Enrique Quintana*
Andrés Manuel López Obrador tiene un punto. La salud de la economía no puede medirse exclusivamente por el crecimiento del PIB.
Entre 1970 y 1982, la tasa de crecimiento promedio del PIB fue de 6.0 por ciento al año. Y, sin embargo, pocos hoy podrían sostener que ese ritmo de crecimiento era la evidencia de que la economía se encontraba entonces muy bien.
La crisis de la deuda que estalló en 1982 fue simplemente la acumulación de desequilibrios, políticas erróneas y una actitud miope de los mercados financieros en todo ese periodo.
El juicio respecto a la salud de una economía no depende sólo del ritmo de crecimiento del PIB. El muy pobre 0.2 por ciento de crecimiento del PIB en el primer trimestre no es evidencia suficiente de que la economía vaya muy mal.
Hay otras variables a tomar en cuenta.
Uno de los factores determinantes del desempeño económico es la inversión. Podríamos tener épocas de bajo crecimiento del PIB y alta inversión, en los que se construyan los cimientos de un periodo de alto crecimiento.
Y, al revés, podemos tener una etapa de bajo crecimiento de la inversión con un PIB que crece a ritmo elevado y que solo sea anticipo de una futura crisis.
De la inversión tenemos solo dos meses de datos para este año, y el ritmo de crecimiento medio en ese lapso es… más bien un decrecimiento de -0.1 por ciento.
Pero, a diferencia del PIB, que en el pasado inmediato tenía un crecimiento pobre, pero crecía, la realidad es que la inversión iba para abajo desde la segunda mitad del sexenio de Peña.
El año pasado creció apenas 0.6 por ciento, pero hace dos años cayó -1.6 por ciento y en 2016 apenas creció en 1.0 por ciento.
Para ponerlo rápido, el nivel de la inversión de febrero es 0.2 por ciento inferior al que tuvimos en promedio en 2015.
Es incorrecto pensar que la inversión se derrumbó en este sexenio, como también lo es el creer que viene recuperándose y que vamos ‘requetebien’.
La condición de la economía reflejada en los datos es una condición preexistente de debilidad crónica, que se ha agravado en los últimos meses.
Aun si hubiera ganado un candidato diferente a AMLO, es probable que hubiera existido un periodo de incertidumbre.
Le hemos citado frecuentemente los resultados del arranque de los nuevos gobiernos, al menos desde Ernesto Zedillo. Solo se los recuerdo.
En el primer semestre del 1995 la caída fue de 6.2 por ciento, la peor de la historia reciente; con Fox, en el 2001, empezamos con caídas a partir del segundo trimestre, que se prolongaron cuatro trimestres más. Con Calderón, sí crecimos, pero a 2.1 por ciento, más o menos la mitad del ritmo que teníamos en la última etapa de Fox.
Con Peña Nieto, a partir del segundo trimestre de 2013, nos quedamos debajo del 2 por ciento por un año entero.
Así que, el 0.2 por ciento del primer trimestre de AMLO, no es sorpresivo, salvo para quien hubiera pensado que la condición de la economía iba a cambiar mágicamente.
Más que preocuparnos por el resultado del PIB del primer trimestre, y si vamos ‘requetebien’ o recibimos una ‘cachetadita’, debiéramos ocuparnos por el tema de cómo acrecentar la confianza de los inversionistas y empresarios.
Y allí no se ha dado ningún tratamiento, confiando en que va a recuperase espontáneamente.
La realidad es que seguimos padeciendo mucha incertidumbre y urge que la atendamos antes de que se vuelva crónica y nos ponga en la lona por seis años.