Que es la soberanía fundamental

 

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A continuación publicamos un fragmento del discurso del papa Juan Pablo II, pronunciado ante la UNESCO, el 2 de junio de 1980, en el cual emitió un concepto muy apropiado para las naciones de Iberoamérica en su búsqueda de un proyecto nuevo para su futuro como naciones independientes, y cuya cultura común es su raíz cristiana.

 

“La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres qué están unidos por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente, por la cultura. La nación existe “por” y “para” la cultura, y así es ella la gran educadora de los hombres para que puedan “ser más” en la comunidad. La nación es esta comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y de la familia. En esta comunidad, en función de la cual educa toda familia, la familia comienza su obra de educación por lo más simple, la lengua, haciendo posible de este modo que el hombre aprenda a hablar y llegue a ser miembro de la comunidad, que es su familia y su nación.

 

En todo esto que ahora estoy proclamando y que desarrollaré aún más, mis palabras traducen una experiencia particular, un testimonio particular en su género. Soy hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia, que ha sido condenada a muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero que ha sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma.

 

Ha conservado su identidad y, a pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha conservado su soberanía nacional, no porque se apoyara en los recursos de la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su cultura. Esta cultura resultó tener un poder mayor que todas las otras fuerzas. Lo que digo aquí respecto al derecho de la nación a fundamentar su cultura y su porvenir, no es el eco de ningún “nacionalismo”, sino que se trata de un elemento estable de la experiencia humana y de las perspectivas humanistas del desarrollo del hombre.

 

Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano. Al expresarme así, pienso también, con una profunda emoción interior, en las culturas de tantos pueblos antiguos que no han cedido cuando han tenido que enfrentarse a las civilizaciones de los invasores: y continúan siendo para el hombre la fuente de su “ser” de hombre en la verdad interior de su humanidad.

 

Pienso con admiración también en las culturas de las nuevas sociedades, de las que se despiertan a la vida en la comunidad de la propia nación —igual que mi nación se despertó a la vida hace diez siglos— y que luchan por mantener su propia identidad y sus propios valores contra las influencias y las presiones de modelos propuestos desde el exterior.

 

Al dirigirme a ustedes, señoras y señores, que se reúnen en este lugar desde hace más de treinta años en nombre de la primacía de las realidades culturales del hombre, de las comunidades humanas, de los pueblos y de las naciones, les digo: velen, con todos los medios a su alcance, por esta soberanía fundamental que posee cada nación en virtud de su propia cultura. Protéjanla como a la niña de sus ojos para el futuro de la gran familia humana. ¡Protéjanla! No permitan que esta soberanía fundamental se convierta en presa de cualquier interés político o económico.

No permitan que sea víctima de los totalitarismos, imperialismos o hegemonías, para los que el hombre no cuenta sino como objeto de dominación y no como sujeto de su propia existencia humana. Incluso la nación —su propia nación o las demás— no cuenta para ellos más que como objeto de dominación y cebo de intereses diversos, y no como sujeto: el sujeto de la soberanía proveniente de la auténtica cultura que le pertenece en propiedad.

 

¿No hay, en el mapa de Europa y del mundo, naciones que tienen una maravillosa soberanía histórica proveniente de su cultura, y que sin embargo se ven privadas de su plena soberanía? ¿No es éste un punto importante para el futuro de la cultura humana, importante sobre todo en nuestra época cuando tan urgente es eliminar los restos del colonialismo?

 

Esta soberanía que existe y que tiene su origen en la cultura propia de la nación y de la sociedad, en la primacía de la familia en la acción educativa y, por fin, en la dignidad personal de todo hombre, debe permanecer como el criterio fundamental en la manera de tratar este problema importante para la humanidad de hoy, que es el problema de los medios de comunicación social(de la información vinculada a ellos y también de lo que se llama la “cultura de masas”).

 

Dado que estos medios son los medios “sociales” de la comunicación, no pueden ser medios de dominación sobre los otros, tanto por parte de los agentes del poder político, como de las potencias financieras que imponen su programa y su modelo.

Deben llegar a ser el medio —¡y de qué importancia!— de expresión de esta sociedad que se sirve de ellos, y que les asegura también su existencia. Deben tener en cuenta las verdaderas necesidades de esta sociedad. Deben tener en cuenta la cultura de la nación y su historia. Deben respetar la responsabilidad de la familia en el campo de la educación.

 

Deben tener en cuenta el bien del hombre, su dignidad. No pueden estar sometidos al criterio del interés, de lo sensacional o del éxito inmediato, sino que, teniendo en cuenta las exigencias de la ética, deben servir a la construcción de una vida “más humana”.

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