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A pesar de los datos estadísticos indicadores de un crecimiento de la economía y de los empleos en los EUA, muchos especialistas temen nuevos riesgos financieros en el país, miedo compartido por altos mandos del Banco de Compensaciones Internacionales (BIS) de Basilea.
Después de la Gran Crisis de 2007-08, la deuda de las empresas, la llamada deuda corporativa, creció de manera enorme como un todo, pasando de 4.9 billones de dólares en 2007 hasta 9.1 billones hacia finales de 2018, de los cuales cerca de 5 billones están bajo la forma de títulos. Además, cerca del 46% de estos títulos, 2.3 billones de dólares, tienen una calificación de riesgo muy alta, BBB, un poco arriba del status de “basura” (junk) o títulos de alto riesgo. Técnicamente, en este nivel, todavía están considerados en grado de inversión, aunque tengan que ofrecer altas tasas de interés para encontrar compradores en el mercado.
Es preocupante notar que, dentro de la burbuja de deuda corporativa, los préstamos para empresas ya altamente endeudadas subieron de manera acentuada, alcanzando un valor estimado de 1.3 billones de dólares.
Hoy, se teme que incluso una recesión económica limitada, causada, por ejemplo, por la tensión sobre los aranceles o por una reducción del crecimiento en alguna parte el globo, podrá desencadenar una grave crisis en el sector corporativo.
Consecuentemente, si la clasificación de sus títulos fuese todavía más reducida, muchas empresas tendrían que pagar intereses más bien altos y muchas otras no tendrían ya acceso a los mercados de crédito. En este punto, hasta los inversionistas institucionales deben librarse de semejantes títulos, causando una exacerbación de una dinámica recesiva.
Esta situación fue posible gracias al largo período de los intereses cercano a cero, situación que convenció a muchos de aventurarse en áreas de mayor riesgo. Las tasas bajas de interés también llevaron a las empresas estadounidenses a solicitar grandes préstamos utilizados para recomprar sus acciones en el mercado. Esto contribuyó al boom de las cotizaciones de Wall Street y, consecuentemente, también justificó una distribución cuantiosa de dividendos a los accionistas y de bonos a los ejecutivos.
Claramente, el problema no se limitó a los EUA. En China, la deuda corporativa también explotó de manera imprudente y, en breve, la cuenta podría presentarse. Lo mismo se aplica a Europa, donde creció vigorosamente, aunque en menor proporción respecto a la Unión Americana.
El verdadero problema es el nivel de endeudamiento, lo cual está en el centro de la crisis financiera. Según el BIS, hoy, la deuda global (privada, pública y corporativa no financiera) supera el 240% del PIB mundial, contra el 210% en 2007.
Basilea afirma que a política monetaria expansionista fue necesaria para sacar a las economías de los principales países industrializados de la crisis. Ahora, sin embargo, los bancos centrales, en caso de un agravamiento de la situación económica, tendrían pocos instrumentos de intervención. En particular, ellos temen al crecimiento de la inflación y, para contenerla, el clásico remedio es aumentar las tasas de interés, lo cual, sin embargo, tiende a “dar un tilt” en un sistema económico ya estresado, especialmente, en el sector de títulos corporativos.
El BIS piensa que un rescate por los bancos centrales puede no ser suficiente, pues los parámetros de intervención cambiaron drásticamente en los últimos 40 años. Hoy, las causas de una recesión están más ligadas al sector financiero, en particular, cuando se convierte en protagonista de una expansión insustentable.
Si hubiera un aumento en la inflación, los bancos centrales deben aplicar frenos en la política monetaria, especialmente, debido al enflaquecimiento del sector financiero. En este punto, el efecto sobre la deuda global sería difícil de administrar.
Muchos temen, por ende, el riesgo de una quiebra, pues causaría un subsecuente aumento automático de la deuda.
Para Basilea, existen solamente tres maneras de reducir la deuda. La primera sería favorecer el crecimiento de la inflación, manteniendo bajas las tasas de interés y, también, desvalorizando la deuda. Sin embargo, la historia nos enseña que este proceso lleva a un colapso del crecimiento económico. La segunda es la reestructuración de la deuda, lo cual implicaría sacrificio para los inversionistas que detentan sus títulos. El tercero y único camino positivo es el fomento de la economía real, que aumenta la riqueza producida y disminuye la razón deuda/PIB.
Es el caso de esperar que, en las próximas elecciones europeas, surja una gobernanza más consciente de la necesidad de abandonar una política de austeridad y, en su lugar, apoyar las inversiones e implementar una guía fiscal y económica única y confiable.
Esta es una perspectiva tan simple cuanto racional. Por desgracia, en lo tocante a Europa, la obsesiva política de austeridad sigue dominando. Y es tan sorprendente como alentador observar una vez más, que ciertos banqueros son más conscientes que los gobiernos.