial.
Para 1990 empezó a desnacionalizarse el patrimonio de los mexicanos. Activo el Consenso de Washington, su sedimentación empezó a filtrase en la firma del Tratado de Libre Comercio en 1993-1944, por el que la economía mexicana fue anexada a la estadounidense.
Ya no habría reversa: Con instinto masoquista se acepta, sin concesiones a cambio, revisar el Tratado bilateral de Límite y Aguas, a sabor del interés imperialista.
Después de ello, a fines de los noventa la literatura de Inteligencia estadounidense diseña la Operación Azteca, anunciando la ocupación armada de México.
Vicente Fox obsequia México a la Alianza Energética de América del Norte. Felipe Calderón es doblado para que opere en México la iniciativa Mérida y, a meses de entregar la banda presidencial, rinde banderas en el Acuerdo de Exploración y explotación de yacimientos de hidrocarburos transfronterizos.
La cereza en el acedo pastel: Contrarreforma petrolera
Enrique Peña Nieto pone la cereza en el acedo pastel con la operación de la contrarreforma petrolera, para cerrar el ciclo de desnacionalización del sector energético.
Peña Nieto coloca en la Secretaría de Relaciones Exteriores a Luis Videgaray Caso, que se confiesa aprendiz en materia de Política Exterior. Es el ex secretario de Hacienda quien mansamente le tiende alfombra roja al entonces candidato presidencial republicano Donald Trump.
Un Destino manifiesto, pero al revés
Ahora, México difunde la penosa imagen de Daniel en la jaula de los leones, apenas una pálida estampa frente a la dimensión de los incesantes ataques del incendiario anaranjado que ocupa el Salón Oval de la Casa Blanca.
Hemos jugado, pues, un Destino manifiesto, pero al revés. Duele reconocerlo.