Lorenzo Carrasco*
La irrupción estratégica a escala global de Rusia es, sin lugar a dudas, uno de los mayores acontecimientos universales modernos. Lo que nos proponemos en este libro, al compilar varios artículos sobre ese tema, es indagar el papel que tendrá en el cambio de época histórica que se gesta. Ya en sí mismo, el resurgimiento de Rusia constituye un evento no lineal, si partimos del papel que las potencias occidentales atribuían a un país que salía del cautiverio comunista de setenta años y que se suponía debería quedar preso de un nuevo orden mundial unilateral después de superada la Guerra fría.
El derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y la disolución del Imperio soviético en 1990 provocó la euforia de los ideólogos del poder hegemónico angloamericano, quienes creían tener la oportunidad de su vida para hacer realidad un viejo sueño: imponer una asfixiante estructura de poder mundial sobre los escombros, no solo de los estados nacionales de los países cubiertos del paraguas soviético, sino sobre absolutamente todos los demás, es decir un sistema maltusiano de soberanías limitadas dirigido por un poder financiero y militar global.
La agenda unimundista impuso el examen de admisión para poder ingresar al sistema de la globalización financiera, disciplinarse al designio de la denominada soberanía limitada bajo pretextos diversos (medio ambiente, derechos humanos, problemas indígenas), cuestiones de identidad, como la ideología de género etc., y como garantía, la utilización de fuerza militar cual política externa angloamericana unilateral. Nada del programa era original, sencillamente se apegaron ipsis litteris al ideario del Leviatán del ideólogo británico Thomas Hobbes cerebro de la política exterior de las potencias coloniales, veamos: “bellum omnium contra omnes” (la guerra de todos contra todos) en semejante guerra nada es injusto. En esta guerra de todos contra todos se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe; donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales.” (Leviatán, Capítulo XIII).
¿Acaso no fueron la invasión a Panamá en diciembre de 1989 y la Guerra del Golfo en 1991 las señales inequívocas del trato hobbesiano que recibirían las naciones rebeldes de esa agenda unimundista?
Fue también en este clima dónde surge la unificación alemana, que bien podría haber sido el mensaje de un renacimiento económico global, pero de inmediato vilipendiada por la primera ministra inglesa Margaret Thatcher como si fuese el peligro del advenimiento de un Cuarto Reich; una nueva Alemania nazi. Luego, los Tratados de Maastricht, firmados en febrero de 1993, fueron la camisa de fuerza que se colocó a las naciones europeas para controlar el desarrollo económico a la par de su sometimiento a la agenda contracultural o postmoderna claramente anticristiana, mediante la dictadura ejercida por la burocracia de la Unión Europea (UE) enseñoreada en Bruselas.
Las ideas centrales del orden unilateral
Tres documentos, entre muchos otros, son característicos de este orden. El primero, El Fin de la Historia y el Último Hombre publicado en 1992 por Francis Fukuyama. La tesis central transcurría en que, con la disolución del imperio soviético, el occidente liberal sería el Titán victorioso de la Guerra fría. La muerte del comunismo y la lucha de clases creaban las condiciones para el establecimiento de un Gobierno Mundial universal y evidentemente, eterno.
El segundo documento El Choque de Civilizaciones escrito en 1996 por el profesor de Harvard, Samuel Huntington, defendía la tesis de que con el fin de la Guerra fría, el sistema de dominación maniqueo debía de desplazarse de la lucha del liberalismo occidental contra el comunismo, hacia un choque de civilizaciones, principalmente entre el Occidente cristiano y el mundo musulmán, pero también entre el Occidente y la China en ascensión. Si bien existía ya en la época el grupo Al Qaeda comandado por la figura de Osama Bin Laden, es verdad que su creación fue obra de las agencias de inteligencia de Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel, Arabia Saudita y Paquistán, con el propósito de combatir a la Unión Soviética en la Guerra de Afganistán.
Irónicamente, Bin Laden fue el primero en entender el cambio de orientación de la lucha contra el comunismo hacia el choque de civilizaciones. Si esta no hubiese sido su intención, de cualquier forma sirvió perfectamente para dar veracidad al nuevo maniqueísmo de Huntington.
La Guerra del Golfo en 1991, los bombardeos continuos y la invasión norteamericana de Irak en 2003, crearon las condiciones para el surgimiento de una forma diabólicamente radical de extremismo islámico. El nacimiento del Estado Islámico en 2014 como la Primavera Árabe, iniciada tres años antes, tenían el propósito de derrocar los regímenes seculares en el mundo árabe, establecer estados clericales y exterminar las minorías cristianas en el Medio Oriente. Como nos explica el sacerdote argentino Alfredo Sáenz en su artículo en este libro, las comunidades originarias del cristianismo en el Medio Oriente fueron casi eliminadas, sin que las potencias occidentales levantaran su voz y sus armas en su defensa.
Estaban así creadas las condiciones de un choque total de civilizaciones. El Estado Islámico se alimentaba de brigadas de jóvenes provenientes del propio Occidente para enfrentar una Europa apóstata. Un terrorismo islámico occidental que ayudado por olas de migrantes musulmanes pretendía dar muerte a una civilización culturalmente suicida.
El tercer documento, El Gran tablero Mundial, la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, fue escrito en 1997 por el exconsejero de Seguridad Nacional estadounidense, Zbigniew Brzezinski. En el libro, Brzezinski retoma la orientación geopolítica británica que causó las dos Guerras Mundiales en el siglo XX, intentando establecer un nuevo cerco contra Rusia, política que orientó la actual extensión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia, así como el cambio de régimen en Ucrania.
Para Brzezinski la subversión de Ucrania impediría el resurgimiento de Rusia como una potencia euroasiática. De la misma forma, consideraba contrario a los intereses hegemónicos estadounidenses el establecimiento de coaliciones euroasiáticas entre países como China, Rusia o Irán. La crisis ucraniana y la incorporación de Crimea a Rusia, provocaron lo que Brzezinski también deseaba, el alejamiento entre Rusia y Europa Occidental, especialmente Alemania.
Con base a las premisas de los tres trabajos anteriores fue fundado en 1997 el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (Project for the New American Century – PNAC) del cual participaron importantes miembros del Partido Republicano, a saber: Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeb Bush, Dick Cheney, Francis Fukuyama y muchos otros ligados al Complejo Industrial Militar estadounidense. El axioma del proyecto era que ya estarían dadas las condiciones para un dominio hegemónico planetario hacia el siglo 21, una Pax Americana.
La brújula apuntada a la destrucción se desvía
La utopía mundialista estaba realizándose, la agenda de destrucción continuaba. La Primavera Árabe de 2011 acababa de un plumazo la poca estabilidad que le restaba al mundo árabe. La guerra desatada en Libia terminó con la deposición y asesinato de Muammar al-Gaddafi, después de meses de bombardeos que precipitó ese país a un caos infernal. El “Club de las Bombas” del Complejo Militar Industrial estadounidense, inaugurado en la Guerra del Golfo en 1991 y continuado hasta en 2003, que culminó con el derrocamiento y posterior asesinato de Sadam Hussein y la destrucción completa de Irak, tornaba sus miradas ahora sobre Siria, que sufría el inicio de una guerra civil. El siguiente en la lista sería Irán.
El vuelco inesperado que desvió la brújula de destrucción fue resultado directo de la hábil e inteligente diplomacia rusa. Su ingreso militar en Siria en 2015, después de calmar el impulso bombardistico de los estadounidenses, provocó dos magnos resultados.
Primero, logró la destrucción de las estructuras fundamentales del Estado Islámico mostrando al mismo tiempo la hipocresía estadounidense con su apoyo militar a facciones terroristas islámicas.
Segundo, Rusia se erigió en la potencia defensora de las minorías cristianas. El presidente Vladimir Putin y su canciller, Serguéi Lavrov, han sido sistemáticamente críticos del abandono de los valores cristianos por los países de Europa Occidental. Desde esta perspectiva puede entenderse el encuentro histórico del Papa Francisco y el Patriarca Kirill I en febrero de 2016 en La Habana, explícitamente en defensa de las minorías cristianas en el Medio Oriente.
Para rescatar las raíces cristianas de Rusia el presidente Putin fundó en 2004, el Club de debates Valdai. En su discurso en la conferencia de 2013 expresó una crítica devastadora de la apostasía en los países de Europa occidental:
“Los países euroatlánticos están rechazando en la actualidad sus raíces, en especial los principios cristianos que constituyen la base de la civilización occidental. Están negando los principios morales y todas las identidades tradicionales: nacionales, culturales, religiosas y hasta sexuales. Ponen en práctica normas que igualan las grandes familias con parejas del mismo sexo, que igualan la fe en Dios con la de Satán.
“Los excesos de la corrección política han llegado al grado en el que la gente habla seriamente de registrar partidos políticos cuyos objetivos son promover la pedofilia. La gente de muchos países europeos está avergonzada o temerosa de hablar de su filiación religiosa. Se suprimen las fiestas religiosas o les ponen otro nombre; su esencia se oculta siempre, así como sus cimientos morales.
“Y están tratando agresivamente de exportar este modelo a todo el mundo. Estoy convencido de que esto abre un sendero directo a la degradación y al primitivismo, que habrá de resultar en una profunda crisis demográfica y moral.
“¿Qué otra cosa más que la pérdida de la capacidad de reproducirnos a nosotros mismos puede actuar como el más grande testimonio de la crisis moral que sufre la sociedad humana? En la actualidad la mayoría de las naciones ricas ya no son capaces de reproducirse a sí mismas, ni siquiera con la ayuda de la migración. Sin los principios encarnados en el cristianismo y en otras religiones del mundo, sin las normas de moral que han tomado forma a lo largo de milenos, la gente perderá inevitablemente su dignidad humana. Nosotros consideramos natural y correcto defender esos principios. Tenemos que respetar el derecho de toda minoría a ser diferente, pero no se puede cuestionar el derecho de la mayoría.”
No hay duda que el presidente Vladimir Putin se levanta como el mayor estadista de este principio de siglo y contrasta con la mediocridad que reina entre los principales líderes occidentales. En palabras insospechadas de Chris Caldwell publicadas sorprendentemente en la revista neoconservadora estadounidense Weekly Standard en marzo de 2017, afirma:
“Cuando Putin asumió el gobierno entre 1999 y 2000, su país estaba indefenso. Estaba quebrado. Estaba siendo dilacerado por sus elites cleptocráticas, en connivencia con sus viejos rivales imperiales, los norteamericanos. Putin cambio esto. En la primera década de este siglo, él realizó lo que Kermal Ataturk había realizado en Turquía en la década de 1920. De un imperio desmoronándose, el resucitó un Estado nacional y le dio coherencia y propósito. El disciplinó los plutócratas rusos. El restauró la fuerza militar de Rusia. Y el rechazó, con una retórica cada vez más dura, aceptar un papel subordinado para Rusia en un sistema mundial liderado por los EUA conforme los planos políticos y líderes empresariales extranjeros. Los electores le dan el crédito de haber salvado a Rusia (…) Putin se tornó un símbolo de soberanía nacional en su batalla contra el globalismo.”
El lector podrá obviamente saber que tantos los eventos en Siria y el acercamiento de Roma y la iglesia Ortodoxa Rusa, como la elevación de Putin a un plano de estadista singular, no causan ningún entusiasmo en los círculos de poder occidentales, especialmente los grupos oligárquicos anglo-americanos, que emprendieron una serie interminable de operaciones sucias de inteligencia contra las Iglesias Católica y Ortodoxa rusa y mantienen, al mismo tiempo, una estratégica de tensión permanente contra Rusia y su presidente.
La Rusia real
Si ponemos en su justo lugar los acontecimientos sucintamente descritos, se distinguirá que los problemas de seguridad de Europa Occidental no se derivan de una inventada amenaza expansionista rusa sino de la propia geopolítica del Nuevo Orden Mundial: aproximar la OTAN a las fronteras rusas y la migración desenfrenada de África y el Medio Oriente, provocada por la destrucción económica y la militancia enardecida del radicalismo islámico atizada por los poderes hegemónicos occidentales.
En este ambiente de desagregación de Europa, Rusia aparece con una misión especial. Antes de abordar este aspecto crucial, que fue la motivación principal para la publicación de este libro, permítanos enfocar nuestra mirada en los elementos que constituyen desde nuestro punto de vista el cambio de época que vivimos.
Es claro que el llamado Nuevo Orden Mundial iniciado en 1991, o el proyecto de Un Nuevo Siglo Estadounidense de 1997, explotó por la derrota del Estado Islámico en Siria, especialmente después de la caída de Alepo en diciembre de 2016, cerrando el espacio para la continuación de bombardeos, por lo menos en lo que toca al Oriente Medio. Quiere decir que el intento de crear un gobierno mundial ha fracasado. No obstante, no quiere decir que podemos regresar a las condiciones de la Guerra fría, por más que el poder angloamericano insista en separar a Rusia del destino europeo, como pretendía Brzezinski en su tablero geopolítico. Putin ha insistido, una y otra vez, que Rusia es una nación que tiene sus raíces en Europa así lo dijo el canciller ruso, Sergei Lavrov en su artículo: Bases espirituales de la política exterior rusa. “Rusia es esencialmente una rama de la civilización europea”. Por otro lado, regresar al espíritu de la Guerra fría en un mundo en que no existen las reglas de esferas de influencia definidas, establecidas en el mundo anterior a 1990, es caminar hacia el abismo de la guerra termonuclear.
El declive estratégico evidente de los Estados Unidos tanto en relación con Europa y con el resto del Mundo, no presupone un cambio de potencia hegemónica y de moneda de reserva mundial como la que se experimentó en el inicio del siglo 20, en el relevo del Imperio Británico y la libra esterlina por los Estados Unidos y el dólar. No hay más espacio histórico para una nueva hegemonía. El hecho que ni Europa Continental, ni China, ni Rusia, tengan capacidad de sustituir a los Estados Unidos, no implica evidentemente que estos permanecerán dando las órdenes al mundo, por más que insistan en su excepcionalismo enfermo.
Esto nos presenta una paradoja histórica que cuestiona la llamada “trampa de Tucídides”, según la cual el declive de una potencia y su eventual sustitución por otra emergente, implica necesariamente un conflicto bélico total. Si bien esta trampa puede haber sido válida desde las Guerras del Peloponeso descritas por Tucídides, en el presente histórico implicaría la total destrucción de la civilización. De hecho la doctrina nuclear de la Destrucción Mutua Asegurada durante la Guerra fría (MAD en su sigla en inglés) era ya el preludio de esta inflexión en la historia de la Humanidad, que la oligarquía angloamericana ignoró a lo largo de los últimos 30 años. El desarrollo de las armas hipersónicas anunciadas por el presidente Putin el 1 de marzo de 2018 prueba que la proyección de poder de una potencia sobre otra resulta absolutamente inocua. Avances tecnológicos semejantes están siendo desarrollados por China.
Esta realidad singular nos lleva a otro aspecto más profundo. El anuncio de Putin sobre la impresionante colección de nuevas súper armas estratégicas, no solamente muestra una superioridad tecnológica militar rusa, sino por fortuna, una oportunidad, especialmente dirigida a los Estados Unidos, de explorar un camino de entendimiento dirigido a un nuevo orden mundial multipolar y cooperativo, que es la condición sine qua non para sembrar el camino del progreso y la paz mundial.
Tanto el presidente Putin como el canciller Serguei Lavrov han insistido en el camino que llaman “un espacio común de paz, seguridad igual e indivisible y cooperación mutua en la zona, del Atlántico al Pacífico,” lo que permitiría la sintonía de esfuerzos para echar a andar un gran proyecto de integración euroasiática del cual China está dispuesta a encabezar. El desarrollo de Eurasia, abrigando dos tercios de la población mundial, representa un corredor de estabilidad en una región atravesada por zonas de conflicto endémicas. Romper con las viejas ideas de la geopolítica británica actualizadas por Brzezinski, y unir a los mismos Estados Unidos a los beneficios económicos del esfuerzo, es el único camino a un mundo cooperativo. Es, pues, claro que la misión de Rusia es ser la liga entre Oriente y Occidente.
La superación del orden actual no es ni material ni militar. China podrá en breve superar el PIB estadounidense y esto no le dará el papel hegemónico y quizá ni lo busca. Y el enorme presupuesto militar estadounidense es más de 10 veces mayor que el de Rusia y mayor que todas las naciones del mundo, y esto no le proporciona más superioridad militar. Muchos de sus nuevos artefactos militares ni siquiera saldrán de sus fábricas o a lo mucho adornará festivos desfiles militares.
El obstáculo principal para el establecimiento de un mundo multipolar cooperativo es de orden cultural, filosófico y espiritual y no solo de un cambio en el orden material de las potencias. Es claro que el centro de gravedad geoeconómico y geoestratégico del planeta está cambiando del Atlántico Norte para el eje euroasiático, liderado por China y Rusia, ejemplificado por los grandes programas de infraestructura moderna de la Iniciativa Franja y Ruta china, pero esto no indica, como ya señalamos arriba, un cambio de hegemonía económica o política y mucho menos militar: apenas es la expresión de la realidad de que en el eje euroasiático viven dos tercios de la población mundial.
El obstáculo principal para el surgimiento de una nueva época cooperativa es el atavismo de querer perpetuar en el siglo XXI las ideas de un excepcionalismo basado en las pretensiones de una superioridad predestinada por un dios parcial, injusto y cruel.
Ideas que predominaron crecientemente desde la caída de las potencias católicas ibéricas y la emergencia del dominio colonial anglosajón, a más de 350 años. No existe otro camino que volver al orden de derecho natural cristiano en el que cada individuo o nación fueron creados iguales por Dios para tener la vida y la libertad como instrumentos de una misión, como instrumentos para la búsqueda de la felicidad particular y general; para la búsqueda del bien común. Enterrar en una fosa común el empirismo radical inglés y el excepcionalismo son precondiciones para transformar los recursos de confrontación bélica en recursos para el desarrollo y el progreso compartido.
Las naciones occidentales necesitan recuperar con urgencia su sentido de propósito histórico, basado en sus raíces cristianas, hoy despreciadas por el laicismo radical. Y es aquí donde reluce la misión de Rusia en este cambio de época global. Las lecciones de recobrar su orgullo y grandeza cristianas después del periodo comunista, nos deben servir de ejemplo para enaltecer en Iberoamérica el mismo sentido de misión universal en base a los mismos principios cristianos aquí infundidos por la evangelización fundante. Tal cual Rusia nosotros debemos celebrar nuestro bautismo.